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UNIVERSITY OF N.C AT CHAPEL HILL
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THE LIBRARY OF THE
UNIVERSITY OF
NORTH CAROLINA
ENDOWED BY THE
DIALECTIC AND PHILANTHROPIC
SOCIETIES
DE VARGAS VILA
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LITERATURA
De sus lises y de sus rosas.
Libre estética.
Sombras de águilas.
Horario reflexivo.
Archipiélago sonoro.
Rubén Darío.
FILOSOFÍA
El ritmo de la vida.
Huerto agnóstico.
La voz de las horas.
Del rosal pensante.
De los viñedos de la eternidad.
HISTORIA
Los Cesárea de la decadencia.
Los divinos y los humanos.
La muerte del cóndor.
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Obras completas de J. M. Vargas Vila
DERECHOS DE AUTOR
Todo ejemplar que circule
sin estampilla será conside-
rado ilegal.
MARÍA MAGDALENA
EDICIÓN DEFINITIVA
DEBIDAMENTE REVISADA Y CORREGIDA
POR EL AUTOR
i :: Obras completas de Vargas Vila :: §
NOVELAS
Aura o las Violetas.
Flor del Fango.
Rosa Mística.
Ibis.
Rosas de la Tarde.
Alba Roja.
La Simiente.
Delia (Lirio blanco).
Eleonora (Lirio Kojo).
Germania (Lirio negro).
El Camino del Triunfo.
La Conquista de Rizan-
do.
María Magdalena.
La Demencia de Job.
El Minotauro.
Los Discíp ulos de
Ematts.
Los Parias.
Sobre las Viñas Muer-
tas.
Los Estetas de Teópolis.
El Final de un Sueño.
La Ubre de la Loba.
Salomé.
Cachorro de León.
LITERATURA
Prosas-Laudes.
Ars-Verba.
De sus Lises y de sus
Rosas.
Libre Estética.
Sombras de Águilas.
Horario Reílexivo.
Archipiélago Sonoro.
Rubén Darío.
FILOSOFÍA
El Ritmo de la Vida.
Huerto Agnóstico.
La Voz de las Horas.
Del Rosal Pensante.
De los Viñedos de la
Eternidad.
HISTORIA
La República Romana.
Los Césares de la De-
cadencia.
Los Divinos y los Hu-
manos.
La Muerte del Cóndor.
Pretéritas.
Obras completas de J. M. VARGAS VILA
MARÍA
MAGDALENA
NOVELA LÍRICA
EDICIÓN DEFINITIVA
BARCELONA
RAMÓN SOPEÑA, Editor
FROVENZA, 93 A 97
Derechos reservados.
Itainóa Sopeña, impresor y editor; Provensa, 93 * 97. — Barcelona
MARÍA MAGDALENA
Panorama. . .
un horizonte de montañas de Judea;
la última lumbre febea, sobre la ceja de
un monte;
austero y grave el paisaje, lleno de deso-
lación;
brilla la aridez salvaje, de los valles del
Cedrón;
en medio, como un oasis en el fondo del
miraje: Sión;
descendiendo la colina, en línea gris, los
olivos;
8 VARGAS VILA
en los valles pensativos, muere el ámbar
de la tarde;
en la copa del lago, arde un resplandor
carmesí, de violetas y rubí...
en los jardines letales, sinfonizan los rosa-
les, en una peroración de divinos madrigales;
siembra el hálito de las rosas, una gran
consternación de atmósferas voluptuosas;
gime el alma de las cosas;
en las grandes alamedas, susurran las hojas
ledas, sinfonías de poetas...
en las frondazones quietas, sueñan las flo-
res dormidas, en la calma transparente...
un soplo ardiente se siente, venido del Oc-
cidente; un hálito de narcisos;
brillan acantos y frisos, de los templos, y
en sus metopas parece reverdecer el follaje
de las vides de Corinto;
en su murado recinto, rumorea su vasallaje
la ciudad, que el Pretor doma;
MARÍA MAGDALENA ^
lucen los haces de Roma, adornando los
pórticos de los palacios magníficos...
las estatuas ecuestres de los Césares, pro-
yectan su silueta, sobre la muchedumbre in-
quieta, que hormiguea en las plazas y en el
foro...
el oro del horizonte, que parece diluido en
una copa de topacio, se derrite y se evapora
en el espacio, muy despacio, como una estre-
lla que llora;
y, la noche soñadora, invade en calmas di-
vinas de Infinito, el circuito de montañas pa-
lestinas, negras, tortuosas, cetrinas, llenas de
Melancolía;
muere el día en su tristeza floral.. K
sobre la campiña umbría;
y, la Ciudad Imperial.
Bajo la cúpula dorada, la gran sala octa-
gonal; en la cual, hay fragancias de nardos y,
terebintos ;
en los braseros extintos sobrevive el per-
fume;
en el pebetero, se consume aún el sándalo;
es la casa del Escándalo; la casa de la Pe-
cadora;
en la penumbra tibia, que el sol dora aún
con una caricia de lascivia, llena de volup-
tuosidades blondas, en ondas suaves, agoni-
zan las sombras...
12 VARGAS VIL A
se ahoga todo ruido en las alfombras y losr
tapices de Persia, extendidos sobre el mosai-
co de los suelos;
en la inercia de la hora, se siente flotar el
alma sin vuelos de la calma infinita;
la Pecadora, ¿dormita? ¿vela?...
un rayo de luz, riela en el oro de sus ca-
bellos, y la corona de destellos, como de una
aureola...
la ola de la luz se pierde en su mirada
verde;
en el verde marescente de sus pupilas,,
grandes, orgullosas y, tranquilas, como dos
frescos valles matinales;
los raudales de su cabellera, envuelven en
un manto sutil de oro, el tesoro de su cuerpo-
de marfil;
está extendida sobre cojines rojos, en la ac-
titud indolente y felina, de una joven pantera,
MARÍA MAGDALENA 13
-viendo morir el sol, en la ladera de una co-
lina;
las esmeraldas que adornan su cuello y su
cabeza, parecen morir de enojos, y compiten
con el verde, y con la tristeza de sus ojos;
la viste una túnica opalescente, de gasa
transparente, color de jacinto, que se abre ha-
cia la rodilla, dejando ver la maravilla de una
pierna desnuda, que la luz tenue del sol, dora
de una tersura de melocotón;
un broche de amatista, limita esta abertura,
una amatista enorme, como la que brilla en
<su cintura, en el ceñidor de plata de una ex-
traña y complicada cinceladura;
del mismo metal los brazaletes, de orfe-
brería etrusca, enormes y, pesados;
amuletos trabajados con fervor, penden de
-ellos;
corusca por sus destellos, un escarabajo
•egipcio, y dos cepalófagos de ámbar; un amo-
14 VARGAS VILA
nita circuido de topacios, y con los cuernos-
de oro;
una enorme calcedonia de reflejos morte-
cinos, hace cambiantes felinos, solitaria en
un anular;
el cuello, hecho de líneas armónicas, cóma-
las viejas ánforas helénicas;
el seno, se perfila en una curva concupis-
cente;
por la gasa transparente, se ven emerger
las dos mamilas, se dirían dos gacelas tran-
quilas, que acaban de nacer;
las ancas opimas, dibujan las rimas de sus
curvaturas, sobre las telas obscuras de los co-
jines, sobre los cuales, el cuerpo adorable*
diseña su gracia insuperable;
su cabeza de flor, se apoya en una mano,
con un abandono soberano, hecho de gracia
y de amor;
en esa hora de ensoñación, el fulgor de sus
MARÍA MAGDALENA 15
ojos, lánguido y vago, semeja el mágico res-
plandor de un lago;
uno como soplo de alas invisibles, pasa en
las grandes salas, y, por sobre las flores in-
marcesibles...
así, bella como una estrella, la Pecadora,
escucha a su servidora, y habla con ella, presa
de una real, melancolía;
y, ésta dice:
— Señora mía; Dios, no da la Belleza, para
servir de escudo a la Tristeza;
los narcisos de tus mejillas, palidecen;
los miosotis de tus ojos languidecen;
el jacinto de tu boca se descolora; ¡ay se-
ñora! ¡ay mi señora!
¿qué te falta? ¿por qué llora tu corazón?
nunca como hoy fuiste tan bella;
¿no te llaman la estrella de Galilea?
con la opulencia que te rodea; con el oro
que te adorna, con tus diamantes, con tus ru-
i6 VARGAS VIL A
bies, habría para satisfacer el sueño de mil
huríes;
eres amada;
una mirada de tus ojos, atrae o quita eno-
jos;
la envidia de las mujeres, te circunda como
un cortejo;
del niño, al viejo, tu belleza, despierta en
los hombres la codicia;
todo te sonríe; todo te halaga en el pre-
sente..,
¿por qué esa tristeza que anubla tu frente?
¿el ala de qué siniestro presagio la acari-
cia?
— Sara, dice la Pecadora, con una voz en-
soñadora, la Vida, es triste; la Vida es incle-
mente;
la Ventura, es un sueño inconsistente, que
se rompe temblando en nuestras manos...
¿recuerdas nuestros años ya lejanos?
MARÍA MAGDALENA 17
era en el valle de Magdalo, y era el Castillo
de mis padres, sito en el halda feraz de la
montaña;
yo, era una niña, y no había, una belleza
comparable, a mi belleza extraña;
me llamaban la rosa, tanto así, era de ma-
ravillosa;
mi adolescencia fué, como una exuberante
flor de insania;
se habría dicho una anémona de Bethania,
que se mirara en el cristal del lago, llena del
sueño vago, de poseerse y deslumhrar, per-
petuamente...
la mirada insistente de los hombres, me se-
guía ya, y me turbaba enormemente...
¿por qué me habrá turbado siempre, la mi-
rada de los hombres, como una caricia, hecha
sobre mi carne desnuda?
caricia muda y, penetrante;
yo, era virgen, pero, no era ignorante, y
MAGDALENA.— 2
1 8 VARGAS VIL A
llevaba conmigo, todas las impurezas del
Amor; las llevaba en la sangre;
era como una rosa de deseo, cuyo perfume
embriagaba ya a los hombres, de una embria-
guez malsana, como dada por vides de Sa-
maría;
era el perfume de mi cuerpo impoluto, que
ninguna mano de hombre había tocado;
yo sentía ya en ese cuerpo, la tristeza, más
que el orgullo de mi Virginidad;
los pastores, se apostaban, para verme pa-
sar, ocultos bajo las viñas;
y, yo estremecía de sus miradas;
mis hermanos, tenían palabras de impudor,
cuando yo pasaba por cerca de ellos, y brilla-
ba en sus ojos una luz mala;
yo, amaba el impudor de las palabras y de
los ojos de mis hermanos;
el Deseo; mi cuerpo de virgen pasional, lo
sentía y lo inspiraba, con igual intensidad;
MARÍA MAGDALENA 19
yo, tenía ya la atracción y, el vértigo de un
mar; j
me sabía bella, y al verme desnuda, yo sen-
tía el orgullo de mi desnudez;
I los jardines del castillo de mi padre, me
vieron pasear ese orgullo, y esa tristeza, por
sus penumbras dormidas...
a su sombra, sentí temblar mi cuerpo des-
nudo, bajo el beso voraz de lo infinito...
mi belleza sin velos, perfumó el seno de
las noches, ostentándose magnífica de blan-
curas, como una tuberosa, bajo los terebintos
perplejos;
yo, perturbé el sueño de los nenúfares, in-
clinándome así sobre las aguas del estanque,
en cuyo fondo, temblaba la imagen de mi ros-
tro, como una estrella enferma de deseos;
y, ellos, palidecían de envidia, porque las
ondas azules besaban mis blancuras, como
queriendo devorarlas, como si los labios de
¿o VARGAS VlLA
miradas de Silfos, apasionados, se adhiriesen
a mis carnes;
mi deseo monstruoso, los contagiaba tal
vez, y en el misterio, ellos se ayuntaban, he-
chos más pálidos, con una palidez de fiebre;
todos los ardores y los perfumes de los va-
lles galileos, vivían en mis pupilas y respira-
ban por mis labios;
mi cuerpo, era virgen como los lises, pero,
envuelto en las tinieblas del Deseo... turba-
do de deseos;
rojo de deseos;
ardiente de deseos;
yo, era el Deseo...
y, daba el Deseo...
llegada a la pubertad, mi padre quiso ca-
sarme con Abdelamek, capitán de guardias
asirias, que, seducido por mi belleza nubil,
me había pedido en matrimonio; pero, yo ama-
ba ya a Samuel de Sichem, hijo de un her-
MARÍA MAGDALENA 21
mano de mi padre; zagal más bello, no lo vie-
ron nunca, las montañas de Maggedo, ni los
valles de Safeo; crecido habíamos como dos
cervatillos gemelos, porque apenas de un año
me era mayor; nuestro amor, era hecho de
llamas suaves, que lentamente encendían
nuestras carnes, cuando vagábamos juntos,
bajo los limoneros en flor; entre las rosas de
oro de la tarde, cerca al lago glauco, donde
la luna hundía su blanco cuerpo de leche, co-
mo una virgen desnuda;
sus ojos, fueron mi espejo en las noches
calladas, cuando en los jardines obsesionan-
tes, yo, me miraba en ellos, como una estrella
en la cisterna profunda, y, él, se miraba en
los míos, como el sol de la mañana, en el re-
manso de un río;
en los largos crepúsculos languidecientes,
cerca a las blancuras lúgubres de los estan-
ques, o en la soledad florecida de las penum-
22 VARGAS VILA
bras, nuestros abrazos se multiplicaban y,
nuestras bocas se unían, en una dulzura ve-
hemente, que hacía sollozar el alma de la No-
che, que parecía cautiva de nuestros labios...;
al fin... un día...
sus manos libertaron las palomas de mis
senos, y se gozaron en ellos, haciendo empur-
purar el rojo de sus jacintos, con el rojo de
sus labios;
sus manos, como dos alas de amor, vibra-
ron sobre mi cuerpo, recorriéndolo en un dia-
pasón de caricias férvidas, y, mis carnes se
estremecían bajo ellas, como una mar bajo
el equinoccio;
los naranjales del jardín, llenos de sombras
azules, vieron las blancuras de nuestras car-
nes desnudas, que hicieron palidecer de en-
vidia, los nardos de Arabia, y los jazmines
de Bethania;
la yedra dorada de mis cabellos, se deshojó
MARÍA MAGDALENA 23
entre sus manos, cayendo sobre la dulce cur-
va de mis hombros, sirviendo de reposorio a
su cabeza, y, se ocultó en ella, como un pá-
jaro feliz, en el azur tremante de la selva;
nuestro idilio acabó violentamente;
una noche, lánguida y clemente, la luna y
él, entraron por la misma ventana hasta mi
lecho, y se durmieron en mis brazos, después
de haberme besado con una eternidad de be-
sos...
mi padre, nos halló así, el uno, en brazos
del otro, y, quiso matarnos;
él, logró escapar por la ventana abierta;
yo, fui víctima de las sevicias de mi padre,
que se encarnizó contra mi debilidad;
pocos días después, logré escapar del cas-
tillo de Magdalo;
tú, mi nodriza, que habías sido como mi
madre, después de la muerte de aquélla, me
seguiste;
. 24 VARGAS VILA
seis días y, seis noches, caminamos sin va-
gar, de Sinaí a Sichen, de Silo a Bethel, de
el Haramí a Sión...
entramos aquí, rendidas de hambre y de
fatiga;
nos dormimos en los pórticos del templo;
un viejo avaro, nos recogió y nos llevó a
su casa, miserable y sórdida;
él fué el primero, que, fuera de mi casa,
mancilló el lirio de mi cuerpo, con la baba
de sus caricias;
huímos de aquel lugar de miseria; huímos
y nos perdimos en la Noche...
¿después?
¿cuál fué la historia de mi belleza, esplén-
dida y fatal?
rodé de lecho en lecho, y, de abrazo en
abrazo;
de los más altos, a los más infames, todos
los hombres me poseyeron;
MARÍA MAGDALENA 25
los capitanes de guardias, como el último
de los centuriones, los mercaderes de Siria,
como los vinateros de Jericó;
todos enloquecieron de mi cuerpo, y tuve
sus cuerpos, sus almas, y sus riquezas, a mis
pies...
ascendí en la infamia;
tuve palacio, esclavos, y literas;
los jardines de mi villa, en las rientes co-
marcas nazarenas, vieron los filósofos de Ro-
ma, y los sabios de Grecia, los sacerdotes y,
los rabinos de Jerusalem, pasearse bajo sus
pórticos de mármol, y, los granados y los te-
rebintos de sus avenidas en flor;
las más bellas telas de Esmirna, de Tiro,
y de Emeso, cubrieron mi cuerpo;
tapices de Damasco, de Comagena, de Itu-
rea, se extendieron bajo mis pies, como al
paso de una reina;
las gomas lignificantes del Líbano, y las
126 VARGAS VILA
resinas más costosas de las riberas del Eufra-
tes, se quemaron en mis pebeteros de oro,
hechos en forma de mamilas, como los senos
úe Osiris;
el fulgor del oro de mis joyas, compitió
con el oro de mis cabellos, y para mí hicieron
el primor de sus cinceladuras los más hábiles
aurifabristas de Bizancio y de Palmira;
piedras fulgurales y, polirradiantes desa-
fiaron con su brillo exótico, el brillo de mis
ojos, y sus iris lapidarios, me envolvieron
como en una onda de luz;
llegué a ser amada del Tetrarca, y, mis ca-
prichos fueron leyes en Antioquía y Cesárea,
Sebaste y Juliade;
los pretores, compartieron mi lecho, felices
de anudar el hilo de perlas de mis sandalias,
o añadir un prodigio de las minas de Gol-
conda a mis diademas;
los nobles de Roma, como los de Judea, se
MARÍA MAGDALENA 27
disputaron mi amor, y dilapidaron sus fortu-
nas a mis pies...
hoy mismo, ¿no ves cómo el nuevo Pretor,
Pondo, me ha sentado a su mesa, y se disputa
mis favores?
todos, hasta el Gran Sacerdote, siguen con
•ojos codiciosos de Amor, el paso de mi li-
tera;
hasta Anas, el Saduceo, me ha mirado con
-complacencia, y me ha sonreído cuando mi
litera bajaba un día las suaves pendientes de
Betania; y fueron obsequio suyo, los peces
que se sirvieron a mi mesa, el día que inau-
guré mi Villa, en Tiberiades, cerca al lago
que refleja los jardines umbríos que lo ciñen
como mallas odorantes;
todos ellos fueron los mendigos de mis be-
sos, y a casi todos se los dio la triste mendi-^
cidad de mi corazón...
28 VARGAS VILA
todos tuvieron mi cuerpo, pero ninguno tu-
vo mi alma;
y, esa virginidad del alma, es la que lloro;
esa virginidad insaciable de mi corazón...
y, la cortesana calló...
su silencio, se extendió como una caricia
sobre la dulzura de las cosas, la tersura de
los mármoles familiares, el oro de la cúpula,
y, la ociosa languidez de las flores, inmóviles
en el aire calmado, sobre los grandes vasos
de alabastro;
con los párpados -entrecerrados suavemen-
te, la cortesana, parecía querer aprisionar al
mismo tiempo sus pupilas y, sus pensamien-
tos;
la rememoración de su vida, había conmo-
vido y removido todo su ser, tal una roca,
desplomada, en el silencio de las aguas quie-
tas;
inmóvil en los cojines, parecía un milagro
MARÍA MAGDALENA 29
de oro y púrpura, caído sobre la tierra en una
tarde de estío...
la sierva, con voz velada y calmada, le de-
cía:
—Gran dolor, es la falta de dolor;
porque nada os falta, os falta todo;
vuestra ventura os es insoportable, como
una pena; miseria de la Vida, es esa de que-
jarnos de ella a la hora de bendecirla; y es
torpeza delictuosa de la mano, esa de no sa-
ber hallar sino las espinas, en la rosa que
aprisionamos; crueles son las horas que em-
pleamos en martirizarnos a nosotros mismos;
cobarde insensatez del corazón...
¿qué os falta para ser feliz?
un hombre os ama por sobre todas las cosas
de la tierra;
Judas, de Kerioth, más que vuestro aman-
te, es vuestro esclavo; no espera sino el ama-
necer de vuestros sueños, para realizarlos;
30 VARGAS VILA
Judas es joven, es bello, es rico, ¿por qué
no lo amáis?
— El Amor nace, y, no ha nacido en mí el
Amor;
Judas, es bello, yo amo sus ojos de perven-
cha, su cuerpo de gladiador, hábil y fuerte,
su melena ensortijada, que parece un zarzal
en flor, perfumada, como una enredadera de
convólvulos;
pero, no amo sino su cuerpo; como él, ama
el mío;
nuestras almas no se conocen, no se han
visto nunca; tal vez no se verán jamás...
¡oh! qué bella cosa debe ser el beso de dos
almas que se hallan sobre los labios...
además, Judas, es romanizante; ha sido y
es de los amigos del Pretor; su padre ama
los romanos; en el país de Kerioth, su familia
es toda amiga de los cesares; y yo, no amo,
y no he amado nunca los romanos; permanez-
MARÍA MAGDALENA 3*
co hebrea, o mejor dicho, galilea — de tierra
de gentiles como nos llaman los de Sión, y
aquellos de Samaría — yo, oculto ese odio„
porque hoy toda la gente distinguida de Ju-
dea, es romanizante; sólo la canalla es rebel-
de; ella grita por boca de sus profetas, des-
arrapados y miserables;
— ¿Habéis oído hablar del último de ellos >
— ¿Cuál? ¿ese que se llama Juan, el Bau-
tista ?
— No, ése fué muerto, por orden del Te-
trarca, y su cabeza fué dada en premio a la.
Princesa Salomé;
éste se llama Jesús, y, es de Nazareth;
dicen que el espíritu de Dios, vive en sus
labios; que cura a los enfermos; exorciza el
cuerpo de los endemoniados; hace ver a los
ciegos, y andar a los paralíticos; y, última-
mente ha vuelto la vida a un muerto; a Lá-
zaro, el hermano de Marta y de María...
32 VARGAS VILA
—¿Marta?
—Sí; las hermanas del leproso, que cura-
do fué de su lepra, por manos del Naza-
reno...
— Marta... ella ama a Judas, según tengo
entendido, y, me culpa de haberle raptado su
amante, y, seguro que se consuela ahora con
Jesús;
¿es joven, es bello, ese profeta?
— Yo no le he visto nunca; lo oí una vez
que hablaba; pero la muchedumbre lo ocul-
taba a mis ojos; decía cosas divinas; nadie
ha hablado el arameo con más dulzura que
él, se diría que una tórtola de Seoul, arrulla
en su garganta;
— Los profetas, son muy divertidos, pero
son casi siempre locos peligrosos; sería agra-
dable oírlos, pero son desarrapados y asque-
rosos, y, la chusma que los sigue, es repug-
nante de suciedad y mal olor; y la banda de
MARÍA MAGDALENA 33
ese nazareno, dicen que es la más harapienta
y, más turbulenta de todas; mendigos, es-
tropeados, campesinos, y pescadores, que vi-
ven del merodeo y de las limosnas; yo al-
cancé a ver una vez esa chusma, que espera-
ba a su profeta, en el recodo de un camino,
cerca a Jericó, e hice que mis esclavos bus-
caran otra senda, para pasar lejos de ellos,
porque tiene muy mala reputación la banda
de miserables que siguen al vagabundo ga-
lileo;
— Dicen que él, es bueno, que él, es dulce,
amable a las mujeres y, a los niños; es hijo
de José de Eli, un carpintero de Nazareth;
tiene madre y hermanos, pero, ha abandona-
do su familia, para darse a la predicación;
— O, a la vagancia; es pintoresco ese va-
gabundo, que se llama Hijo de Dios, y Rey
de los judíos, y habla del reino de las al-
mas...
MAGDALENA.— 3
34 VARGAS VILA
¿dónde estará el Conquistador, que ha de
reinar sobre la mía?
— Helo ahí... dice Sara, indicando la figu-
ra de Judas de Kerioth, que aparece en el in-
tercolumnio del pórtico y, avanza entre las
zalemas de dos esclavas nubias, y las sonri-
sas de una flaminia impúber, que arroja pu-
ñados de arómatas, sobre los pebeteros me-
dio extintos...
todas, inclusive Sara, se retiran silenciosas,
con genuflexiones rítmicas, y se pierden co-
mo una armonía de formas, desapareciendo
en la sombra azul del vestíbulo, abierto como
el ojo de un cíclope, sobre las vastitudes de
la Noche...
joven y bello, de una belleza nerviosa y
felina, Judas avanza, en la tiniebla blonda,
donde las luces últimas del crepúsculo, ha-
cen revivir la flora de los mosaicos, y dan al
ángulo de la sala donde yace Magdalena, el
MARÍA MAGDALENA 35
aspecto de un larario donde durmiera un ído-
lo, cubierto de pedrerías...
viste, una túnica malva, bajo un manto
amarillo pálido, casi blanco; lleva joyas en
los dedos, y en las sandalias; imitador de los
romanos, como toda la juventud aristocrática
de Judea, peina cortos los cabellos ensorti-
jados, que le caen sobre la frente estrecha,
con una gracia de efebo; carente de barba,
apenas un leve bozo le sombrea el labio su-
perior, dándole un aspecto de medalla cesá-
rea, con la boca imperiosa, y lasciva, y la
mirada a la vez tierna y brutal ; avanza hasta
el lecho de cojines rojos, de donde emerge
María — la de Magdalo — como una flor de
esmaltes, e inclinándose tiernamente sobre
ella, la saluda con Amor;
luego, se coloca a sus pies, tendido tam-
bién sobre cojines; formando un ángulo, con
36 VARGAS VILA
la línea rígida del cuerpo de aquélla, que co-
mienza a acariciar...
í y, tomando en sus manos, uno de los pe-
queños pies, que reposan sobre el cojín, cal-
zados con sandalias de oro, ornadas de perlas
y amatistas, le dice con voz cálida y tre-
mante ;
— Este pie, es la paloma prisionera; yo, le
haré un nido de mis manos...
y, mirándolo con pasión...
—¡Cómo son bellas las azules venas, que
se extienden a lo largo!, parecen dibujadas
con sangre de las violetas de Byblos; se di-
rían las venazones de un vaso de alabastro,
que hubiese contenido esencias, al pie del
Tabernáculo... un lirio de cristal, en donde
juega un rayo de la luna...
sus dedos... un racimo de rosas en botón...
¿en qué sangre de claveles, se ha mojado,
la pulpa lilial de esos talones?
MARÍA MAGDALENA 37
¿de qué metopa, fué arrancado el mármol
de esta pierna? ¿la estatua de cuál diosa mu-
tilaron ?
acaricia lentamente, con una pasión golo-
sa, la carne de la pierna desnuda...
— La blancura de este mármol; el oro que
cae sobre él... pétalos de azahares, sobre una
copa de miel...
acerca los labios con pasión, y mientras ha-
bla va besando lentamente la pierna, hasta
la* rodilla...
— La azucena de tu carne, cómo turba mis
sentidos; eres un nardo viviente; no guarda-
ron las magnolias más tersura en sus pétalos,
ni el pecho de las palomas, más calor que tu
epidermis;
al llegar a la rodilla, sus labios tropiezan
con la mano de María, posada sobre el bro-
che de topacio;
comienza a besarla por los dedos, y sigue
38 VARGAS VILA
ascendiendo a lo largo del brazo, sus labios
hechos más inquietos y más expertos:
— ¿De qué lirios arrancaron estas fibras
victoriosas? ¿a qué cítara pentacorde arran-
caron para hacerlo, su cordaje de armonía?
¿son los pétalos de un lis? ¿son las cuerdas
de un laúd ? ¡ florilegios armoniosos del rosal
de los deseos; rosal ellos, todo en flor; su
contacto me extasía; cuando ellos acarician
mi cabeza, cuando entran en mi obscura ca-
bellera, se dirían serpientes eléctricas, que
me llenan de extrañas sensaciones... y, tus
brazos, y, tus hombros, y, el albor de tu gar-
ganta, donde canta un ruiseñor... los cisnes
hiperbóreos, no tienen las blancuras de tus
carnes desnudas; cuando ellos se hunden en
el río azul, no tiene su belleza fluvial, el en-
canto lilial, de tu seno de combas armonio-
sas, hecho con el perfume de las rosas, y pé-
talos de nardos de Beisán;
MARÍA MAGDALENA 39
recorre con sus labios hechos crueles, los
hombros y el cuello adorables, hasta besar
el lóbulo de la oreja, apretándolo, entre sus
labios convulsos de pasión...
— ¡Ah! Judas, que me haces mal, dice
Magdalena con disgusto; cómo eres sensual,
cómo eres bestial en el Amor...
— Y, ¿qué otra cosa es el Amor, que la glo-
ria de la bestialidad?.
— Tú, no amas sino mi cuerpo;
— Es lo solo adorable que hay en ti, como
en todas las mujeres... tus ojos, Magdalena,
son algas del océano; tus ojos, Magdalena,
son uvas de cristal; sobre el mar de tus ojos,
se extiende un incendio de cielo estival; deja
que yo me incline sobre ese mar... que yo
mire mis ojos en tus ojos, llenos de una atrac-
ción polar... que me sienta en ellos, vivir y
temblar... la noche verde de tus pupilas, bri-
llando de tu rostro sobre el pálido alabastro,
40 VARGAS VILA
semeja los canales de la luna, sobre el ya
muerto corazón de ese astro; tus miradas, si
me miran cariñosas, cantan en el pecho mío,
todos los madrigales del Estío, murmurados
al oído de las rosas... ante el oro glorioso de
tu cabeza, el Sol, es un tizón extinto y sin
belleza; de sus destellos no se haría una sola
hebra de tus cabellos; tus labios, Magdalena,
son ánforas de fuego, repletas del vino del
divino pecado original; son rosas del Orien-
te, que guardan el perfume de un bosque mis-
terioso, lleno de calma sacerdotal;... tu cuer-
po, es como un lirio bañado de rocío, que se
alza sobre el valle, a la hora matinal...
se abraza a ella, con un ademán de pasión
brutal, y, le dice, con una voz ahogada de de-
seos...
— Deja que bese, muy poco a poco, tu
cuerpo blanco, tu cuerpo loco, lleno de tan-
to secreto encanto, y tan ardiente como el
MARÍA MAGDALENA 4r
Siroco; tu cuerpo, que tiene los atractivos, lu-
juriantes y vivos, los fulgores y, los ardores,,
de una selva del África ecuatorial...
— ¡Ah! Judas, me haces mal, dice Magda-
lena, con una voz que se hace triste, ante et
i deseo voraz del joven, que ella parece no
compartir en esa hora; besas como una fiera;
— Yo quisiera ser eso, para devorarte, en
cada beso...
ese ardor salvaje y brutal, parece turbar
la hora romántica de la cortesana, que tem-
blando bajo los abrazos, dice con una voz de
desaliento, llena de una amargura intensa...
— Judas, tú no tienes una alma;
— ¿Una alma? ¿qué es eso?
— Algo bello, algo sutil, algo impalpable^
como el perfume de una rosa de Efeso;
— Y ¿has visto tú el alma?
— No, ¿has visto tú, el perfume del áloer
que se consume en ese pebetero de cristal?'
•42 VARGAS VILA
ésa es el alma, invisible, inasible, inmaterial;
el alma se siente, no se ve; yo la siento vivir
en mí, llorar en mí, y, a veces canta dentro
de mí, un loco cántico de Esperanza; ella,
turba la calma de mis noches; ella vela so-
tare el sueño mío; ella llena mis horas de re-
proches, y, mis horas de hastío... ella des-
pierta en mí, reminiscencias y perspectivas
de cosas muy bellas, de cosas muy graves,
<ie cosas furtivas y, de cosas suaves, como
alas de aves fugitivas... el placer de mi cuer-
po me cansa, el placer de la carne me hastía;
yo quisiera el placer de las almas, el placer
<de los sueños más puros, el placer de las co-
sas ideales, que pasan como caricias sidera-
les sobre el seno de los cielos obscuros; ¡el
placer de las almas!... ¡las almas!... ¡cuánto
diera yo, por encontrar una alma; una alma
en mi camino; el resplandor divino!... yo
siento que hay una alma que me busca, una
MARÍA MAGDALENA 43
alma que me llama, una alma que espera, que
yo deje de ser la prisionera de la llama;...
yo siento llamadas desesperadas hacia cosas
ignoradas;... una voz que me llama y no me
responde, y, me ordena marchar... ¿hacia
quién? ¿hacia qué? ¿hacia dónde?
— Magdalena, esas palabras en tu boca,
-son cosas locas; ¿quién te ha hablado de esas
cosas tenebrosas? ¿quién se goza en apesan-
tar las alas primorosas de las mariposas? su
destino es volar ante las rosas; su destino, no
es filosofar; libélula de amor y de belleza;
¿ quién puso en tu corazón esa tristeza?
¿ quién te ha dicho, esas cosas sin nombres,
nacidas del capricho vagabundo de los hom-
bres?... ¿el alma?... el alma del mundo es
el Amor; él, nos cría, él nos alimenta, él nos
mata; no seas ingrata hacia el Amor; abeja
de oro del Amor, ven al panal ; ven, apura en
mis labios, el sabor de la pasión carnal; ven,
44 VARGAS VILA
y apura en ellos, el jugo de la vid bestial,
el único que aplaca la sed animal, del siti-
bundo corazón del hombre...
y, como si quisiera ahogar todo nuevo ar-
gumento, la abraza con locura y, se prende a
sus labios, para ahogar en ellos, las palabras,
sellándolos con besos desenfrenados...
Magdalena, tiembla entre los brazos sen-
suales, con una gran tristeza en la mirada;,
tristeza de pájaro prisionero entre la red;
y, se deja amar, indiferente al vértigo ase-
sino que la martirizaba...
en el silencio musical parece caer una llu-
via de cenizas...
Afuera, se oye un vago rumor de muche-
dumbre, que en la dulcedumbre de la hora
que desmaya, suena como un lejano rumor
de mar, sobre una playa;
ya la luz estelar alumbra el aposento, y,
los cielos de argento, y el pálido olivar, que
por la ventana se ve platear en la colina cer-
cana;
el rumor se aproxima; lentamente se ave-
cina...
voces de hombres, voces de mujeres, voces
de niños, rompiendo los divinos armiños del
silencio nocturno;
46 VARGAS VILA
Magdalena, alza el rostro taciturno, aparta
a su amante, y presta atención al rumor an-
tes distante, y, que ahora, está ya cerca;
puesta en pie violentamente, se acerca a la
ventana;
Judas, la sigue de muy mala gana, indig-
nado contra el rumor importuno, que viene
a turbar su hora de Amor...
acodados en el mármol del barandaje, se
inclinan hacia la gran noche salvaje, y, la
calle estrecha, llena de rumores...
él, le ciñe el brazo al talle y, continúa en
hablarle de amores;
ella, avanza el busto hacia afuera, y su ca-
bellera semeja una oriflama desplegada en la
noche, una llama, tendida hacia la sombra...
la turba se aproxima;
niños desarrapados la preceden, con cla-
mor infernal, mujeres tristes o exaltadas, los
siguen, rumoreando entre ellas; multitud ha-
MARÍA MAGDALENA 47-
rapienta de viejos, de mendigos, de balda-
dos; hay lisiados entre ellos, y, roídos por la
lepra; multitud asquerosa y, mal oliente, de-
rostros hoscos y, patibularios; baja plebe vo-
ciferante, hablando entre sí, rudos dialectos^
en la mayoría sirios y árameos;
como buenos amigos del hombre, los pe-
rros siguen el cortejo;
en medio de él, busculado y codeado por
todos, marcha un hombre joven, pequeño de
talla, el tinte oliváceo, natural a las razas si-
ria, fenicia y caldea, que pueblan la Galilea,,
de donde es oriundo;
los cabellos castaños mal peinados, le caen
en bucles desordenados sobre los hombros,
con el desaseo natural a los hombres de su
secta y de su raza;
la barba escasa, hace uno como cerco de-
oro oxidado, el rostro demacrado; rostro de
asceta;
48 VARGAS VILA
ojos tristes, color de violeta;
una gran mansedumbre en la mirada, llena
de ensoñaciones de poeta;
la boca infantil y, graciosa, llena de una
dulzura misteriosa;
una gracia femenil de retardatario, se ex-
tiende sobre su cuerpo y sobre su rostro de
apóstol visionario;
mal trajeado; sucia la túnica de lino;
raído el manto, cubierto por el polvo del
camino;
las sandalias en ruinas; y, lacrados sus pies
de peregrino;
camina entre la muchedumbre, con aire de
fatigada mansedumbre;
sonríe a los viejos, acaricia a los niños, y
habla a sus madres, que parecen agradecer
esos cariños;
así, bajo la gran calma lunar, aquella turba
MARÍA MAGDALENA 49
en marcha, se diría, una tribu camino del
Aduar;
—Es Jesús, dice Judas, viendo ya próxi-
mo el grupo de gentes; es el hijo del car-
pintero de Nazareth, que ahora ejerce de
Profeta, entre las gentes sencillas; ¿no ves
su comitiva? gentes de Bethania, de Galilea,
de Tiberiades, vagabundos y mendigos que
infestan la comarca; es un loco inofensivo,
que se dice «Hijo de Dios», y embauca las
gentes con el decir de sus parábolas obscu-
ras; los romanos ríen de él;
— Los romanos ríen de aquel que no ma-
tan...
— ¿Por qué matar a ese teómano tierno, cu-
ya locura no se ejerce sino en las filas de la
más baja judería?
desprecio, es lo que inspira a los romanos,
ese megalómano trashumante... y, su chus-
ma de secuaces...
MAGDALENA. — 4
50 VARGAS VIL A
— Es natural, que el conquistador sienta
el desprecio, de su conquista, y, mucho más,
cuando es tan abyecta, como la de Judea; los
romanos, nos desprecian a todos, aun a aque-
llos que, como vosotros los romanizantes, os
decís sus amigos, y, acabáis de deshonrar la
servidumbre a fuerza de extremarla;
Judas, sintió el dardo de esas palabras, y,
sonrió.
— Magdalena, se ve bien que eres de Ga-
lilea, tierra de gentiles, y de rebeldes, mira
tu Rey, la dice, abrazándola de nuevo, e in-
clinando sus dos bustos enlazados hacia la
calle;
en ese momento, la chusma se detiene, re-
molinea como un rebaño, del cual tiene el
nauseabundo olor...
hay una quietud vaga, llena de anhelos y,
de presentimientos;
la espera de la palabra se hace solemne...
MARÍA MAGDALENA $1
Magdalena, ya no oye nada, no ve nada,
sino la blanca figura del Profeta, su barba
virgen, su palidez de cirio, y el azul de sus
ojos, llenos de un lejano resplandor de mar-
i
tirio... j
el Nazareno habla, su voz es lenta y,
grave...
su mano, muy blanca, muy tenue, muy sua-
ve, traza en la penumbra curvaturas del ala
de un ave...
su palabra parece escapada de un cofre de
sándalo...
habla contra el Escándalo...
— ¡Ay de aquel, dice, que escandalizare a
un pequeñuelo!... y, mira a los niños que
ríen a su lado, con rostros de rosas, con ojos
de cielo;
hermanos de luz, parece decirles, con voz
muy tierna, su voz de consuelo, que vibra en
el aire como un ritornelo...
52 VARGAS VILA
— Más le valiera, continúa, que le atasen
una piedra de molino al cuello, y, lo arroja-
sen al mar...
Magdalena, absorta, quieta, apenas si res-
pira, mira, mira, mira, o mejor dicho, devora
con sus ojos al Profeta...
Jesús, como tocado de un estremecimiento
extraño, que enternece la rigidez de su rostro
de asceta, alza maquinalmente los ojos hacia
la ventana, donde la cabellera de Magdalena,
hace reflejos de una llama en el vacío, como
dos grandes alas de oro, en el espacio si-
lente...
el Cristo, deslumhrado, mira aquella belle-
za que parece transfigurada, aquel rostro di-
vino, sobre el cual corren las perlas diáfanas
de un llorar sin ruido y, sin sollozos;
la mira fijamente, tenazmente, como bus-
cando su alma a través de aquellas lágrimas
MARÍA MAGDALENA 53
ardientes, que parecían vertidas por él, y,
dice...
— Yo, soy aquel Pastor que busca las ove-
jas extraviadas; mi -padre, que está en los cie-
los, me ha enviado para ello...
mis corderos escucharán mi voz; yo, los co-
nozco, y ellos me seguirán;
venid a mí, todos los que estáis fatigados
y, cansados; yo os aliviaré; vosotros encon-
traréis reposo en mí;
en verdad os digo, que aquel que me siga,
ése tendrá la gloria eterna, y aquel que me
confesare ante los hombres, yo lo confesaré
ante mi Padre;
quien ama a su padre o a su madre, más
que a mí, ése, no es digno de mí...
aquel que deje para seguirme, su casa y
sus bienes, su padre, su madre, sus hermanos
y, sus hijos, ése entrará en posesión del reino
de mi padre;
54 VARGAS VILA
si aquel que viene hacia mí, no odia ni su
padre, ni su madre, ni su mujer, ni sus hijos,
ni sus hermanos, ni sus hermanas, ése no fue-
de ser mi discípulo;
aquel que debe venir a mí, oirá mi palabra
cuando le digo: toma tu cruz y sígueme;
y, diciendo esas palabras, alza la mano im-
periosa hacia la ventana, como si la mano
exangüe y, acariciadora, se hubiese conver-
tido en una garra de cristal...
Magdalena, deslumbrada, estremecida, re-
trocede, echando el busto hacia atrás, como
si aquella mano fuera a asirla, a romperla, a
despedazarla...
reclina la cabeza en el hombro de Judas, y
cierra los ojos, y, murmura:
— ¡Cómo es bello! ¡cómo es bello! en sus
ojos, hay matices de una noche sideral; sus
palabras son aromas, y, sus manos dos palo-
MARÍA MAGDALENA 55
mas, que abren el vuelo nupcial, bajo un cielo
estremecido, a orillas de un mar vernal;
Judas, mira con desprecio, al plebeyo, des-
arrapado, que le parece un necio; y, ve con
placer la turba gris, que se aleja, devorada
por la sombra, como por un horizonte de ce-
nizas...
en el silencio misterioso, se siente vibrar
las cosas, como miradas de alas estremeci-
das...
Magdalena, tiembla, con los ojos cerrados,
llenos de lágrimas, el rostro tendido hacia la
gran noche palideciente; como prestando
oído al último eco de la voz del Profeta, que
se aleja;
su palabra parece haber dejado en la es-
tancia, un perfume más fuerte que el de los
teberintos del jardín, y, el aceite de Byblos,
que en una lámpara de oro, arde ante el lara-
rio;
56 VARGAS VILA
Magdalena, soñadora, parece seguir una
visión fascinadora, vagabunda en la Noche;
sus ojos reverberan, con luces de una pa-
sión extraña, luces de Esperanza, blancas,
como la de una estrella sobre la montaña;
hay añoranzas de purezas, en aquellos ojos,
hechos uno como divino océano de tristezas,
en los cuales parece haberse hundido un sol
melancólico, caído de los ardientes cielos del
trópico;
algo canta en su alma, con voz sonora;
perdura la voz acariciadora del Nazareno,
con ternuras de bálsamos y crueldades de un
veneno;
mira en la sombra, como si buscase la si-
lueta del Profeta, reflejada en la alfombra,
o sobre los mosaicos desnudos;
los dos amantes, permanecen mudos;
Judas, meditabundo, parece lleno de un
rencor profundo;
MARÍA MAGDALENA 57-
están juntos, y, sin embargo, lejanos; sus
manos no están ya unidas; permanecen iner-
tes y separadas como sus vidas;
se diría que la sombra del Galileo, se alza
entre ellos, para separarlos como un muro;
aquel hombre, es ya un dios Término, que:
limita sus corazones;
su palabra, ha caído entre ellos, como una
simiente destructora;
la pecadora, inclina la cabeza vencida, co-
mo si viese correr la sangre de una herida,,
abierta en su corazón;
su cabellera en desorden, es como una guir-
nalda, haciendo halo a sus ojos de esmeralda;.
ojos que continúan en llorar;
Judas, impaciente, le pregunta; ¿por que
lloras, María?; ¿las palabras del Cristo, te.
han hundido en la Melancolía?
— ¡Bendita sea su palabra!, dice ella; su
palabra ardiente, como una llama; pero, yo no»
58 VARGAS VILA
amo su palabra que me llama; no amo el nim-
bo obsesional de su tristeza; lo que amo, es
5u belleza; joh! Judas, ¡cómo es bello el Pro-
feta! ¡cómo son bellos sus ojos de miosotis,
y su esbeltez de asceta! sus ojos son dos lagos
.sin borrascas; ¡ay! pero sin ternuras... o al
menos con ternuras anónimas hacia las mu-
chedumbres; las mansedumbres de sus ojos,
carecen de fuego; mirando a las mujeres, pa-
rece un ciego; dice que no las ama; ¿podrá
faltar esa aureola, a su cabeza coronada de
ensueños?... ¿qué queda del Hormbre sin el
Amor?... un alma de crueldad, o un alma
de Dolor...
y, calla, la Pecadora, como temiendo al eco
<de su palabra reveladora;
— Magdalena, le dice Judas, con la voz
llena de temblores; tú, que has fatigado to-
dos los amores, ¿por qué hablas ahora así?
MARÍA MAGDALENA 59
.¿que ha hecho nacer en ti, la palabra de aquel
teómano soñador? ¿qué nuevo amor?
— El amor de la Belleza, que encierra toda
la belleza del Amor;
— Ten cuidado, Magdalena, ten cuidado,
si la gracia nazarena te ha tocado; yo, rompe-
ré ese hechizo; ¡ay del Krofeta si se alza entre
Jos dos!...
— ¿Qué te hizo el Enviado de Dios?
— Dios no tiene enviados, y menos ese em-
baucador de muchedumbres, curandero am-
bulante de la plebe; lo que te mueve hacia
•el, no es su doctrina, embrionaria y, parabó-
lica, que él llama ((palabra divina» ni sus fal •
sos milagros de farsante, hechos para enga-
ñar la turba trashumante; lo que te seduce en
el Galileo, es su figura; lo que sientes, es el
torpe deseo de su hermosura...
— Es verdad, yo no recuerdo sus palabras,
no podría repetir lo que ha dicho, pero su
6o VARGAS VILA
figura, ésa no se borrará ya de mi memoria,,
con su halo de gloria, y, la fascinación de su
ascetismo...
— Magdalena; ten miedo del abismo;
— Para defenderme, yo sola me basto; ¡qué
bello debe ser seducir a un hombre casto! ¡el
beso de un Santo!
¡qué divino encanto debe sentirse al reci-
birlo!... ¡al ultrajar su cuerpo; al sedu-
cirlo!...
— Calla, Magdalena, calla, tu impudor me
da pena, y me fascina; tu lascivia, tiene algo
de canalla, que me repugna, y al mismo tiem-
po me avasalla; tu deseo, por el Galileo, no
me da celos; primero gozarás los cielos que
él promete, que el primor de su cuerpo; no
has de tenerlo; mujeres tan bellas como tú,
no han podido vencerlo; inútil ha de ser tu
perversidad, vano tu empeño; no ajarás el
lirio de su castidad, ni cortarás las alas de su*
MARÍA MAGDALENA 61
Ensueño... ven, Magdalena, ven, que yo soy
bueno, y aplacaré en tu sangre los ardores que
■despertó en ella el Nazareno...
quiere abrazarla, quiere besarla, llenas las
manos de caricias, y las miradas de implora-
ciones mudas...
ella, lo rechaza, con brusquedades rudas;
— No, ahora no, déjame esta noche;
— Magdalena, gime él, con cólera y repro-
che... Magdalena, lo repito, ten cuidado si la
gracia del Nazareno, te ha tocado...
ella, calla indiferente a la voz airada, su
mirada perdida en el seno profundo de la no-
che estrellada...
la gran noche, llena de fulgores estivos,
-que se extiende como una caricia, sobre la
gracia nubil de los olivos, y sobre el vago
sueño de las cosas, que la luna decora de
perspectivas maravillosas;
62 VARGAS VILA
Judas, herido en su orgullo, es ahora como-
de nieve;
no habla, no se mueve, no implora las cari-
cias ni los besos;
los excesos del rigor lo hacen rencoroso y,
frío;
vuelve el rostro sombrío, y, se va implaca-
ble y taciturno... se diría un fantasma, en eL
confuso resplandor nocturno;
sus pasos suenan en el espacio octagonal,,
lleno de un silencio sepulcral;
Magdalena, permanece absorta; la clari-
dad de su visión la inunda;
oye la voz profunda de su corazón; tan ab-
sorta está en su emoción, que no ve a Judas
que se aleja...
a Judas... que va ahogando en su corazón,.,
el estertor siniestro de una queja;
un ruiseñor canta;
MARÍA MAGDALENA 65
su canto llena la soledad, viuda de los amo-
res del sol;
la luna es como una llama de alcohol, pren-
dida en las palideces del cielo...
el vapor del lago, semeja una nube de in-
cienso;
gime el corazón de la Soledad, en los gran-
des jardines del Silencio....
Magdalena, queda solitaria, tributaria de
una gran agitación interior;
un fervor de éxtasis, brilla en sus ojos, don-
de el demonio de la concupiscencia, parece
agrandar la sombra del antimonio de Azrrael,
que aumenta la transparencia de su piel, he-
cha febricitante;
la incitante boca, tiembla, ardida por un
deseo homicida de ósculos invisibles;
ansias incontenibles agitan sus senos so-
beranos;
tiemblan sus manos, como palomas enfu-
MAGDALENA. — 5
66 VARGAS VILA
recidas, y, deshojan los pétalos de las flores
adormecidas sobre su pecho trémulo;
un mudo y violento sentimiento la devo-
ra... y tiembla como una rosa bajo la au-
rora...
una aurora en su alma se levanta;
¿qué pájaro divino canta en su corazón?
la sonora canción tiembla en sus labios en
celo, como una estrella caída del cielo en las
soledades del mar... y arde como la ceniza de
la tarde, én el panorama crepuscular;
el alma omnipotente del ausente, llena su
soledad, con su blanca y ambigua majestad;
su figura beatífica, parece extender sobre
su alma, y sobre la sombra, los blancos plie-
gues de su túnica; la visión de Jesús, la ob-
sesiona;
la corona de pensamientos de aquella fren-
te triste, la reviste ante sus ojos, de una in-
mortal aureola;
MARÍA MAGDALENA 67,
y, ante esa visión, su alma está de rodillas,
abandonada y, sola...
el eco de las palabras del Profeta, suena
en su alma inquieta, como una música grave;
ella no sabe el sentido de la parábola mís-
tica, pero, es la voz, la dulce voz profética, la
voz del hombre, la que suena en los limbos
de su espíritu, en una armonía sin nombre;
es la Belleza, la belleza humana de Jesús,
hecha de ámbares, de oros y de luz, la que ha
vencido la cortesana, que piensa en él, con un
deseo inexhausto, con un brutal delirio;
sueña en violar ese lirio, ese divino lirio
de holocausto;
y, grita su deseo impotente; asesino como
una espada luciente;
— Bello Nazareno, pastor dejas almas, que
van por las sendas, y, por los caminos, tur-
bando las calmas de los divinos ponientes, y
a las gentes dices cosas admirables para sus
68 VARGAS VILA
fervores, para sus dolores, siempre inagota-
bles;
4 divino romero de la romería más apasio-
nada, ven al alma mía, que está desolada,
desde que te vio;
¡hora malhadada!
¿por qué te vi yo?
yo, sé que eres bello, yo sé que eres triste. ..-
no sé qué dijiste, pero, es el destello de tu
cabellera, y tu barba blonda, el que yo siguie-
ra por la tierra toda;
no es la primavera de los madrigales, que
tú vas diciendo para los mortales en conso-
lación, la que yo codicio...
sobre el precipicio, yo vi los rosales de tu
Profecía, abrirse temblando cerca al alma
mía...
no son sus perfumes los que busco yo; son
tus ojos bellos, llenos de tristeza, tus ojos
MARÍA MAGDALENA 69
azules como dos turquesas, los que yo mirara
indefinidamente...
¡soles misteriosos, soles sin poniente, que
tienen la sombra, la melancolía, de los gran-
des astros en la lejanía, en las aguas quietas,
cuando muere el día!...
grandes ojos crepusculares, llenos de cal-
mas lagunares...
¡oh tu boca, que provoca las mil ansias del
deseo !
¡oh tu boca, Galileo!
tu boca me ha vuelto loca de Deseo...
¡labios rojos, labios tibios! ¡cuántos ali-
vios guardarás para las ternezas !
¡divinas fresas, de las ansias mías! ¡quién
las devorara! ¡quién las agotara! ¡quién san-
grar hiciera el fresal divino de tu boca en
flor!...
tu cuerpo, que tiene temblores felinos, bajo
los lirios de tus vestiduras, revela que hay
70 VARGAS VILA
en él, la fuerza y la vida, del arco enhiesto,
y la ballesta tendida; y la virilidad esquiva
y bravia, del león joven de la serranía;
y, esa tu cabeza, llena de tristeza, como el
monte blondo ceñido de azul; ¡divina colina,
donde el sol declina, en excelsitudes de oros
y de tul;
¡esquiva cabeza, arca de belleza! ¡quién la
abrazara! ¡quién la besara! ¡quién la tuviera
sobre este seno, la vida entera!...
¡oh! quién te pudiera ver, rendido al ama-
necer, tras una noche de amor... temblando
en mi seno, ebrio del veneno de mi cora-
zón...
divino Profeta de boca divina; yo no sé
nada de tu doctrina, ni quiero saber;
apenas sé tu nombre; y, para mí, no eres
sino un hombre, el más bello hombre que ha
aparecido en mi camino...
MARÍA MAGDALENA 7*
tú eres mi estrella; tú, mi Destino...
yo seguiré tu huella de peregrino; iré para
llevarte mis amores, a través de tus sendas de
dolores;
seré de la obscura muchedumbre, que va
siguiendo tu mansedumbre por los valles y
los collados, y te oye en la ribera de los lagos,
bajo los grandes cielos estrellados...
oír tus palabras, buscando tras ellas tus la-
bios...
los agravios de mi Deseo, buscarán tu be-
so, más que tu palabra, ¡oh Galileo!...
Brilló la aurora, con luz indecisa, como
una caricia de luna sobre la ceniza de un
monte recién quemado para la roza... y, halló
dormida a la cortesana, como una estrella en
el candor de la mañana;
72 VARGAS VILA
revuelto el lecho;
los brazos cruzados sobre el pecho, come
si aprisionara en ellos un escudo...
soñaba que abrazaba la cabeza de Jesús,
contra su cuerpo desnudo.
El cielo opalecía;
temblores de grana tenían los celajes, so-
bre la lejana fantástica curva de la serra-
nía...
languidecían los blandos paisajes, en h
calma suave, calma vespertina, de la hora di-
vina del atardecer...
agonía del día que sucumbía con ternuras
de mujer;
en la hora evanescente, la gracia adoles-
cente de los olivos, formaba grupos medita-
tivos, en la pendiente del monte;
74 VARGAS VILA
horizonte blondo;
sobre el hondo azul del lago, el perfil vago
de las nubes, fingía niveos vellones;
el candido rebaño se obscurecía al borrarse
■sobre las olas color de estaño;
el valle, era verde, un verde armonioso de
t>aja marea;
a lo lejos, la aldea tranquila, blanca, pare-
cía bañada de calma lunar...
en las faldas de las lomas, las casas que se
"veían, parecían palomas dormidas en una
torre de cristal;
bajo el oro de esa luz, en el paisaje divino,
en un recodo del camino, platicaba Jesús;
rodeábalo su público habitual de desarra-
pados, pobres, campesinos alucinados, men-
digos, peregrinos atardecidos por los cami-
nos, pescadores, niños bellos y harapientos,
mujeres sencillas, y, algunos espíritus violen-
tos;
MARÍA MAGDALENA 75
sentado en el tronco tumbado de un árbol,
doctrinaba;
hacía parábolas y la gente, extasiada, lo
escuchaba;
de súbito, por el caminó viniendo de Sión,
se vio aparecer un grupo de dos mujeres;
la una, marchaba adelante, con un paso
.grave, rítmico, ondulante...
Ja otra, la seguía con reserva;
se veía bien que eran, el ama y la sierva;
esta última, traía sobre el hombro una án-
fora de cristal, con asas de plata, en la cual
hacía visos un líquido opalino;
se diría que aquella ánfora, era una inmen-
sa ágata;
pronto las dos mujeres, estuvieron cerca
del gentío que rodeaba al Profeta; la multi-
tud inquieta, se volvió para mirarlas;
la más joven, avanzó confusa, vestida de
76 VARGAS VILA
rojo, parecía un tulipán, ondulante en la luz
(difusa...
cubría su cabeza y, su cara, con un velo de
gasa transparente;
era insolente, el lujo que traía;
un fulgor de pedrería circundaba sus bra-
zos, y su cuello, y se enredaba como sierpes
de luz, en su cabello odorante, como si fuese
una flor; se diría, un bosque de amor, que
exhalara su olor, en el corazón cobarde de la
tarde...
un jardín tenebroso bajo las estrellas;
las huellas de sus pies, parecían dejar urr
resplandor de oro, bajo sus sandalias, en las;
cuales, los pies desnudos emergían, como pé-
talos de azaleas;
a través del velo, se alcanzaban a ver sus
ojos fulgurantes, como un cielo, lleno de cla-
ridades otoñales; y el cabello reverberante,
con una reverberación de trigales en estío..,
MARÍA MAGDALENA 7£
la muchedumbre la reconoció...
hubo un rumor sordo de hostilidad, mi-
radas agresivas de bestialidad enfurecida;
gestos de fiera sorprendida, luego gritos:
— Fuera, fuera, fuera la Pecadora...
las manos brutales se extendieron hacia
ella, le desgarraron el manto...
todas las bocas la insultaban, como lobos
-que aullaran a una estrella...
Jesús, se puso en pie, avanzó hacia el tu-
multo, para salvar a la mujer maltratada, y
dijo:
— ¿Quién es esa mujer? ¿por qué la mal-
tratáis? dejadla llegar a mí; ¡ay de aquel que
detenga la oveja que viene hacia el pastor!
ése verá los lobos, devorar su rebaño y devo-
rarlo a él; porque él, mermó el rebaño de mi
padre, y, lapidó la oveja extraviada que vol-
vía al redil;
78 VARGAS VILA
— Maestro, dijo una mujer; ésa es la Peca-
dora;
—Y, ¿quién es la Pecadora?
—La Meretriz...
— Y ¿qué es la Meretriz?
— Aquella que prodiga el Amor;
— El Amor... y, ¿cuál de vosotras, no ha
dado, no da, o no dará el Amor? ¡ay de aque-
lla que no da el Amor! ¡su vientre estéril, no-
florecerá jamás! el rayo que secó las higueras
del Cedrón, no fué más cruel que la maldi-
ción que caerá sobre ella... ¡ay de aquella
que ignoró el Amor! ésa ignoró la Vida; y,
por haber ignorado el reino del Amor que
está en la tierra, ella no entrará al reino de
mi Padre, que está en los cielos;
la muchedumbre, remolineando, se había
apartado, y, Magdalena avanzó, sola y con-
fusa hacia el Maestro;
su velo desgarrado dejaba ver su rostro
MARÍA MAGDALENA 79'
descubierto, enrojecido de emoción; sus ojos
tristes bajo la vergüenza; sus labios temblo-
rosos de pasión;
— Ven a mí, mujer, dijo el Profeta; ¿cuál
es tu crimen?...
— Señor: yo soy una hembra de Amor; yo,
di mi cuerpo a los hombres;
— La mujer es nacida para el Amor, y el
cuerpo de la Hembra, es hecho para el cuer-
po del Varón; sin eso, moriría el mundo; aquel
que se ayunta en amor, ése cumple las leyes,
de mi padre; y sólo aquel que no se da al
Amor, ése las viola; sólo no amar, es crimen,
en Amor; ¿cuál otro fué tu crimen?
— Señor, dijo una mujer obesa y desden-
tada, con un resplandor felino en la mirada;,
ella roba el cariño de los esposos, y los aparta,
de los lechos conyugales;
— Ella seduce a los hijos de familia, y los
8o VARGAS VILA
arruina con sus caprichos fatales... dijo otra,
con una voz de madre desolada;
— Ella aparta los prometidos de los brazos
que los esperan, dijo otra, con una gran voz
de pena;
los hombres callaban y, miraban la Mag-
dalena, blonda y luminosa, que a la sombra
de un árbol, parecía una rosa, bañada por el
rayo de una estrella...
los más jóvenes se agrupaban y decían;
]qué bella! y la miraban con ojos de lasci-
via...
en la luz tibia de la hora, era como un imán
la Pecadora;
todas las miradas convergían hacia su
cuerpo adorable... miradas de odio de las
mujeres engañadas, miradas de envidia de
las desheredadas de la Belleza, miradas de
desprecio, miradas de reproche...
MARÍA MAGDALENA 81
ella, las recibía con la indiferencia fría de
la noche;
no tenía ojos, sino para Jesús, y lo miraba,
como un f aleño fascinado por la luz...
éste, continuaba en hablar a las mujeres
hostiles, y les decía:
¿Por qué queréis lapidar a esta mujer?
¿porque ha amado? el Amor hace puras las
creaturas; ¿por qué maldecís esta hija del
Amor? ¿de qué vientre habéis nacido que no
haya sido fecundado por el Amor, en el mis-
mo gesto que reprocháis a esta mujer? ¿qué
pasión os engendró, si no fué el Amor? ¿cuál
de vosotras, no ha conocido, no conoce, o no
conocerá el Amor? haced excepción de estos
pequeñuelos que sin saberlo van hacia él, y,
decidme, ¡oh! mujeres de Sión y de Naza-
reth, de Cafarnaún y de Bethania, ¿cuál de
vosotras no ha suspirado de Amor o por el
Amor?... ¿cuál de vosotras no bendijo el
MAGDALENA. — 6
82 VARGAS VILA
Amor, cuando el varón vino a dároslo, y sen-
tisteis palpitar vuestros flancos santificados
por la pasión? ¡oh vírgenes que tenéis la cas-
tidad de un lis! no maldigáis la Pecadora,
porque vosotras soñáis en ser como ella, por-
que vosotras soñáis con el Amor; si todas vos-
otras, nacisteis del Amor, vivís en el Amor,
¿por qué queréis lapidar a esta mujer, cuyo
único crimen fué el Amor? el crimen vues-
tro... de vosotras la que esté sin pecado, tirad-
le la primera piedra... dijo el Cristo, y to-
mando por un brazo a Magdalena, la empujó
violentamente ante la Multitud...
ésta, retrocedió asombrada...,
se oyeron rodar las piedras que caían de
las manos, como un rosario de guijarros que
se hubiese roto, y sus cuentas cayeran a
tierra...
entonces, Jesús extendió su mano, hacia la
Magdalena, que temblaba, y le dijo:
MARÍA MAGDALENA 83
— Ven, mujer, tú fuiste la ofrenda de la
Naturaleza a la Vida;
en ti los hombres conocieron el secreto pro-
fundo de la carne;
sobre tu vientre de oro, entre tus brazos de
nardo, el hombre gozó el Amor, y, conoció el
rito por el cual viven los hombres y los dio-
ses;
tu vientre fué un altar, en cuya ara, se jun-
taron todos los creyentes, para hacer sus obla-
ciones; templo abierto a todos los peregrinos
de la tierra, a él llegaron los soldados de Si-
ria y los de Roma, los mercaderes de Esmir-
na, y los del Eufrates, los que vinieron del
corazón del Asia, y los que llegaron de más
allá del mar...
tú fuiste la fuente, en que el deseo del
Hombre apagó su sed;
¡bendito sea ese vientre!...
las mujeres asombradas, retrocedían, se
84 VARGAS VILA
agrupaban, murmuraban entre sí, como si te-
miesen que el joven Profeta, hubiese enlo-
quecido, por un hechizo de la Pecadora;
— No os asustéis, mujeres de Judea, dijo
el Maestro, porque os digo que todas vos-
otras, habéis deseado, deseáis, o desearéis el
Amor;
todas os habéis dado, os dais, u os daréis
a él, porque ése es vuestro Destino, y, la vo-
luntad de mi Padre, os creó para el Amor;
perpetuar la vida por el Amor, es el solo
fin de la Naturaleza;
no pecar, es el único pecado en el Amor;
sólo aquella que no peca, ésa es la Peca-
dora ;
sólo aquella que no da el Amor, y no se da
al Amor, ésa es la Meretriz... ésa es la aman-
fe del Mal, y la esposa del pecado;
su vientre, es una playa maldita, de la cual,
el náufrago mismo se aparta con horror.. .>
MARÍA MAGDALENA S$
, los pezones de sus senos, son rocas donde
se anidan víboras;
sus labios sin besos, son hendiduras de un
abismo, donde un viento inmisericorde aulla
perpetuamente...
jay de aquella que ignoró el Amor! ésa se-
rá ignorada de mi Padre, el día de la Justicia
celeste, cuando venga a escoger para sus jar-
dines, las más bellas rosas de los rosales del
Amor;
y, en verdad de Verdad os digo, que aque-
llos hijos de la carne, que maldicen las cosas
de la carne, son como lobeznos insumisos,
que se vuelven para devorar el vientre de don-
de acaban de nacer;
ven, viña de Jericó, con cuyo jugo se em-
briagaron todos los sedientos del Amor;
ven al banquete de la Palabra;
tú también tienes derecho a la Verdad,
porque aquel que me ha enviado sobre la tie-
86 VARGAS VILA
rra, no sabe de las leyes cobardes de los hom-
bres, que castigan el Amor, del cual nacie-
ron;
mi Padre, me ha enviado para decir la Ver-
dad, lejos de los reinos de la Hipocresía;
y, la Verdad os digo;
mi Padre, no odia el Amor, porque él, lo
creó;
mi Padre, odia la Iniquidad, el Dolo, la
Avaricia, la Mentira, y, para destruirlas me
ha mandado sobre la tierra...
mi Padre es la Verdad, y, en su nombre os
digo que el Amor, es la única flor de Verdad
en los prados de la Vida...
yo, el Enviado de mi Padre, yo soy la Ver-
dad;
yo, soy el Amor...
yo, soy la Vida...
nadie vendrá a mi Padre, que no sea aco-
gido por mí, y puesto sobre mi corazón;
TvíARlA MAGDALENA 87,
yo, soy la ribera eterna de todos los mares,
y, a mí vendrán los náufragos de todas las
tempestades de la Vida;
yo, soy el consuelo, y, a mí vendrán todos
los tristes de la tierra...
¡ay de aquel que rechaza a su hermano!
j porque su hermano pecó según la Ley!...
la Ley, es el Pecado del hombre, y sólo
aquel que la viola sale del Pecado;
no hay más ley, que la palabra de mi Pa-
dre, y, ella no fué escrita por manos de los
hombres;
la ley de mi Padre, escrita fué por él, en
el corazón de las creaturas, y, toda ley escrita
en nombre de mi Padre, Mentira es, y Abo-
minación;
aquel que legisla en nombre de mi Padre,
es un Usurpador, como aquel que domina
en nombre de mi Padre;
88 VARGAS VILA
la Ley de mi Padre, y el Poder de mi Pa-
dre, dictado y ejercido son por él;
y, él, me envió para revelároslos;
cosas del Espíritu son ellos, que nada tie-
nen que ver con las esclavitudes de los hom-
bres;
el Hombre que hace la Ley, como aquel
que la obedece, ambos violan las leyes de mi
Padre;
mi Padre, no ha establecido legisladores
sobre la tierra;
el Hombre, que ejerce el Poder, en nombre
de mi Padre, como aquel que lo sufre, am-
bos obran contra mi Padre;
el que se elige un amo, y, aquel que es elec-
to por él, ambos son los enemigos de mi Pa-
dre;
el Amo y el esclavo, ambos son igualmente
malditos de mi Padre...
la Ley, fué hecha por hombres de Mentira,
MARÍA MAGDALENA 8o<
para reinar en almas cobardes y de perversi-
dad;
el Poder, fué instituido por hombres de as-
tucia y de fuerza, para reinar sobre tierras de
miseria y de abominación;
¿en nombre de qué odiáis a esta mujer?
en nombre de la Ley...
¿quién os ordena lapidarla?
la Ley....
y, esa Ley, no es la Ley de mi Padre, que
proscribe el Odio, de los límites de la-
Tierra;
y, en Verdad de Verdad, os digo, que el
juez que da la Ley, y el Verdugo que la eje-
cuta, ambos son asesinos contra mi Padre, yr.
el día de la justicia divina, ambos serán cas-
tigados por mi Padre...
los días van a venir, en que la Iniquidad
será destruida;
la del Sacerdote, que habló en nombre de^
90 VARGAS VILA
mi Padre, y, cuya lengua de Mentira debe
ser cortada y arrojada a la voracidad de los
perros del desierto;
la del César, que dominó en nombre de mi
Padre, y, cuya cabeza debe ser cortada, cla-
vada en la muralla, y devorada por los pája-
ros de presa;
la del Juez, que aplicó la Ley, en nombre
de mi Padre, y del cual los ojos deben ser va-
ciados, y, los miembros esparcidos en el de-
sierto, para que las hienas y los chacales, ha-
gan un ejemplo de Justicia, con aquel que
quiso ejercerla en nombre de mi Padre;
los días llegan en que la Justicia del Eter-
no, será hecha, y la Justicia Divina bajará del
cielo, para devorar la Justicia Humana, que
es la Madre de la Iniquidad sobre la Tierra;
y, en nombre de esa Justicia Divina, digo:
— Ven, Pecadora, y deshoja tu corona de
MARÍA MAGDALENA 91
pecados, a los pies de aquel que vino a redi-
mirte; ellos te serán perdonados;
ven, ampárate a la Justicia de Dios, que
está al lado opuesto de la Justicia de los hom-
bres;
has amado mucho, y yo, te perdono en nom-
bre del Amor...;
y, calló...
Magdalena, avanzó temblorosa, y cayó de
-rodillas a los pies del Maestro, el rostro con-
tra la tierra... se diría una bandera vencida a
los pies del Conquistador...
así estuvo unos minutos, el cuerpo palpi-
tante bajo los pliegues de la túnica, que ex-
tendía sobre ella, una caricia de olas...
luego, alzó la cabeza, e hizo señas a la
sierva;
ésta se acercó trayendo el ánfora;
Magdalena, la tomó entre sus manos, y la
92 VARGAS V1LA
vasija preciosa, hizo irisaciones de un ámbar
incendiado...
después. . . vertió el contenido sobre los pies-
del Maestro...
éste se estremeció en un susulto de Volup-
tuosidad, a la caricia suave de las manos que
lo ungían;
un olor penetrante y capcioso se extendió
por la atmósfera, como si todos los nardos de:
los jardines de Arabia, hubiesen reventado
en flores...
la atmósfera, pareció hacerse tibia con eí;
perfume; los árboles se balanceaban, como
ebrios de él, y una nube de mariposas blan-
cas, atraídas por su encanto penetrante, vi~
nieron a volotear sobre la cabeza del Maes-
tro, que parecía sumido en éxtasis...
aquella palidez de alas, parecía una flora
palustre, que se hubiese abierto en el mila-
MARÍA MAGDALENA 93
■gro de la tarde, y, permaneciese inmóvil, ale-
targada por el perfume enervador...
cuando hubo ungido los pies amados, la
Pecadora desanudó su cabellera, que se es-
parció en ondas indóciles sobre la tierra, y,
con ella enjugó ej bálsamo vertido sobre los
pies...
centellaron los cabellos, como una llama
suave que lamiera el suelo, y los pies del Na-
zareno, parecían hundidos en un Tiberiades
de oro...
las mujeres, se alejaron poco a poco, taci-
turnas, como obsesionadas de un sueño ex-
traño;
los hombres, se fueron lentamente, desapa-
reciendo como fantasmas, en la bruma emer-
gente...
poco después, la luna pálida, con ternuras
94 VARGAS VILA
casi carnales de mujer, aparecía en el cielo*
iluminando a Magdalena, que, sentada al pie
del banco, reclinaba su cabeza rubia, en las
rodillas del Cristo, y, sonreía...
la mano de Jesús, se perdía en la cabellera
blonda, como en las ondas de un Jordán lu-
minoso y, profundo...
las estrellas lejanas aparecían...
pálidas rosas del Misterio, brotadas de los.
cielos para una Anunciación....
Opalescencias de ámbar, con fluctuaciones
hialinas de miraje...
diluciones de luz, como de estrellas a tra-
vés de un ramaje...
blondas líneas que mueren en el suelo, aho-
gadas por las incertidumbres del cielo que di-
buja caprichos femeniles, sobre las floracio-
nes de mayólica...
transparencia acuática de encantos espec-
tral, envuelve los objetos, en una vaga caricia
sideral...
en el verdor de la noche, la sala ahogada
en una penumbra de vaguedades palustres...
<g6 VARGAS VILA
las columnas, las ánforas, los vasos, seme-
jan grandes flores lacustres, dormidas en pa-
lideces lácteas...
hay en la atmósfera toda presentimientos
de angustias...
mueren unas rosas mustias, sobre un vaso
de alabastro...
la luz de la luna, alta, taciturna, muy leja-
na, entra por la ventana...
lánguida, como un lis que guarda en su
broche, todas las palideces de la Noche;
el silencio, es profundo y doloroso, como
un gran corazón lleno de presentimientos...
en el cielo remoto, sombrío desfallecimien-
to de colores; se funden lentamente los ma-
cices...
grandes cicatrices rojas, semejan los últi-
mos rayos solares, que mueren tras el miste-
rio de las hojas...
las estrellas, parecen pólipos, petrificados
MARÍA MAGDALENA 97.
en el corazón de una madrépora; tienen una
palidez calcárea de flores de piedra sobre un
muro de cemento;
hora sin movimiento, en que el cielo de za-
fir, siente el gran sufrimiento de morir..,
horas extrañas y, febricitantes;
cosas nacen y mueren, en el seno de un sue-
ño obsesionante...
la sombra va creciendo, poco a poco, como
una idea fija en la mente de un loco;
Magdalena, en el fondo de la sala, exten-
dida sobre los cojines rojos, exhala con los
perfumes de su cuerpo, toda la laxitud de sus
enojos;
los carmines de su rostro, han palidecido
enormemente;
una gracia languideciente, de flor enferma
se extiende sobre su rostro grave y, pensa-
*
tivo;
un halo meditativo flota sobre ella, como
MAGDALENA. — 7
98 VARGAS VILA
una corona de ensueños... hecha de nardos
sedeños de un divino jardín sin emociones;
las visiones, y los paisajes del pasado, pa-
recen haberse borrado de sus pupilas, ahora
mentirosamente tranquilas, como las olas de
un pantano insalubre, bajo un lento crepúscu-
lo de Octubre;
su cabellera suelta, cubre la forma esbelta
de su cuerpo armonioso, ebrio de juventud,
temblando como un laúd, que una mano vio-
lenta tratara de romper...
se nota una inquietud imperiosa de mujer
caprichosa, en la manera como escucha a Ju-
das, que tendido a su lado, le habla:
— ¡El Silencio, siempre el Silencio, Mag-
dalena!... ¿el Silencio es el nimbo de tu pe-
na? el Silencio es un escudo tras el cual se
esconde la Traición... ¿por qué tu labio mu-
do, no responde a los anhelos de mi corazón?
¿por qué huyes de mí?... ¿por qué te escon-
MARÍA MAGDALENA 99
des? ¿por qué si te pregunto, no me respon-
des?... ¡el Silencio, siempre el Silencio... los
labios de piedra de la Esfinge!... ¿qué es lo
que oculta tu corazón? ¿qué es lo que sufre,
qué es lo que finge?... ¿qué sepulta el Silen-
cio en la tumba incitante de tus labios? ¿por
qué haces a mi pasión tantos agravios ? Mag-
dalena, tu conducta me da pena; tu me olvi-
das, Magdalena, tú me olvidas; ¿qué se hizo
el goce ardiente de nuestras vidas?... ¿dónde
nuestra ventura? sus despojos brillan apenas
en el cristal ardiente de tus ojos; sobre la
cima de tu pensamiento no reino yo; el vien-
to de tu inconstancia me arrebató de allí;
otro Amor ha detenido el vuelo bajo las tem-
pestades de ese cielo; tú amas a Jesús el Na-
zareno; el vagabundo desarrapado y, mise-
rable, te ha intoxicado con el brebaje sutil de
su palabra; ¿crees que ignoro que desde el
día en que lo viste, tu cabellera es como una
300 VARGAS VILA
bandera de oro, que va siempre en pos de su
sombra triste? tú sigues por todas partes su
cortejo, eres como el reflejo del teómano am-
bulante, mezclada a la corte repugnante de
sus mendigos, de sus enfermos, de sus rate-
ros; se te ha visto seguirlo por los senderos
que llevan a Bethania, a Nazareth, a Tibe-
riades; has ungido sus pies con bálsamos que
te costaban un tesoro; has repartido, tu oro,
tus piedras, tu riqueza, para aliviar la pobre-
za de la turba que sigue al farsante ilumi-
nado; todo lo has dejado por seguirlo, o me-
jor dicho, por perseguirlo; tu belleza, va co«
mo una esclava vencida, siguiendo el carro
fatal de su tristeza; todo Sión, sabe ya, tu
gesto histérico que te ha llevado en pos del
Cristo clorótico y locuaz; y, todo Sión ríe,
de este gesto de tu histeria, que muestra toda
la miseria de tu perversidad; todos en la ciu-
dad saben, que tú no amas del andrajoso vi-
MARÍA MAGDALENA 101
sionario, el sueño estrafalario de rebelde, sino
el estremecimiento armonioso y nuevo de su
cuerpo de Efebo; todo Sión, ríe de tu conver-
sión, porque todos saben que es una exas-
peración de tu sexo, una nueva prostitución,
un refinamiento de vicio, que te lleva en pos
del Profeta, al cual sospechas virgen, y quie-
res gozar esa virginidad; que es el gesto bru-
tal de tu erotismo, el que te lleva hacia aquel
pobre loco, entregado a la manía del cate-
quismo; que de ese pobre ser de degenera-
ción y raquitismo tú no amas la doctrina, que
se dice divina, que lo que amas en él, son sus
ojos, azules como abedules, y, su cabellera
color de miel; lo que amas de su boca blas-
femadora y loca, no es la palabra negadora,
irreverente, llena de excesos, lo que amas de
esa boca son los besos... los besos esquivos,
que tú crees dormidos entre los rojos labios
pensativos... tú no amas de esa mano, el ges-
102 VARGAS VILA
to soberano que bendice, prometiendo el reino
de los cielos, tus anhelos, buscan en esa mano
otras delicias, buscan las caricias libidinosas,
que podrían darte esas manos inexpertas edu-
cadas por ti; ¿no es eso lo que buscas? di...;
— ¿Eso dice Sión? tal vez Sión tenga ra-
zón... yo, sólo sé que es en los ojos de Jesús,
que he visto por primera vez la luz... es en
los ojos de ese iluminado, que he visto bo-
rrarse mi pasado, y, como la luz de una estre-
lla sobre los montes, es en ellos, que he visto
alzarse los infinitos horizontes del Amor, y
del Perdón... oye, Judas, oye, y no me im-
porta lo que puedas juzgar de mi pasión; yo
era la prisionera de mi vida, yo era la vence-
dora encadenada a su victoria, era la pantera
harta de devorar los corazones... pero soña-
ba... soñaba con encontrar las emociones, no
reveladas aún a mi cuerpo harto de caricias;
soñaba con las delicias espirituales, que ha-
MARÍA MAGDALENA 103
bían de fluir de las manos carnales que acari-
ciaran, mi cuerpo pecador; yo, la vendedora
de Amores, soñaba con el Amor; loba dor-
mida en un lecho de flores, que soñaba en los
cielos otra flor... todas las opulencias de mi
perversidad, no alcanzaban a embellecer las
tristezas de mi soledad; yo era como la cate-
cúmena de la Revelación; yo vivía en espera
del Milagro; del Milagro que viniera a des-
pertar mi corazón; mi corazón que vivía en
mi pecho, como un áspid dormido en una ur-
na de cristal; mi corazón, que sentía la llaga
de su virginidad, roerlo, como un cáncer fa-
tal; yo, la mujer, que había sido la esclava
del Placer, yo era la virgen del Amor; mi
cuerpo había sido como un mar, agitado por
todos los vientos del Deseo, y, mi corazón
dormía intacto como un lotus, crecido en las
orillas del Leteo; mi corazón vivía en la gra-
cia, en la oración perenne de Amor; y esa vir-
104 VARGAS VIL A
ginidad, me era un dolor... el dolor de una
herida cruenta, que sangraba en mi sole-
dad... mis grandes noches calladas lo supie-
ron, cuando en mis pupilas fatigadas, se re-
flejaron las cabezas de todos aquellos que
me amaron, y, no se reflejó nunca en ellas,
con su divino resplandor de estrellas, el ros-
tro del Amor; ¡cuántas auroras, me hallaron
esperando la aurora de la Revelación!... la
hora en que se había de abrir mi corazón, co-
mo una rosa en el sueño de la Noche prodi-
giosa, aprisionando en él, el Amor, como la
flor cierra su broche sobre el insecto zum-
bador, y lo aprisiona y lo devora;... y al fin
llegó la hora; y yo vi el rostro del Amor, lleno
de claridades, entrar en la Noche tenebrosa
de mis soledades; en esa Noche, en el fondo
de la cual, yo parecía una muerta; y sentí
por primera vez, que había la Vida, llena de
esplendidez; que había miradas interiores, lie-
MARÍA MAGDALENA 105.
ñas de encantación y de fulgores; Judas, yo
he visto el Amor, y desde entonces, no quiero
saber nada de los Amores; he ahí, por qué me
he negado a verte, a recibirte; he ahí por qué
he consignado a todos mi puerta, la puerta
de esa soledad en que yo yacía como una
muerta; y en la cual, hoy de pie, sigo las hue-
llas del Sol, que he hallado en mi camino...
Judas, ¡ten Piedad de mí!... ¡ten Piedad de
mi Destino!... ¡ten Piedad, de la pobre Pe-
cadora, en cuyo corazón ha nacido una au-
rora!... .
y, como dos palomas blancas, que se jun-
tasen por el pico, combas y suaves, sus dos
manos se juntaron sobre el pecho, en actitud
de súplica;
Judas, torvo, inmóvil, llenos los ojos de or-
gullo humillado, y, de coraje, la escuchaba
decir y, la miraba...
Magdalena, sentía la atroz torsión de esa
io6 VARGAS VILA
mirada, de esos ojos ardidos y sin piedad;
¿cómo pueden ser piadosos los ojos que han
llorado de Amor? el Amor y la Piedad se ex-
cluyen;
un silencio hostil, los envolvía...
en los labios de Judas, apareció una son-
risa amarga, sin sonidos, que dejaba ver los
■dientes feroces de lobezno; sus labios tem-
blaban, en la contracción de esa sonrisa falsa,
que tenía todo el dolor mudo de una herida,
y, el amargo salobre de una copa repleta de
lágrimas...
Magdalena, temblaba como si sintiese co-
rrer bajo sus cabellos, el escalofrío de la
muerte, o viese sobre su seno desnudo, la
punta de un puñal; los cristales amortigua-
dos de sus ojos, suplicaban en una muda im-
ploración ardiente...
con una voz que salía lenta, por entre los
MARÍA MAGDALENA io^
dientes apretados, voz, llena de instintos
crueles y dolorosos, Judas dijo...
— Convertida, ¿eh? ¿viaje de nupcias con
jesús, y hacia Jesús?... ¿olvido del Pasado,
renuncia de la Vida? ¿eso es lo que tienes
que proponerme? ¿eso, y nada más? ¿en
nombre de quien? en nombre de Jesús, el car-
pintero de Nazareth, hecho tu amante por un
decreto imperioso de tu sexo insaciable y vol-
tario?... ¿crees tú, que yo estoy dispuesto a
retirarme, a ceder a tu capricho, a dejarte sin
luchar, a darle el puesto en tu lecho y en tu
corazón al rival descamisado, que los sueños
de tu histeria, han elegido para reemplazar-
me ? ¿'crees tú, que yo he reñido con mi padre
por ti, he hecho llorar a mi Madre por ti; he
mermado mi hacienda por tus caprichos, me
he deshonrado recibiendo el oro de los roma-
nos, para adornarte con él, he aceptado un
puesto en la Administración, y me he hecho
108 VARGAS VILA
el amigo del Pretor, y el amigo de Roma, sólo
para poder satisfacer los caprichos de tu opu-
lencia; para verte cubierta de telas de Tiro„
y de Sidón, y ver tus cabellos y tu seno, ful-
gentes con la luz de crisólitos y de beriles de
ágatas, y de turquesas; y, todo eso para que-
un día, me pongas a tu puerta, y entre por
ella un pobre loco, jefe de una turba inquieta
de rateros y de merodeadores? ¿yo, Judas, hijo»
de Absalo de Kerioth, noble en Judea, y en-
noblecido por los Césares; yo joven, yo rico,
influyente en los destinos de la Tetrarquía,
y en el Gobierno de la Provincia, voy a ceder
sin resistencia el puesto, al plebeyo afortu-
nado, al charlatán de ferias y embaucador de
multitudes, del cual sueña tu lascivia hacer
un amante?... te engañas, Magdalena, te en-
gañas; en vano cerrarás tus puertas, yo, siem-
pre llegaré hasta ti; en vano te irás tras de
él, yo siempre seguiré tus huellas; yo te arran-
MARÍA MAGDALENA 109
caré de sus brazos; yo te libraré de sus hechi-
zos... ¡ay del pobre Jesús, si en su vanidad
quiere alzarse en mi camino!...
i ten piedad de él, Magdalena, ten pie-
dad!...
—Judas, sé bueno, sé generoso... olvída-
me... es tan dulce el Olvido a los corazones
lacerados... tú eres joven, eres bello, eres ri-
co, encontrarás muchos amores, muchas mu-
jeres se disputarán el tuyo, ¿qué te importa
el cuerpo de esta pobre mujer que fué de to-
dos, y que todo lo dio a ti, sin poderte dar
su corazón?... ¿qué te importa ese, a quien
tu llamas loco, y cuya locura se alza en las
claridades nuevas de mi Vida con un frescor
de Aurora? déjanos vivir, vivir en paz, este
minuto amable y tardío; déjame gozar la som-
bra amable de esta hora consoladora que ha
caído sobre mi corazón; déjame beber el agua
clara de ese manantial, tanto tiempo buscado,
no VARGAS VILA
en el cual, hoy se refrescan mis labios, y en<
cuyo espejo tranquilo, tiembla mi rostro fati-
gado de lágrimas... deja partir mi alma, para
la bella excursión a los cielos lejanos donde
quiero olvidar, lo que fui ayer, lo que soy hoy,,
lo que seré mañana; déjame oír la música de
la esperanza, la hermana de mi niñez, esa mú-
sica que por primera vez hiere mis oídos; mú-
sica hasta hoy ausente de mi Vida; sus me-
lodías me embriagan y en medio de ellas, no«
oigo sino la voz... la divina voz que ha des-
pertado mi alma a la Vida, por el Sortilegio*
del Amor...
— Magdalena, un frío puñal es tu lengua..*
me asesinas... tus palabras me lastiman...;
ellas caen sobre mi orgullo, como la fusta de
un foete en las ancas de un caballo... ¿cómo,,
deslumhrado por el vértigo de tu amor, aun
puedo oírte? y ¿oírte, sin matarte o sin ma-
tarme?... Magdalena, yo he bebido el licor
MARÍA MAGDALENA I II
de tus amores, y estoy loco; por mis ojos, yo<
he apurado tu belleza, y estoy ciego... mi ven-
tura estaba puesta en tus manos de cristal,
¿por qué la rompes? Magdalena, yo te he
amado y te amo aún; la llama ardiente de tu
amor arde en mi pecho y lo consume... ¿por
qué retrocedes ante ella? ¿por qué sientes eí
espanto de su luz?... Magdalena, esa llama
fué mi aurora; cuando te vi, yo no conocía la
mujer sino como Madre; a mis ojos de niño,,
tú revelaste la hembra; yo, era salido apenas-
a los umbrales de la adolescencia, cuando te
vi un día, enguirlandada de rosas, como una
primavera, ornada de pedrerías, como una
Noche fatigada de estrellas; pasaste ante mis
ojos candidos y ávidos, deslumhrados del
fausto centellante, en la confusa adivinación
de las carnes, bajo el poniente de oro fluida
de tu cabellera suelta; mi deseo virgen, te si-
guió en la hora embalsamada y silenciosa;
ii2 VARGAS VIL A
eras entonces la amada del Tetrarca, ¿quién
podía levantar hasta ti los ojos?... te borraste
de mi vista, pero, no de mi corazón; y, tu re-
cuerdo, fué ya, una rosa de ventura, que nin-
gún viento pudo desflorar en mi Soledad; él
se alzó por sobre las purezas de mi corazón
y las ahogó todas...
tu mirada de leona, vio claro en la inerte
desnudez de mi corazón, y me seguiste con
los ojos; el hambre atroz de tu carne deseó mi
-adolescencia; así me lo confesaste luego; eso,
no pudo ser por aquel entonces... pero, pocas
veces florecieron los almendros en los prados,
antes de que nos encontrásemos de nuevo, en
el tranquilo ardor de una hora meridiana...
fuiste mía; la onda ardiente de mi vida te
ahogó en su tumulto... desfloré sobre tu seno
la corona de mi juventud, y, sus rosas tenían
un triste olor humano; la barbarie de mis la-
bios insatisfechos, lastimó la corola de los tu-
MARÍA MAGDALENA 113
yos, semejantes a una gran herida, en cuyo
fondo durmiesen crisálidas blancas; en tus
brazos, anudados como dos serpientes, sobre
mi cuello, dejé todo el candor de mi juventud
altiva y fuerte; toda una sucesión de albas me
sorprendió dormido sobre tu seno florido, co-
mo sobre una almohada de nardos, y el dulce
aroma de tus pechos erectos, fué el heraldo
que me despertó en muchos días, recordán-
dome el jardín en que me había dormido, y
enseñándome de nuevo el sendero de las ca-
ricias secretas; ¡boca suave, boca dulce, boca
roja que hoy me insultas! ¿no fuiste tú quien
me enseñó las palabras primeras del Amor?...
¿quién me enseñó los besos infatigables sino
tú?... y, ¿esa boca que me enseñó el Amor,
me ordena hoy el Olvido?... el Olvido duer-
me en tu corazón, Magdalena, por eso olvi-
das que en la llama blonda de tu cabellera,
quemé algo más que mi Amor, quemé mi
MAGDALENA. — 8
ii4 VARGAS VILA
Vida; en ella quedaron enredadas por igual,
las lágrimas de mi Madre, las maldiciones de
mi Padre, y los jirones de mi propio honor...
olvidas que para poseerte, yo agoté los aho-
rros en el arca de mi Madre, y las bondades
en su corazón inagotable; que para amarte,
yo tuve que reñir con mi Padre, y sentir sobre
mi cabeza el rayo de su cólera, que aun vibra;
que, expulsado de la casa paterna, tuve que
apelar para sostenerte, a las gracias del Pre-
tor, poniéndome a su servicio, para sobornar
la juventud hebrea, y llevarla conmigo a ha-
cer corte a los haces de Roma, que amenazan
substituir la bandera roja del Tetrarca; que
las lágrimas y los ahorros de mi Madre, fueron
oro para ti; que el Amor y la cólera de mi
Padre, fueron oro para ti; que la libertad de
mi Patria y de mi Raza, fué oro para ti; que
mi Honor, fué oro para ti; que yo amonedé
mis amores y mis vergüenzas, y con ese oro
MARÍA MAGDALENA 115
adorné tus senos y tus brazos, ceñí tu cuello
y, coroné tu cabeza... olvidas todo eso... y,
hoy arrojas el recuerdo de esas cosas mudas,
que ya no te dicen nada; toda esa floración
de mi Amor, de mi Dolor, y de mi Vergüen-
za; mi ventura destruida, mi destino trunco,
mi juventud deshonrada, para arrojarme con
esos despojos de mi Vida, fuera de tus puer-
tas, y de tu corazón... y, ¿crees que yo te de-
jaré hacer? ¿que voy a obedecerte? ¿que voy
a someterme a tus caprichos, y a dejar vacío
mi puesto en tu casa, y en tu lecho, para que
venga a ocuparlo el sucio visionario que tus
ardores de hembra han escogido para saciar
los deseos de tu cuerpo, tan miserable y tan
hermoso? ¿lo crees?
— ¡Ah, Judas! no despiertes en mi corazón,
las miserias del Pasado, que duermen en él;
sus miasmas pútridos, me hacen mal... no re-
muevas el estercolero de nuestras vidas; es
n6 VARGAS VILA
asfixiante; tus palabras sin música, tus recuer-
dos sin encantos, me dan horror... la gran
suavidad de mi hora presente, no da lugar al
eco del Pasado en mi corazón;... no hay lu-
gar para esas rosas ajadas, para esas rosas
muertas; en este mi jardín de hoy, abierto en
plena primavera, bajo el esplendor de cielos
vírgenes; deja dormir al Pasado su sueño de
muerte; ¿existió ese Pasado? yo, no quiero
saberlo; no lo sabré ya; él, ha muerto para
mí, y yo he muerto en él; soy un cadáver se-
pultado en su corazón; nada ni nadie hará re-
vivir ese Pasado; es vano tu empeño de lla-
mar a mi corazón, con el martillo del Recuer-
do; mi corazón no responderá; no te conoce,
ignora el eco de tu voz, porque tú no estu-
viste nunca en mi corazón; te dormiste sobre
él, pero, no entraste nunca en él; nadie entró
jamás a esa Soledad; hoy, por primera vez, el
ave del Amor, llega a ese nido, y, nadie podrá
MARÍA MAGDALENA 117
destruir ese amor, que llega como una ola
blanca sobre la mar serena...
— Yo, lo destruiré; yo; ¿crees que mi alma
está dispuesta a morir pacientemente, sobre
esas rosas del Pasado, que tu mano deshojó
y, que hoy quieres dejarme como única he-
rencia?... sus pétalos mustios, dan aún bas-
tantes perfumes para embriagarme con ellos,
y, esa embriaguez me alienta a reconquistar
el jardín en que nacieron, y a expulsar de él,
al invasor que quiere arrebatármelo, y, lo ex-
pulsaré con mayor violencia, que la que él,
usó hace poco, con los pobres viejos que ven-
dían baratijas en los pórticos del templo; ¡ah
Magdalena! ten piedad de él; ten piedad de
mí; mi corazón era un león domesticado por
el Amor... ¡ten cuidado, si el león vuelve a
la selva y torna a ser feroz!... no hagas el
gesto que liberte al león... Magdalena, no me
arrojes lejos de ti; no me arrojes de tu co-
n8 VARGAS VIL A
razón; él, fué el nido de mi ventura; ¡cuida
que nadie venga a posarse en él, porque yo
destruiré de un solo golpe el nido, y, la pareja
enamorada;
— Judas, nada puede la amenaza, contra
un corazón que se abre a la ventura; ¿qué pa-
labra de Amor te podría yo decir, que no fue-
ra una traición a mi corazón? ¿por qué quie-
res ser engañado?... expúlsame de tu cora-
zón, y, que nuevas músicas lo llenen, con el
esplendor de sus serenas melodías, y el en-
canto de sus ritmos tiernos; otras cabelleras
de luz, se extenderán sobre tus noches, ha-
ciéndole un v.elum de voluptuosidades, bajo
el cual lidiarás los combates del Amor; aun
te esperan la inquietud y las delicias de mu-
chas horas de pasión, y muchos amaneceres
sobre la púrpura muerta de vencimientos glo-
riosos... en otros ojos hallarás paisajes des-
mesurados de ventura, que no pueden darte
MARÍA MAGDALENA 119
ya los míos cerrados para otra luz, que no sea
la que viene de aquellos ojos de cielo, ante
los cuales palidece el firmamento, y, se hace
triste como un lago de cenizas; déjame en
mi soledad; déjame vivir para el desarrapado
de Nazareth, que ha despertado mi corazón;
déjame ser la sombra de ese lis, y, la almo-
hada de esa cabeza, que no ha tenido hasta
hoy para reclinarse, sino las duras piedras del
camino...
— Y, ¿Jesús te ama? ¿Jesús el casto? ¿Je-
sús el Santo? ¿aquel que predica la castidad
como la más alta de las virtudes de la Vi-
da?... ¿el «Hijo de Dios», ha puesto sus ojos
en una creatura de la tierra? ¿el Rey de los
Judíos, ocupa tu lecho?... ¡Salve, Reina de
Judea! ¡Salve!...
y, se inclinó en una reverencia ultrajante
de comicidad, con toda la hiél del Sarcasmo,
en los labios coléricos...
120 VARGAS VIL A
Magdalena, sintió el bofetón de esas pa-
labras, y, con melancólica reflexión, cual si
hablase consigo misma, dijo:
— i Que si me ama él!... ¿lo sé yo acaso?
mi corazón no se ha preguntado eso: a mi
corazón le basta amar; el río de mi amor, no
se ha preguntado si lo ama la selva en cuyo-
seno va a desbordarse y a vivir; al río le basta
besar el seno de la selva, reflejar su belleza,
y ser su himno; así mi corazón; ¿no vive en
él, mi amor? ¿qué más puedo pedirle sino
que viva? ¿no es él, el alba primera que ha
fulgido sobre mi alma? ¿que más puedo pe-
dirle al cielo donde brilla esa alba, sino que
todas las estrellas, de todos los firmamentos,,
brillen sobre él, perpetuamente en un fre-
nesí de exaltación?... ¡ah Judas! déjame
amar; déjame vivir; por el encanto que te die-
ron mis labios; por el calor que te brindó mi
pecho; por el placer que te dieron mis carnes;
MARÍA MAGDALENA 121
déjame amar; déjame vivir; en tus brazos ago-
té el placer; en los de Jesús quiero agotar el
Amor; déjame amar...
— Magdalena, devora esa palabra, que ha
debido quemar tus labios mentirosos... que
devorada sea por tus labios perjuros; que la
trague tu garganta de serpiente; ¡ah! ¿tú no
me amabas?... y, sin embargo, me jurabas
Amor; el Amor era la canción de tus labios
falaces; me hablabas de amor, cuando tem-
blabas en mis brazos, como una loba insatis-
fecha; cuando ansiabas nuevos besos; cuando
deseabas un vaso de Corinto, un tapiz de
Bagdad, un crisopasio de Sedom, un braza-
lete trabajado por orfebres edomitas; me lo»
mentías con las sardonias de tus ojos de tigre
lujuriante, cuando yo hacía el gesto de huir
de ti, oyendo los reclamos de mi honor...
— Judas, perdóname, yo, creía que ése era
el Amor; yo no conocía otro; tarde me ha sido
322 VARGAS VIL A
revelado; tarde he entrado en él; ¡ten piedad
-de un corazón que se despierta tan tarde, a
la hora del crepúsculo, cuando la cauda del
Sol, se enreda a la cabellera 'de la Noche, que
aparece; olvida mis besos, ya que no puedo
devolvértelos, como te devolveré las pocas
joyas que me quedan, aquellas que no he ven-
dido para aliviar la miseria de la turba que
sigue al Galileo, desarmar su hostilidad, y,
^vencer la codicia de sus apóstoles, para que
me permitan estar cerca de él, sin incitar la
chusma contra mí; ¿qué me importan ya
las telas, las joyas, las piedras multiformes
•que antes hacían aureola a mi belleza? yo,
iré vestida con la sola túnica de mis carnes y,
la sola diadema de mis cabellos, y le diré:
« Tómame así, como salí del vientre de mi
Madre; yo, te traigo la virginidad de mi co-
razón; desgárrala, ¡oh mi Salvador!... yo no
llevaré a él, otras joyas que el oro de mis ca-
MARÍA MAGDALENA 123
bellos, las esmeraldas de mis ojos, los rubíes
de mis labios, las perlas de mis dientes, y el
•collar de ámbar de mis brazos; de todas mis
riquezas, yo no me reservo sino los óleos y los
bálsamos, para perfumar con ellos, la cabeza
divina, que he de reclinar sobre mi pecho, y
ungir los blancos pies de peregrino, cuando
me tienda ante ellos, como una perra lasciva,
que adora y lame los pies de su Señor; que
pasen sus pies sobre mí; que me pisen; que
me ultrajen; yo seguiré sus huellas donde
ellos vayan, aunque sea más allá de los con-
fines de la tierra, donde ya no alumbran las
estrellas, ni tienen voz las olas de los mares... :
— Magdalena, tú estás loca, Magdalena,
vuelve en ti; aun tenemos largas horas de
ventura ante nosotros; aun podemos vivir un
sueño de amor, de libertad, de pasión; aun
podemos ser felices... el rosal de nuestro
Amor, que hoy tiembla bajo un viento hostil
124 VARGAS VIL A
y malo, reflorecerá de nuevo, y nos corona-
remos otra vez de sus flores atrevidas; el pla-
cer nos mecerá de nuevo, con su salvaje sin-
fonía de besos, y, la música de nuestras ca-
ricias, estremecerá el vientre de las noches
calladas; viviremos de nuevo, las mil vidas
recónditas de que el Amor se nutre, y, que
florecen en una interminable floración de co-
sas vírgenes; yo te envolveré en mi Amor, co-
mo en las ondas de una mar furtiva; yo, de-
voraré de nuevo tu corazón;... y, acercán-
dose a Magdalena, con un gesto de felino
que se lanza sobre la presa, la tomó en sus
brazos, gritándole con una voz que parecía
estrangulada por el sexo:
— Déjame besar tus ojos, tus ojos que vie-
ron mi alma, y, son los soles de mi soledad;,
déjame besar tus cabellos, que fueron el oro
de mis cielos, y, la púrpura de mis noches, el
paládium de mi destreza, y, la tienda a cuya
MARÍA MAGDALENA 125
sombra me dormí después de las batallas, es-
tandarte luminoso, que hoy quieres arrebatar-
me, para hacerlo flotar en otras manos;... dé-
jame besar tu garganta, nido hecho de plu-
mas de ánade y pétalos de magnolia, y, don-
de tantas noches, cantó para mí, el ruiseñor
de tu palabra; déjame besar tus senos, las án-
foras de marfil, las dos azaleas divinas, que
mis labios empurpuraron tantas veces, y a
-cuya sombra me dormí, como un niño recién
•desmamantado...
y, diciendo así, hizo el gesto de besarla,
y, acercó a ella los labios con lascivia;
Magdalena, rechazó el abrazo brutal que la
ceñía como dos garras, y, esquivó los labios
ardientes que la buscaban como dos belfos
de león...
—No, no tomarás mi cuerpo, que ha sido
hasta ahora, la inmunda prisión de mi alma;
nada despierta en mi corazón el eco de tus
126 VARGAS VIL A
palabras, lleno de un soplo carnal, malsano,,
como el perfume nocturno escapado de un es-
tero; yo huyo de ti como un peligro, como de
una maldición, como de un miasma...
— No, no huirás de mí; no podrás escapar-
me; yo, te llevaré conmigo, te encerraré como-
una esclava, en una prisión donde no tengas-
más luz que la de mis ojos, que tanto has he-
cho llorar, ni más lecho, que este corazón, que
ahora desgarras; este corazón que tanto te ha
amado, que te amará siempre, aunque no tu-
viera otra esperanza que la de cortar tu cabe-
za, para ponerla sobre él;... nadie te librará,
de mí; nadie...
y, hecho tierno, conmovido hasta las lágri-
mas, cayó de rodillas, tomando una mano de
la mujer entre las suyas...
— Un beso, Magdalena; un beso; olvide-
mos la pesadilla de tus palabras, y, seamos
como antes; que nuestros cuerpos parezcan.
MARÍA MAGDALENA I2£
un solo cuerpo, y, nuestras vidas, formen una
sola vida;
y, se abrazó a sus rodillas con furia salvaje;
y, quiso traerla a tierra, loco de besarla y, po-
seerla;
hubo un instante de lucha, corta y feroz,,
como la que precede al ayuntamiento de dos
gatos en las tinieblas...
Magdalena, logró desasirse del abrazo, y es-
capó con las ropas desgarradas, y el cabello en
desorden, hacia el aposento vecino; gritando:.
— j Jamás! ¡Jamás!...
y, su voz tenía los tremores del aullido de
una loba en la Noche...
Judas, la siguió, desnudando el puñal, que
llevaba al cinto...
y, se oyeron pasos acelerados en la sombra;
ruido de muebles... estertor de lucha;
y, desgarrando el vientre del Silencio... los
grandes alaridos de la mujer violada.
El ensueño y el encanto de los cielos, se
vierte como una copa de perfumes sobre la
Tierra;
la tarde tiene el alma de un ópalo;
el azul atenuado del espacio, presiente la
caricia violadora de las estrellas;
nieves virginales, las nubes en el éter pro-
fundo;
magníficamente ebrios de luz, mueren los
paisajes sin esfuerzo...
la ternura equívoca de la hora, lo envuelve
todo en una complexidad extraña de caricias;
MAGDALENA. — 9
130 VARGAS VIL A
la calma armoniosa de los campos, satu-
rada de efluvios de Voluptuosidad..*
los lises de los cielos, ornamentan el cre-
púsculo, con su gracia inmortal, como gran-
des antorchas nupciales, esperando el paso
de una Prometida, hacia el altar;...
las ondas del lago florecen de espumas, co-
mo besos de labios turbados...
cantan las ondas, su canción azul...
el llano verde, enrojece en la púrpura del
Sol, con una gracia ambigua de andrógino...
en el encanto perverso de la hora, se ve la
silueta de Jesús, marchando sobre el llano
pensativo...
en la paz de los campos, se diría, una ane-
mona de cristal, que se moviera, llena de una
luz fluida;
las palideces de su rostro, y de su túnica,
son una blancura más, en la blancura verdá-
cea, de la hora vespertina;
MARÍA MAGDALENA 131
se detiene a la sombra de un olivo, cual si
prestase oído atento a la melodía de las brisas
que mueven el ramaje...
inclina la cabeza, como el síncope de un
lis, en el horizonte alga-marina, lleno del pol-
vo de oro de la tarde;
su alma de Poeta, se baña en el crepúsculo
emergente, como en una dilución de rosas del
Ocaso;
el campo extático bajo el beso enervante
del silencio...
el hipnotismo azul violeta de la hora, ex-
tiende en un sueño sin dolores su manto lu-
minoso de zafir...
el Cristo, sueña, junto al olor nubil de los
rosales...
de súbito, cerca a él, entre el boscaje, se
siente un ruido leve, como el de una corza
oculta;
el ramaje se entreabre, y, una forma apa-
1 32 VARGAS VIL A
rece, blanca y tenue, como envuelta en un
áureo resplandor; semejaba un cisne con alas
plegadas, alas de oro;
el Cristo, indiferente, la mira aparecer;
— ¿Quién eres?, interroga calmado;
la aparición quita el velo que oculta su ca-^
beza, y, un halo de luz inunda el paisaje;
— Magdalena, dice el Cristo, pugnando
por aparecer sereno.
— Maestro, murmura ella.
— Mujer, ¿a dónde vas?
— En tu busca, Señor.
— En busca de mi Palabra; porque yo soy
el pan del menesteroso, y la fuente del se-
diento; yo soy, aquel que salva.
— ¿Por el Amor?...
— Sí, por el Amor.
— Maestro, ¿qué es el Amor?
Jesús, miró a la Pecadora con ojos de Pie-
dad.
MARÍA MAGDALENA 133
— Desgraciado de aquel, dijo, que ignora
lo que es el Amor...
— Maestro; ¿tú conoces el Amor?
— Del Amor nací; para el Amor vivo; y, he
de morir por el Amor; yo soy el Amor; quien
dice Redentor, dice Hombre de Amor; aquel
que redime, es porque ama; darse a los otros
o por los otros, eso es Amor; todo amor no
es un Sacrificio, pero, todo Sacrificio es un
Amor; y, yo he venido a sacrificarme por los
hombres; es decir, he venido a morir por el
Amor; yo soy el Salvador, y sólo el Amor
salva; quien dice Dios, dice Amor; y mi Pa-
dre, que está en los cielos, Amor es;
Magdalena, lo mira y lo escucha extasiada,
como si absorbiese al mismo tiempo por los
ojos, y, por los oídos, por todos los poros de
su cuerpo, la belleza del rostro y la de las pa-
labras; era una devoración lenta y golosa, he-
cha de todos los refinamientos de la carne, y
134 VARGAS VIL A
los del espíritu, la gran voluptuosidad senso-
rial, del que escucha en el silencio de la no-
che una música de Amor; había una tristeza
infinita en sus miradas, como la de un prado
bajo la lluvia, donde todas las flores ultraja-
das aspiran a revivir...
— Señor, vuestras palabras son más suaves,
que los aceites de la Siria, y, más olorosas,
que los azafranes de Mesopotamia; ellas cu-
ran nuestras heridas, y las perfuman; bendi-
tas sean las palabras de tu boca melancólica
que se abre sobre la Vida, como el portal del
templo de la Misericordia; bendita sea tu voz,
que tiene la dulzura de una flauta de Jonia,
sonando bajo un bosque de laureles; bendi-
tas sean tus manos que tienen la nítida blan-
cura, y, el suave calor de una paloma que
vuela sobre los llanos de Amatonte; bendita
la mirada de tus ojos, que tienen el azul pro-
fundo de las noches, y, tienen su candor; ben-
MARÍA MAGDALENA 135
dita la palidez de ámbar de tu rostro, que lo
hace aparecer bajo la sombra de tu cabellera,
como un nenúfar fluvial a la sombra de un
sauce, bañado en el oro de la tarde; bendita
la esbeltez atractiva y, misteriosa de tu cuer-
po, que semeja un junco lagunar, besado por
el rayo de la luna; bendito el calor de tu tú-
nica blanca que semeja en la sombra, el res-
plandor sideral de un rayo de oro en el can-
dor de una anémona silvestre; ¡ah! déjame
besar el extremo de tu túnica, bandera de
Vida Eterna, blanca vela de la Esperanza,
donde está el Piloto que vence todos los equi-
noccios, y, doma todas las tempestades;
y, cayendo de rodillas hace el gesto de to-
mar en su mano, el extremo de la túnica para
besarla...
hay tanto calor en las palabras de la Peca-
dora, que el Cristo retrocede, lleno de una
turbación extraña, cual si el calor de esas pa-
1 36 VARGAS VIL A
labras le envolviesen el cuerpo, como una
llama...
Magdalena, que siente huir de entre sus
dedos, el lino de la túnica, que ya aprisiona-
ba, deja caer su cabeza desfallecida sobre el
brazo, y, así con el rostro contra el suelo, ex-
tendida por tierra, bajo la cabellera luminosa,
a los pies del Maestro, semeja una zarza in-
cendiada, en lo más hondo de un monte, un
arroyo de lava ardiente corriendo en el cora-
zón infinito del crepúsculo...
— Mujer, dice el Cristo, con una voz turba-
da por emociones inconfesadas, y, que pugna
en vano, por ser segura y grave... esclava de
la carne y del Pecado, tú no sabes lo que es
el Amor; tu carne sufriente, pide el bálsamo
que la cure; tu alma prisionera pide la Liber-
tad; paloma cegada por las llamas de un in-
cendio, yo te daré nuevas pupilas para que
veas un nuevo sol; al contacto de mis pala-
MARÍA MAGDALENA 137
bras, como al contacto de mis manos, abrirá?
los ojos...
— Para mirarte, para contemplarte, Señor;
el Milagro está ya hecho; yo estaba encade-
nada y tú me libraste; yo, era muerta y, tú
me has resucitado; del fondo de mi sepulcro,
yo tiendo mis manos hacia ti; es verdad, tú
eres el Cristo, porque tú curas a los leprosos,
das vista a los ciegos, y, haces alzar los muer-
tos del fondo del sepulcro; yo doy testimonio
de ello; yo, era leprosa del espíritu y tú me
has sanado; yo, era ciega del Alma, y tú me
has dado ojos; yo, era muerta para el Bien,
y tú me has dado Vida;... y, todo por tu amor,
y, para tu amor, sin el cual, yo volvería a mi
lepra, a mis tinieblas, y, a mi tumba...
y, la Pecadora se arrastra de rodillas ante-
el Cristo, que retrocede...
— Mujer, el hálito de tu cuerpo de pantera
odorif erante, me hace mal; apártate de mí;
138 VARGAS VIL A
no tientes a aquel que ha venido para salvar-
te; ve, mujer, dobla la cabeza audaz, violada
por todos los soles del Pecado; oculta la ca-
bellera reverberante, llena de acres aromas;
vela la mirada de esos ojos espléndidamente
verdes, como una mar lasciva y pérfida; cu-
bre tu rostro de tentación, flor viviente llena
-de la embriaguez de los deseos; macera tus
carnes; entra en penitencia; sólo así podrás
ser salvada por el Amor que buscas...
y, cuando el Cristo habla así, tiembla, co-
mo si la palpitación de todos los mundos tem-
blara en sus palabras... y, aparta los ojos de
Magdalena, como temeroso de ver bajo el
•cóncavo cielo, aparecer el esplendor de su
cuerpo desnudo...
y, ésta, murmura con una voz de susulto,
que semeja una música grave, bajo el esplen-
dor difuso de sus pupilas glaucas;
— Señor, todo lo haré por tu amor, que me
MARÍA MAGDALENA 139
sonríe divinamente, desde el fondo de un cie-
lo de caricias; más radiante que todos los
orientes, donde tiembla el reflejo deslumbran-
te de soles vírgenes; yo, velaré las gemas vi-
vas de mis ojos, de modo que nadie las vea,
y sólo tu imagen se refleje en ellas, como una
estrella pálida, en el silencio ardiente de un
pozo en el desierto; yo, cortaré mi cabellera,
como se tala una selva para la roza, y, haré
de ella una almohada de sedas para que en
ella se recline tu cabeza vencida, destinada a
todas las lapidaciones; velada como una som-
bra, yo, seguiré tus pasos, por los senderos a
la luz que vierte suavemente la tarde; yo, es-
cucharé tus palabras, dichas a la vera de los
•caminos, a la hora de la ruina opulenta del
día, ante los valles tristes, que semejan ma-
res estancados; yo, te seguiré más allá de la
Vida, y, más allá de la Muerte;
el Cristo, se sienta en un banco, arreglan-
140 VARGAS VILA
do los pliegues de su túnica, como los pétalos
de un lis ajado, la mirada vaga, perdida en
la inmensidad, cual si siguiese el vuelo de sus
pálidos sueños;
Magdalena, tomando en sus manos uno de:
los pies del Profeta, principia a besarlo, dul -
cemente, suavemente, tiernamente...
a la caricia de aquellos labios que rozan su
epidermis, el Cristo se estremece; todo el an-
tiguo misterio de la carne grita en él; su cuer-
po joven, tiembla, y el «Hijo de Dios», sien-
te el soplo de la primitiva bestialidad que:
creó al Hombre, subirle como una llama...
hecho más pálido, bajo la servidumbre de
la Naturaleza, que lo turba, los ojos entrece-
rrados, las manos inertes, deja hacer a la mu-
jer, que ahora besa los pies apasionadamente,,
frenéticamente, como con ansias de morder-
los...
con una 'voz cuasi extinta, que parece muy
MARÍA MAGDALENA 141
lejana, como venida del fondo de sus agita-
ciones múltiples, dice:
—Tu cabellera, Magdalena, no la cortes...
y, hunde una de sus manos, en la masa
triunfal de los cabellos, y, la mano se pierde
•en las crenchas luminosas, como el alma de
un cisne que se hundiera en un lago de to-
pacio...
Magdalena, alza su cabeza hasta las rodi-
llas del Cristo, y, la posa en ellas;
un vértigo extraño llenaba la atmósfera,
cual si todas las cosas, tuviesen un solo hálito,
vibrante de voluptuosidad;
por las ondulaciones de los caminos, uno
a uno, van llegando los romeros, los peregri-
nos, los mendigos, las mujeres, los apóstoles,
todos los menesterosos de la Palabra divina,
que viene a buscarla en los labios del Maes-
tro..
llegan por grupos o aislados, y los más le-
i42 VARGAS VILA
janos parecen desaparecer en el estremeci-
miento de la tarde;
ancianos sombríos, con cabezas calvas, en
las cuales brilla el sol muriente, como sobre
escudos amellados; son como sombras, que
se arrastran por el sendero, en el azul cam-
biante...
jóvenes catecúmenos con rostros de ilumi-
nados, brillantes por la fiebre interior de aquel
que viene en espera del Milagro, el oído aten-
to del que busca la fuente en la montaña, y el
ojo insatisfecho del que sigue en la noche, la.
marcha de una estrella sobre un cielo en bo-
rrasca...
esclavos taciturnos, venidos de los puntos
más remotos de Judea, y, que han oído hablar
de aquel que viene contra los opresores de:
la Tierra, contra los Césares, contra los Sa-
cerdotes, contra los Jueces; caminan libres,
pero, se diría que un gran rumor de cadenas»
MARÍA MAGDALENA 145
se alza tras de sus pasos, como un clamor de
mar en la Noche; adolescentes prematura-
mente graves, llenos de un sombrío ardor en
las miradas; cabezas bellas, para todas las
coronas, las del combate y las del martirio,,
pálidas rosas visionarias, abiertas a la apari-
ción de una aurora remota;
mujeres, con rostros iluminados por un res-
plandor de fe candida, y los ojos opacos de
aquellos que han llorado mucho, cansados de
esperar...
niños con una mezcla de espanto, y, de
amor en las pupilas tiernas y profundas, co-
mo pozos de agua virgen en un silencio cal-
mado...
pescadores groseros, de los vecinos lagos,
tostadas las pieles, duras, como un brillo de
molusco, y, la expresión del rostro brutal y>
atónita a la vez...
mendigos pestilentes;
i44 VARGAS VILA
rateros...
merodeadores...-
viejos ladrones de camino, con ojos violen-
tos y tenaces;
todos harapientos, sórdidos miserables, ca-
paces de turbar por su aspecto alarmante el
¿nimo más sereno;
no había apacible sino la tarde, que pare-
cía cantar en los aires' una música ilusoria...
todos llegan preocupados, ardientes, llenos
de una religiosa ansiedad, como una carava-
na sedienta, que se aproxima a las riberas de
un gran río;
los primeros llegados alcanzan a ver a Mag-
dalena, la cabeza apoyada en las rodillas del
Cristo, y, la mano de éste perdida en la masa
iluvial de los cabellos;
retroceden confusos hacia el olivar cerca-
no, y se agrupan en él, asombrados y, mur-
muradores...
MARÍA MAGDALENA 145
las mujeres, con una indignación celosa,
tienen miradas crueles;
los jóvenes sonríen;
los niños callan.,.
Jesús, abre los ojos, tembloroso aún, como
una espiga en la tarde...
y, viendo el grupo de discípulos que lo es-
pía, retira la mano de los cabellos de Magda-
lena, y la rechaza violentamente;
ésta, comprendiendo el gesto del Maestro,
se pone en pie, y, envolviéndose en sus largos
velos, va a esconderse tras el tronco de un
Olivo, deseosa de ocultarse a las miradas de
aquellos que llegan;
en la divina ambigüedad de la hora, el
crepúsculo le hace una como guarida de re-
verberaciones; parece perdida en la inmensi-
dad de la gloria celeste que inunda el paisa-
je; se diría una columna dórica en cuyas ca-
neladuras jugase un rayo de luz;
MAGDALENA. — 10
146 VARGAS VILA
el Cristo, libre ya de la sensación vertigi-
nosa del momento, ha recobrado toda su se-
renidad, y, se ofrece a los ojos ávidos de sus
discípulos, como un lis espléndido en el si-
lencio vesperal, cual si saliese del somnam-
bulismo de su oración; tranquilo, augusto,
hierático...
una melodía misteriosa recorre los parajes,
envueltos en una luz fosforescente, y, se es-
parce en el espacio lejano, como un perfume,
como el hálito del alma de la mar cercana...
todo en las claridades difusas, llenas de es-
tremecimientos musicales, parece prepararse
para escuchar, el Milagro de la Palabra; la
divina Anunciación del Verbo;
las mujeres inquietas y, crueles, se aproxi-
man a Magdalena, en actitud hostil, llenos
de amenazas los ojos malos, y, la boca
amarga;
la mirada del Cristo, las detiene...
MARÍA MAGDALENA H7,
— Maestro, dicen las más audaces; ¿quién
es esa mujer? i
— Vosotras, lo habéis dicho: una mujer;
— Es la Pecadora. {
— Y, ¿cuál de vosotras no ha pecado?
— Es María, la de Magdalo.
— Aquel que viene a mí, no tiene nombre;
en el rebaño de mi Padre, las ovejas no tie-
nen marca, y, yo que soy su Pastor, no las sé
distinguir, sino por su balido; yo, sé las que
vienen del Oriente, y, las que vienen del Oc-
cidente; todas son las ovejas de mi Padre, y
yo, no quiero saber el lugar en que nacieron;
mi mano sabe conocerlas, por el calor de su
vellón;
y, sacude lentamente su mano, como si qui-
siese desprenderse del perfume que ha de-
jado en ella, los cabellos de Magdalena;
— Maestro, dice la más insistente de las
148 VARGAS VILA
hembras de la turba; esta mujer ha sido y es,
la Piedra del Escándalo.
todas apoyan la aseveración con un mur-
mullo;
— El Escándalo lo traéis vosotras en vues-
tros labios y, en vuestros corazones: ¿es con
esa leche de Odio y de Intolerancia, que lac-
táis vuestros pequeñuelos? ¿tendríais el va-
lor de decirles lo que hizo esa mujer, y lo que
hacéis -vosotras? ya os lo he dicho, ¡ay de
aquel que escandalizare a uno de estos pe-
queñuelos! más le valiera que le atasen una
piedra de molino al cuello y, lo arrojasen al
mar; en Verdad de Verdad, os digo, hembras
de Murmuración y de Rencor, que por esos
caminos no se va al Reino de mi Padre; que
es el Reino del Perdón, de la Piedad, y del
Amor; ¿en dónde está la Misericordia de
vuestros corazones, que tanto la necesitáis
para vosotras mismas? ¿en dónde tenéis la
MARÍA MAGDALENA 149
pureza que hace al Juez, y, la cual sólo reside
en las manos, y en el corazón de mi Padre?
¿quién ha dado al Hombre el derecho de juz-
gar al Hombre? ¿dónde está aquel que no ha
pecado? ¡ay de aquel que se arroga el dere-
cho de juzgar!; ése será juzgado por mi Pa-
dre; ¡ay de aquel que condena al Hombre!..,;
ése será condenado por mi Padre; ¡ay de
aquel que se arroga el derecho de castigar!...
ése será castigado por mi Padre; ¿quién de
vosotros sabe dónde está el Bien y, quién de
vosotros sabe dónde está el Mal?... habéis
aprendido esas cosas, en los libros que escri-
bieron los impostores, y las juzgáis según las
leyes que dictaron los prevaricadores; y, ésos
no son ni libros, ni leyes de mi Padre, que
no escribió su palabra, ni puso su justicia en
las manos de los hombres; mi Padre no ins-
tituyó los jueces, porque él, es la Justicia; mi
Padre no creó los Sacerdotes, porque él, es
i5o VARGAS VIL A
la Verdad; todo Juez se llama Crimen; y, to-
do Sacerdote se llama Mentira; allí donde
están ellos, no está el espíritu de mi Padre;
si queréis hallar la morada de mi Padre, to-
mad la senda opuesta al Templo y al Pre-
torio; no creáis en la boca del Sacerdote, que
os habla de la Vida; esa boca es la cloaca de
la Muerte... ella vomita la Impostura, y, no
busca sino el mendrugo; quien dijo sacerdo-
te, dijo Concupiscencia; ¡ay de aquel que no
rompe el cayado en la cabeza del Pastor ! ¡ ay
de aquel que no aplica la soga al cuello del
Verdugo! ése no será amado de mi Padre,
porque ése obedeció a sus enemigos; enviado
fui yo, para castigarlos; enviado por mi Pa-
dre; enviado vine contra los sacerdotes, y yo,
los denuncié; enviado vine contra los jueces,
y yo, los desarmé, porque sólo el ojo de mi
Padre, tiene derecho a entrar en la concien-
cia de los otros, y, sólo la mano de mi Padre
MARÍA MAGDALENA 151
tiene derecho a caer sobre el cuello del culpa-
ble; quién quiere limitar al Hombre, ultraja
la Omnipotencia de mi Padre, que le dio su
libre albedrío para obrar; quien quiere gober-
nar al Hombre, ése viola la Voluntad de mi
Padre, que hizo al Hombre libre, y, sin amos,
como los pájaros del cielo, y los peces del
mar; escrito está en las leyes de mi Padre,
que no habrá ni Césares ni pueblos; ni sier-
vos ni señores; ni pobres ni ricos; ni poseso-
res ni desposeídos; mi Padre dio la tierra a
los hombres para vivir en ella; y, de todos
los hombres es la tierra; al principio no hubo
fronteras, ni predios de linderos entre los
hombres; la Tierra floreció para todos, y, to-
dos fueron hermanos; aquel que puso el pri-
mer límite, y, levantó el primer cercado, ése
mermó la herencia de todos; aquel que por
primera vez se sentó en un campo, y dijo:
«este campo es mío», ése instituyó el robo;
152 VARGAS VIL A
ese día el despojo apareció sobre la Tierra;
al principio, no hubo pueblos, ni fronteras
entre los habitantes de la Tierra; aquel que
trazó la primera frontera entre los hombres,
se llamó Caín; él fué el Padre del Odio, del
asesinato y de la guerra; al principio no hubo
pueblos, ni amos de pueblos, y todos los hom-
bres fueron iguales; el día que nació la am-
bición, nació la Conquista sobre la Tierra;
ese día los fuertes ayuntaron a los débiles,
y esos rebaños ayuntados se llamaron pue-
blos; aquel que tuvo necesidad de esclavos,
hizo una Patria; la Patria, es el aprisco que
aprisiona el rebaño; la Patria no la hicieron
las ovejas, la Patria la hicieron los pastores;
y, en Verdad de Verdad, os digo, que el pri-
mero que hizo una Patria, fué el primero que
pecó contra la libertad de los hombres; Dios,
está contra todas las patrias, porque Dios hizo
la Tierra para Patria de todos los hombres;
MARÍA MAGDALENA 153
aquel que creó la Patria, creó los siervos y
los señores, los ricos y los pobres, los amos,
de la tierra, y aquellos que han esclavizado
para labrarla, porque la Patria, es la suma
de todas las esclavitudes, y, de todas las ini-
quidades; fué la Conquista, la que creó la
Patria, y, de esa Conquista, nació la Servi-
dumbre; el día que hubo Patria, ya no hubo
hombres libres sobre la Tierra; la Patria creó
la Autoridad; y la Autoridad, es el verdugo
de la Libertad; la Patria, es la madre del Cé-
sar, y, quien dijo César, dijo Esclavitud y
Maldad sobre la Tierra; y yo, que vengo en
nombre de mi Padre, vengo a romper el yugo-
de todas las patrias, es decir, el cetro de to-
dos los Césares; porque no hay más César,
que mi Padre, que está en los cielos, y los
cielos son vuestra Patria; el día que no ten-
gáis Patria, ya no tendréis ni cesares, ni sa-
cerdotes, ni jueces, ni verdugos, ni tributos*.
154 VARGAS VIL A
ni gabelas, y toda forma de servidumbre des-
aparecerá de vuestro corazón; sólo el día que
no tengáis Patria, ese día seréis libres; la Pa-
tria y la Libertad se excluyen; os lo digo en
nombre de mi Padre, que no tiene Patria; id
y gozad de la tierra, que mi Padre os dio para
Patria de todos, no pongáis límites ni amo-
jonamientos en los campos, ni en los corazo-
nes; ¡ay de aquel que por primera vez par-
celó la tierra! ése robó a mi Padre, y, mi Pa-
dre lo maldijo, y de esa raza maldita nacie-
ron los ricos, que están proscriptos del reino
de mi Padre, porque en Verdad de Verdad
-os digo, que primero entrará un camello por
el ojo de una aguja, que un rico en el Reino
de los Cielos; aquel que trazó fronteras sobre
*el campo de la Tierra que mi Padre dio en
heredad a todos los hombres, ése robó a sus
hermanos; fueron los bueyes de Caín, los que
marcaron los primeros límites de un campo,
MARÍA MAGDALENA i S5
y es la sombra del fratricida, la que se alza
sobre el término de todo predio diviso; él
creó la propiedad; y de la Propiedad, nació
la Servidumbre; porque el propietario tuvo
necesidad del esclavo, y, lo. encontró como
una larva, en los surcos de la tierra que la-
braba; y el Hombre fué el esclavo del Hom-
bre, y perpetuó su esclavitud, respetando la
Propiedad; para sancionar ese robo nació la
Ley; para predicar la Ley, nació el Sacerdote;
para aplicarla, nació el Juez; para hacerla sa-
grada, nació el Verdugo; el Hombre desapa-
reció, y, ya no quedó en pie sino el esclavo;
de un lado la Humanidad, del otro el César;
y el crimen fué igual en el César, y, en el es-
clavo, porque toda esclavitud, es voluntaria;
mi Padre, que no puso el cetro en la mano
de los Césares, puso la espada en la mano de
los pueblos; y no puso el hacha en manos del
156 VARGAS VIL A
esclavo, sino para que cortara con ella el cue-
llo del Amo; porque en Verdad os digo: que
el Reino de mi Padre, es el Reino de la Vida,
y, el Reino del César, es el Reino de la Muer-
te; dad a Dios lo que es de Dios, y, al César,,
lo que es del César...
y, el Cristo calla;
sus labios se cierran como una anémona
triste, y el eco de sus palabras, cae como una
lluvia de oro, sobre los campos dormidos;
los cielos, son como grávidos de una anun-
ciación de astros, y, en la mansedumbre de
la hora, la tierra parece abrir su corazón a una
esperanza terrible...
los catecúmenos callan estremecidos, baja
los olivares, que, cubiertos de sombras, pare-
cen banderas de estaño, inmóviles en la No-
che;
el silencio se hace profundo; se diría que
MARÍA MAGDALENA 157
todos esperan en las tinieblas, el paso de un
nuevo dios...
la turba mira al Cristo, y a sus labios es-
tremecidos, con la emoción de quien espera
ver salir de una colmena, un vuelo de abejas
de oro...
pero, el Profeta ha callado;
los rosales de la Palabra, no florecen ya de
nuevo, en la cálida primavera de sus labios...
la noche se hace espesa sobre los senderos
de Emaús, y, apenas un débil fulgor empur-
pura el horizonte, ahogado en el azul se-
reno...
el Cristo se pone en pie, y, dando la espal-
da a la multitud, se pierde en el bosque cer-
cano...
los discípulos lo siguen;
las mujeres son las últimas; marchan en
grupos, o una a una, deteniéndose todas ante
158 VARGAS VILA
la pecadora, para insultarla con la mirada*
para inmovilizarla, para impedirle que siga al
Cristo, cuya silueta blanca, se pierde en la
sombra, con el candor sobrenatural de un lis
que muere en el Crepúsculo.
*
Bajo sus largos velos, Magdalena quedó-
inmóvil, blanca, como un rayo de luna, que
rompe un paralelogramo de sombras, extáti-
ca cual si la Visión que se alejaba, se hubiese
llevado su Vida, en los pliegues del manto,,
que el viento de la Noche plegaba sobre el.
cuerpo, como dos grandes alas vencidas;
sus pupilas tristes, seguían a aquel que se
alejaba dándole la espalda, y, que se perdía
en la penumbra, bajo un halo de estrellas, que
se dirían sonoras'en su magnificencia;
las frescuras del bosque amortiguaban len-
1 6o VARGAS VILA
lamente los ardores rebeldes de sus carnes,
que las palabras del Cristo, habían exaspe-
rado como una música nupcial, y, sus deseos,
seguían, como palomas afrodisias, la sombra
del Redentor, que se perdía en la Apoteosis
de los campos, de los cuales parecía alzarse
un himno terrestre, para saludarlo, bajo la
jerarquía luminosa de los cielos, convertidos
-en un miraje de pórticos de oro;
libre ya de la fascinación imperiosa de las
mujeres hostiles, que se alejaban, y, como
imantada por la silueta lejana, intentó seguir-
la, pero, una sombra se alzó ante ella, como
si hubiese brotado de la tierra, o hubiese caí-
do de los cielos;
era un hombre, que, embozado en un man-
to gris burdo, y mezclado entre los discípulos,
había oído todas las prédicas del Cristo, sin
apartar los ojos de la Pecadora, y ahora, ha-
MARÍA MAGDALENA 161
bía llegado hasta ella, con una agilidad ner-
viosa, como de un tigre, que salta de un jaral;
Magdalena, lanzó un grito de espanto; re-
conoció la figura que surgía ante ella; era Ju-
das;
éste, la aferró con fuerza por un brazo, co-
mo si temiese que se le escapase;
— Magdalena, dijo con una voz que quiso
hacer imperativa, y, era tierna, como la em-
briaguez ardiente de su pasión, que lo turba-
ba hasta no sugerirle palabras explicativas
de su gesto;
en la pausa, ambos temblaban como agi-
tados por grandes ecos interiores, cual si se
hallasen desnudos, bajo un cielo de borrasca,
atravesados de relámpagos...
ella, sin embargo, parecía extraña al ignoto
poder que se escapaba de aquellos ojos, que
por tanto tiempo la habían dominado;
en la lenta tregua de ese silencioi él, la con-
MAGTULENA. — 11
1 62 VARGAS VILA
templaba ávido, como recordando bajo los
velos, todo el tesoro que había sido suyo, y,
ahora se le escapaba;
hallaba torpe el ritmo de la palabra, para
traducir su corazón;
tenía con su puño el tesoro sagrado de
aquella belleza, de aquella creatura armonio-
sa y vibrante, que había sido conquista suya,
y, ahora, era la conquista de otro, que con
el solo don de la Palabra, había hecho de
ella, la esclava apasionada y fuerte, que lo
seguía, imantada como por una fuerza polar,
por el desmesurado poder de atracción, que
se desprendía de los labios, y de la figura del
Esenio;
ella, había cerrado los ojos, como los péta-
los de una margarita, sobre un escarabajo de
esmalte, y temblaba, como bajo un viento gé-
lido, cual si perdiese toda la sangre de sus
venas, bajo la presión de esa mano brutal;
MARÍA MAGDALENA 163
él, la sacudía nerviosa, pero, suavemente,
y trataba de atraerla hacia sí, devorándola
con los ojos, cual si quisiese contemplarse en
los de ella, como en el denso mar de lo pa-
sado;
— Magdalena, le dijo dulcemente, con tré-
molos en la voz; ¿por qué te escondes? ¿por
qué me huyes?
has dejado a Sión; vas desesperada, de Be-
thania a Nazareth; de Nazareth a Emaús, de
Emaús a Cafarnaún, siguiendo las huellas de
aquel por el cual me has abandonado; en
cambio, yo, protejo en Jerusalem tu casa, que
quiere ser saqueada por los acreedores, man-
tengo tus siervos, a quienes libertaste, y, que
no han querido usar de su libertad, y conser-
vo, lo muy poco que se ha salvado de tus li-
beralidades para con la turba de cristícolos,
que te explotan a espaldas del Maestro; yo,
te he buscado por todas partes, y para ha-
J64 VARGAS VILA
liarte, me he enrolado entre los discípulos de
aquel que amas, satisfaciendo para ello, la co-
dicia de los hambreados, que lo siguen, espe-
cialmente de Pedro, el pescador, y Juan, el
joven efebo, que a la hora de los ágapes, re-
clina su bella cabeza sobre el hombro del
Maestro; el oro de Roma, me sirve para ali-
mentar la turba; Jesús agradece mis largue-
zas; y yo, soy uno de sus discípulos amados;
heme aquí hecho una como sombra del vaga-
bundo que desprecio, el tesorero de su turba,
que alimento y que soborno, sólo por hallarte,
por seguirte, por verte; ¡ah! si yo te dijera
la Verdad de mi misión, si yo te dijera, cómo
mi sombra que lo sigue, se proyecta sobre el
Galileo, como la montaña de la Muerte... tú
temblarías... Magdalena, ten piedad de él,
ten piedad de mí... aun es tiempo de salvar-
nos a todos; vuelve en ti, deja tu locura; deja
a ese loco harapiento que siga su camino, has-
MARÍA MAGDALENA 165
ta estrellarse, contra los muros de una cárcel
o el madero de un patíbulo; ése es su desti-
no... déjalo que se cumpla; no te encadenes
a él; deja al Soñador exangüe, víctima de su
locura, y ven conmigo; el Pretor, me ofrece
un puesto en Antioquía, en las guardias no-
bles del Tetrarca; ven conmigo; aun pode-
mos ser felices; huyamos lejos, muy lejos, de-
jando detrás de nosotros, el Recuerdo y el
Dolor; ven a vivir lejos de aquí, a morir lejos
de aquí, en brazos de nuestro amor;
ella inclinó la cabeza dolorosa, como una
esclava que muere de pena, y, murmuró:
— No sigas las huellas de mis pies, que si-
guen las huellas de otros pasos... no quieras
entrar en mi corazón, que está ya lleno de otro
corazón; mi sombra te será fatal, apártate de
mí; no me fuerces a hacerte mal, rompiendo
la pureza de mi silencio, para decirte; que
nada es ya posible entre los dos; nada que no
1 66 VARGAS VIL A
sea el Olvido; envuélveme en ese sudario, y,
entiérrame en tu corazón, y, no te acuerdes si-
quiera, en dónde quedó mi tumba...
— Magdalena, deliras; el Nazareno, te ha
enloquecido; ¿qué brebaje te ha dado? ¿qué
sortilegio ha ejercido sobre ti?... él, los ma-
neja todos, porque todos los aprendió de los
sacerdotes de Biblos, y, de los de Menfis; él
sabe todos los encantamientos y maleficios de
los ritos ocultos de Siria y de Caldea; los
magos de Egipto le dijeron sus secretos, y,
las Pitonisas de Echurbec le enseñaron sus
conjuros; él sabe los filtros que los mágicos
de Efeso y los sortílegos de Capadocia, pre-
paran para extraviar las almas; y, él, te ha
hechizado, Magdalena; pero, yo, romperé ese
hechizo: yo, acabaré el Sortilegio; tú estás
poseída de los malos espíritus que el hechice-
ro ha desencadenado en ti, para poseerte ; ¡ ah !
¡el Impostor!... cogido será en sus propias
MARÍA MAGDALENA 167
redes; muerta será la víbora en su nido, y, con
la víbora morirá el veneno...
— ¡Judas! ¡Judas! ¿qué dices? no le hagas
mal;... él es manso como una gacela de Cire-
naica, y tiene el alma de una paloma, nutrida
para el sacrificio en los aleros del Templo;
no le hagas mal, Judas; no le hagas mal; él,
■es el brazo de la Piedad, y, la voz de la Mi-
sericordia, el lirio de la Mansedumbre, y la
copa del Amor; no lo toques, hiéreme a mí;
atraviesa mi corazón; haz de mis cabellos una
soga y estrangula mi garganta; arrástrame
por los senderos, y que los guijarros desga-
rren mis carnes de maldición, puesto que pu-
dieron inspirarte tanto Amor; haz de mi cuer-
po la víctima, y, la ofrenda de tus cóleras,
pero, no le toques a él; respeta a aquel cuya
imagen duerme en mi corazón, como un cisne
divino en el estanque sagrado...
hablaba y temblaba en el Silencio inmóvil
1 68 VARGAS VIL A
que los envolvía, en el cerco de olivos taci-
turnos que los rodeaba, y sobre los cuales, ha-
bía caído la Noche, como un bello ritmo, en
el seno del azul irreal...
los ojos crueles, el labio contraído por una
sonrisa mala, el bello joven la miraba apre-
tando el brazo entre su mano convulsa;
ahogado de rencores, no acertaba casi a ha-
blar, y, como un sordo eco de su sarcasmo,
murmuró con una voz acre que producía el
efecto de una lima sobre el hierro:
- — ¿Lo amas tanto? Magdalena; ¿lo amas
tanto?... yo también me he sentido tomado
por su Amor;... yo, también he sido conver-
tido por su palabra... ¿no ves cómo hace días,
lo sigo a todas partes, me mezclo a la chusma
que lo rodea, y he llegado a ser mirado por
ella, como uno de sus discípulos?... él, mis-
mo me ha sonreído, y, conmovido por la lar-
gueza de las dádivas que hago a su turba
MARÍA MAGDALENA 169
hambreada, me ha dicho: «aquel que ama a
los míos, ése me ama; y el que alimenta las.
ovejas de mi Padre, ése será alimentado por
él»; su mano se ha apoyado en mi nombra
para subir por los senderos; yo he sentido,
cerca de mí, su cabeza desgreñada, y, he sen-
tido el calor de su mejilla exangüe, sobre la
cual pondré acaso muy pronto, un beso de.
paz;... tal vez yo, besaré al Cristo antes que
tú;... yo, también he sido convertido por sa
Amor...
comprendiendo todo el sarcasmo voraz, de.
aquellas palabras, llenas de falsedades am-
biguas, Magdalena, se sintió tomada de ho-
rror, cual si hubiese visto salir un nidar de
escorpiones por la boca del mancebo...
— ¡Tú, Judas! ¡tú, el amigo y el comensal
del Pretor, el servidor del César, agraciado-
y ennoblecido por él, tú, el romanizado, y, el
romanizante el enemigo del Pueblo, y de su
i/o VARGAS VILA
Profeta, tú, amigo de Jesús!... lobo entrado
<en el rebaño, ¿qué vienes a hacer en él?...
— A ser el perro del Pastor; a lamerle la
mano, como tú le lames los pies;... esa mano
que me ha arrebatado mi ventura; esa mano
que te ha encadenado a ti;... esa mano que
yo clavaré inmóvil sobre un poste, obligán-
dola a soltar su presa...
la voz sibilante de Judas, se hacía violen-
ta, y dentro el cerco violáceo, sus ojos te-
nían el resplandor felino de un chacal en
acecho; sus labios temblaban y, parecía que
de su boca saliese el aullido de la Noche, en
un gran grito, inmisericorde...
— ¡Piedad! Judas; ¡piedad!, dijo ella, ca-
yendo de rodillas, como si éstas se doblasen
al peso de su corazón agobiado de tristezas...
¡piedad para él!... continuó en decir con una
voz lúgubre, como la queja de una tarde de
Noviembre, sobre el llano desolado...
MARÍA MAGDALENA i/i
y, besó la mano que la oprimía, como para
infundirle la Piedad, que le demandaba;
al contacto tibio de aquellos labios, seme-
jante a la caricia de un suave algodón ungido
de bálsamo, Judas, tembló a su turno, como
si esos labios se posasen sobre una herida,
que el viento de la Noche, exasperaba...
—i Piedad pata él!, y, ¿la tiene él, de
mí?... -¿la tienes tú?... el Santo, y, la Santa,
¿conocen la Piedad?... ¿no conocen sino el
Amor?...
la atroz hilaridad de su sonrisa daba
miedo...
las palabras sonaban entre los dientes apre-
tados, como las amarras de hierro de una bar-
ca sacudida por la borrasca; se despedazaban
en sus labios, como jirones de olas, compri-
midas bajo un talud;
Magdalena, tenía miedo en el corazón, mie-
do de aquella voz, que fingía una alegría fe-
1/2 VARGAS VILA
roz, como el maullido de un gato montes so-
bre un nido de pájaros indefensos...
íemblaba bajo los velos, en un temblor de
angustia, que sacudía todo su cuerpo, como
un acceso de fiebre...
— ¡Judas, Piedad !..f
— ¿Para quién?
— Para él... para mí; para nuestro Amor...!
dijo con una voz tan débil, que parecía que
en ella se disolvía toda su alma...
— Vuestro Amor... vuestro Amor... grito
él ; . . . yo, daré cuenta de vuestro Amor. . . ¿ pen-
sáis huir con el Nazareno?... el Nazareno,
no tendrá tiempo de abandonar la ciudad; los
abetos de Emaús, no lo volverán a ver bajo
su sombra; las barcas de Tiberiades no lo
llevarán más sobre las olas plácidas; los cam-
pos de Bethania, no lo verán ya más trepar
por sus colinas;... para algo he recibido de
Poncio, la misión de seguirlo; para algo soy
MARÍA MAGDALENA i;3
el alma del Sanhedrin, y el oído de Anas, en-
tre sus turbas; el loco morirá como el pez, a
causa de su boca; él ha dicho la palabra de
muerte contra el César, y, antes que el Cé-
sar muera, morirá él...
— ¿Tú lo denunciarás? Judas...
— Sí, yo lo denunciaré; ¿para qué he veni-
do, pues, aquí? ¿para qué lo sigo? yo, tengo
su vida entre mis manos;... su vida es mía..,
—¡Piedad, Judas, Piedad!...
— ¿Quieres salvarlo? abandónalo; tu Amor
es su Muerte; ven a mi casa, dame tu cuerpo,
ya que no puedes darme tu alma...
los ojos extraviados, como ante una visión
nauseabunda y, repugnante, Magdalena, dijo:
— Jamás, jamás; antes ia muerte.. A
— La muerte para él...
—Yo, moriré a su lado.
— ¡Palabras de Mujer... vanas palabras!..*.
yo te veré de nuevo entre mis brazos; será la
i ;4 VARGAS VIL A
Muerte, la que te traerá a ellos, solitaria y,
vencida; el triunfo del Amor, sobre la Muer-
te, será mi triunfo...
Magdalena, ya no hablaba, como temerosa
de exasperar con sus palabras, aquella ira
ciega;
en la hora lívida, se sentía el espanto de
la Noche, pesar sobre ellos;... el silencio pa-
recía sofocarlos;... y, un momento permane-
cieron desconcertados, indecisos, como si hu-
biesen perdido mutuamente sus huellas en la
soledad de las tinieblas;...
la sombra había devorado todos los colo-
res, y, parecía que aquellas dos formas, ape-
nas visibles, estuviesen de pie, temblando ba-
jo una lluvia de cenizas...
en un supremo rapto de pasión, sabienda
que la mujer ama la fuerza, Judas, se aba-
lanzó sobre Magdalena, para estrecharla en~
MARÍA MAGDALENA 175
tre sus brazos, y buscó sus labios, para sellar-
los con los suyos...
ella, se defendió, y libre del abrazo, escapó
hacia el bosque gritando:
— ¡Nunca! ¡nunca!
inmovilizado en un gesto de orgullo supre-
mo, Judas, no intentó seguirla... y, rugió.. ^
— ¿Nunca? pronto repetirás esa palabra,
sobre el cadáver de tu Amor...
se diría que el eco de su voz se había hecho
tangible, y centelleaba, caracoleaba en la No-
che, como un hipógrifo de llamas cuyo relin-
cho hiciese temblar de espanto las cúspides
del cielo; #
el Silencio, plegó las alas estremecidas, es-
tupefacto de horror...
Calma de azul;
frescuras de follaje;
desnudez de la Noche floreciente;
desfloración de rosas del ocaso, caídas pá-
lidamente en el Silencio;
brumoso el globo de la luna esquiva;
iridescencias blondas de miraje, sobre la
inerte palidez del campo, lleno de ternuras
maternales;
los montes se dormían en la penumbra, ba-
jo el blanco candor de las estrellas...
los cielos parecían hacer confidencias al
corazón divino del paisaje;
MAGDALENA. — 12
i;8 VARGAS VILA
en el jardín, un prisma de Poema; una fies-
ta de rosas en orgía...
la cesta de una canéfora, camino de Eleu-
sis, tal se diría el jardín;
bajo los limoneros florecidos, sollozaba la
tarde;
calma floral;
era el jardín de Simeón, el leproso, curado
por Jesús;
y, el Maestro, comía allí;
lo rodeaban sus discípulos, pendientes de
sus palabras, y de sus miradas, como un ra-
cimo de uvas, pendiente de la vid;
y, Jesús decía:
— La Palabra de mi Padre, será cumplida,
y, yo, moriré por el Amor;
haced como yo, amaos los unos a los otros;
yo, os daré un solo corazón para el Amor;
y, una sola boca para el beso;
¡ay de aquel de vosotros que no amase, y
MARÍA MAGDALENA 179
no me amase ! ése morirá como el sediento que
no halló la fuente en el camino, y las fuerzas
le faltaron para llegar hasta ella; mi Reino,
es el Reino del Amor, y, fuera de él, toda sa-
lud fué negada al corazón del Hombre;
id, y salvad a los hombres por el Amor,
dijo mi Padre; y, he ahí, cómo yo vine entre
vosotros;
yo soy el buen Pastor, y el buen Pastor, da
su Vida por sus ovejas;
yo, daré la Vida por las mías; eso se llama
el Amor;
es por el Amor, que mis ovejas oyen mi
voz, y la conocen y, yo conozco el balido de
mis ovejas; y, cuando hay una extraviada en
el corazón del monte, yo la busco, yo la lla-
mo; y, la oveja viene a mí...
en ese momento un ruido importuno inte-
rrumpió la voz del Maestro;
1 8o VARGAS VIL A
gritos de hombres, vocerío de mujeres, gri-
tos de niños. . . i
r
— j Afuera, afuera, afuera!...
Jesús prestó atención al tumulto...,
una mujer con los cabellos en desorden, las
vestiduras desgarradas, se defendía contra la
plebe ;
hombres y, mujeres la arrastraban por los
cabellos hacia afuera;
habiendo un momento logrado escapar a
sus perseguidores, corrió hacia el Maestro;
pero, no pudo llegar a él, porque la mano
férrea de María, hermana de Lázaro, que la
perseguía, la aferró otra vez por el brazo, gri-
tándole;
— Fuera, fuera, tú no entrarás aquí, Mere-
triz...
caícla por el suelo, la mujer, pugnaba en
vano por defenderse; la turba la arrastraba;
MARÍA MAGDALENA 1S1
el Cristo, reconoció a Magdalena; se puso
en pie, y, avanzando hacia la multitud, dijo:
—Dejad a esa Mujer, puesto que ella vie-
ne a mí; ¿con qué derecho detenéis a aquel
que busca la Verdad y la Vida? ¿podéis vos-
otros dárselas? ¿por qué ultrajáis al enfer-
mo que viene a buscar su medicina, y, al men-
digo, que me tiende sus manos menestero-
sas? ¿ésa es vuestra caridad?...
y, encarándose con María la de Simeón,
que no soltaba aún a Magdalena, le dijo:
—Soltad a esa mujer, que viene a buscar-
me en vuestra casa; ¿ésa es vuestra hospita-
lidad?...
— Señor, esta mujer debe salir de aquí, por-
que ella es el escándalo de la Ciudad, y ha
sido la tristeza de nuestra casa; ella ha traído
aquí el dolor, antes de traernos la vergüenza
de su cuerpo; ella arrebató a mi hermana
Marta, que está a vuestro lado, el corazón de
1 82 VARGAS VIL A
Judas de Kerioth, que quería desposarla; y,
ahora le arrebata vuestro corazón; esa mujer
viene a escupir sobre esa herida y, yo la ex-
pulso...
cerca al Cristo, Marta temblaba, como una
sensitiva;
sus ojos obscuros, como dos grandes car-
bunclos luminosos, su palidez láctea, sus ca-
bellos más negros aún que sus ojos, toda su
figura delicada, frágil, llena de dulzuras, de-
mostraba sufrir intensamente, pero silencio-
samente, como en una inmolación;
el Cristo miró a la extraña virgen, que pa-
recía una rara flor de muerte, y de silencio,
y, contemplando luego, la soberbia belleza
blonda de Magdalena, cuya cabellera ultra-
jada semejaba la melena de una leona que hu-
biese atravesado un zarzal, acorralada y per-
seguida, dijo:
— ¿Por qué arrojáis fuera esa mujer que
MARÍA MAGDALENA 183
perfumó los cabellos de aquel que no tuvo
sobre ellos, otro perfume que el hálito salo-
bre de la Noche, y, que no tuvo por muchos
días otro peine que los alisara, sino el ala es-
tremecida de las tempestades?; ella me per-
fumó, porque yo, he perfumado su alma con
el bálsamo de mi palabra, y he derramado
sobre su cabeza el ánfora inagotable del Per-
dón... ella ungió mis pies, porque yo he di-
rigido los suyos, por la senda de la Verdad,
hacia la morada de mi Padre, que está en los
cielos...
apartando a María, tomó a Magdalena por
una mano, y, vino a sentarla a su lado, a la
mesa del festín;
— Señor, le dijo María, ninguna mujer hon-
rada se sentará a la mesa, a donde habéis sen-
tado la vergüenza de Galilea...
— Señor, le dijo Simeón, deshonráis mi ca-
sa, que hasta hoy, ha sido morada de la hon-
1 84 VARGAS VIL A
radez: la lepra de que me habéis curado, en-
rojecía mis mejillas, menos que esta vergüen-
za a que me sujetáis; volvedme mi lepra y,
muera yo de ella;
— Señor, dijo Lázaro, avanzando de la som-
bra, ¿para esta vergüenza, me habéis resuci-
tado? volvedme a mi sepulcro;
a una señal imperativa de Simeón, María
y Marta, sus hermanas, abandonasen el fes-
tín, y no quedo más mujer que Magdalena,
en él;
Simeón y Lázaro, permanecían de pie, le-
jos de la mesa;
otros comensales habían partido;
colérico Jesús, se volvió hacia el círculo
de discípulos que murmuraban, y, les dijo:
— «Hipócritas de vosotros, que volvéis la
cara al Occidente, de miedo de mirar al Le-
vante, que adorabais; ¿cuál de entre vosotros,
puede despreciar esta mujer? aquellos que
MARÍA MAGDALENA 185
no la han poseído la han codiciado; el deseo
brilla en vuestros ojos, y, a la impotencia de
satisfacerlo lo llamáis desprecio; mientras fué
o pudo ser vuestra, nada dijisteis, y ahora que
ha vuelto sus ojos hacia mí, porque yo sané
su corazón, ahora la avergonzáis de su Pe-
cado; en Verdad de Verdad os digo, que por
salvar una alma, puede morir el Hijo de
Dios; os digo, que a causa de ella seré ven-
dido y entregado; alguno de vosotros me trai-
cionará por ella, porque escrito está que por
el Amor, debe morir aquel que vino a redimir
el mundo por el Amor»;
y, Jesús, miró al grupo de sus discípulos,
en el cual, embozado hasta los ojos, para no
ser reconocido por la familia de Simeón, es-
taba Judas, que no volvió el rostro, y, miró
fijamente, agresivamente, a los ojos del Maes-
tro;
éste, sin rehuir la mirada del rival, y, po-
186 VARGAS VIL A
niendo la mano en el hombro de Magdalena,
le dijo:
— Que aquellos que no han pecado, te in-
sulten; y aquellos que han pecado contigo,
que te rescaten, si lo pueden;... que te apar-
ten de la senda de Salvación que has empren-
dido; nada podrán contra aquel que ha toca-
do tu corazón, porque nada podrán contra
aquel que ha venido del cielo a doctrinar en
medio de vosotros;
y. tomando a Magdalena de la mano, se
puso en pie, y se alejó con ella del lugar del
festín...
al salir a la puerta de la casa, se halló con
su Madre, que venía en su busca; y, que, in-
formada por el rumor público, se inmutó al
ver a Magdalena;
— ¿Dónde vais con esa mujer?, dijo María
la de N azare th;
MARÍA MAGDALENA 187
Jesús, mirando fijamente a su Madre, pre-
guntó:
— Mujer, ¿qué hay de común entre tú
y yo?...
*— Yo, soy tu Madre;
— Yo, no tengo Padre ni Madre, ni herma-
nos ni hermanas; todo aquel que crea en mí,
y, que me sigue, ése será mi Padre, mi Ma-
dre, mi hermano, y mi hermana; esta mujer
ha creído en mi palabra, y, me sigue; ella es
mi Padre, y mi Madre, mi hermano y, mi her-
mana, porque ella es la oveja del rebaño que
yo he venido a apacentar sobre la tierra;
y, siguió su camino, como hipnotizado por
«1 fulgor de oro de la cabellera de la Peca-
dora, que iba delante de él...
así, como una estrella, prendida en la caude
de un cometa.
Era un desmayo místico de vagas clarida-
des, mueren los rayos últimos del Sol cre-
puscular;
azulidades diáfanas de calma y de silen-
cio;
ternura de la hora augusta y maternal;
flordelisante el bosque bajo el ramaje lán-
guido;
al beso de oros vírgenes, tiembla el follaje
azul...
se estremecen los árboles al soplo del Oto-
ño, que amarillea los campos;
igo VARGAS VIL A
el bosque es una feria de mil colores mór-
bidos, de mil colores pálidos, colores de ago-
nía...
el vuelo de los pájaros reviste una armonía
extraña en el paisaje...
sus alas son líricas bajo la voz del viento,
que las hace sonoras...
en las penumbras soñadoras de ese paraje
órfico, se ve una sombra pálida, inmóvil, ex-
tática, como una aparición;
¿es un melancólico rosal, abierto todo en.
flores?...
¿es un rayo de luna?
¿es una confabulación de lirios acuáticos
que hacen en perspectiva una figura?
¿es un abeto adolescente, cuya blancura
se ostenta por primera vez, en la noche con-
fusa?...
en la luz oblicua y> difusa, y la penumbra
MARÍA MAGDALENA iqf
densa, la figura se hace espectral, inmensa;,
emergente de los jardines del Silencio...
opacidades la circuyen como nubes de in-
cienso...
los blondos nácares de la hora ambigua,
hacen un fondo de icono, en la luz exigua, a
la figura espectral, que se ve en el bosque, en
la atmósfera diáfana con transparencias de
cristal...
calma abacial en el paisaje patético;
rosales melancólicos abiertos, como sobre-
invisibles vasos de alabastro;
cada una de esas rosas, parece un astro;
en una convulsión de los ramajes, un rayo
de luna baña de lleno la figura enigmática,
dejándola ver íntegra, en su actitud hiera tica ;.
es el Cristo que ora;
a través de los ramajes, hechos sinfónicos,
su figura aparece como coronada de ópalos;
las hojas caídas de los árboles, forman a
192 VARGAS VILA
.sus rodillas, una alfombra, en la cual, los ca-
prichos del viento bordan motivos heráldi-
cos;
como cisnes votivos, en el estanque de un
templo búdico, los nenúfares del arroyo cer-
cano, mecen al aire el encanto de su belleza
adónica;
su gracia acuática, tiene una belleza sim-
bólica, como un coro de párvulos extáticos
que estuviesen presentes a la oración beatífica
del Cristo;
halos crepusculares, dan reflejos solares,
al oro férvido de la cabellera nazarena, que
«en ondas asimétricas, cae sobre los hombros
ascéticos;
sus brazos alzados hacia el cielo, se dirían
los pistilos de una flor sobrenatural, nacida
de una vegetación astral; hecha de luz, y de
cristal;
su sombra al proyectarse sobre el follaje,
MARÍA MAGDALENA 193
se diría, una mariposa lunar, caída sobre la
tierra, inmóvil bajo el ramaje...
sus ojos extáticos, parecen heridos de ata-
raxia, en una ceguera de Noche, como aboli-
dos, cual si hubiesen desaparecido, agotados
por una visión apocalíptica; ardidos por un
carbón prof ético;...
avalancha de ensueños mesiánicos, hacen
halo a la frente del Electo, que en un gesto
de abatimiento melancólico, se inclina hacia
la tierra, como una enredadera tronchada y
taciturna, en el azul-negro de la hora noctur-
na, que la luz indigente de los astros, tiñe de
un amarillo de jaspe;
con un largo sollozo de emoción, termina
el Profeta su oración;
yergue su busto raquítico, muy lentamente,
cual si sus riñones martirizados por sus lar-
gas vigilias de ascético, le hiciesen mal; la
palidez morbosa de su rostro histérico, se
MAGDALENA. — 13
194 VARGAS VILA
muestra con una tristeza vesperal de tarde
muriente;
gotas de sudor, perlan su frente, como una
escarcha insidiosa;
el azul sereno de sus ojos, es tan insonda-
blemente triste, que domina con sus nieblas,
la diadema de montes obscuros, que lo ro-
dean como un hemiciclo de tinieblas;
ante lá tristeza de aquella mirada divina,
la tristeza azul de los cielos parece mezquina;
sus pupilas lelas, parecen ver pasar por el
horizonte, la flota de carabelas, de todas sus
ensoñaciones;
las alas lentas de sus visiones, hacen ges-
tos heroicos, y, revolucionarios, en una proce-
sión de siglos futuros, perdidos en ponientes
incendiarios...
mira el cielo, como si la voz de todos los
oráculos, hablase para él, por la boca beata
de lo Infinito, llena de divinos ósculos;
MARÍA MAGDALENA 195
su frente soberana, se nubla bajo el desor-
den salvaje de su cabellera, hecha plutonia-
na, por el gesto angustioso con que las manos
febricitantes la mesan;
el gesto rígido de los brazos alzados al cie-
lo, recuerdan el vuelo de los pájaros marinos,
que miran su sombra sobre el mar;
cierra a veces los ojos, como presa de te-
rribles enojos;
de su boca, se escapa un murmullo ininte-
ligible, como el vino de una ánfora, por una
hendidura apenas perceptible;
una vibración musical, parece cantar en sus
labios entreabiertos de Profeta;
parece que un río de música secreta, exten-
diese sobre la Noche, la sinfonía de sus olas;
inclina a veces su cabeza, cargada de au-
reolas, como un pájaro sobre la rama;...
y, queda absorto, cual si escuchara las pro-
loó VARGAS VILA
fundida'des de una voz que de lejos le ha-
blara...
en el esfolgorio de oro de los cielos ven-
cidos, la Noche azul canta entre los mirtos
florecidos;
Jesús, obsesionado por su visión, dice:
— ¡ Eloim ! j Eloim ! aparta de mis ojos, esta
visión temible que me espanta; ¡apártala de
mí! Yo, veo los hombres victoriosos contra
Ti; y, veo en el tropel de los siglos futuros,
triunfar en mi nombre, aquellos que he veni-
do a destruir; tiempos de Abominación, y
tiempos de Iniquidad, sucederán a estos tiem-
pos de Abominación, y, de Iniquidad, porque
escrito está que la Abominación y la Iniqui-
dad, no morirán sobre la Tierra; los oráculos
serán cumplidos, y tú y, yo, seremos venci-
dos, por aquellos mismos a quienes me has
enviado para salvar; yo siembro la simiente
del cielo, y los pájaros de la Noche la devo-
MARÍA MAGDALENA 197,
rarán; no se logrará mi cosecha de estrellas,
porque la roca es más poderosa que el grano,
y, el grano será podrido en las entrañas de
la roca; no germinará; y, he ahí que yo vine
entre los hombres a traer la Verdad, y ía Ver-
dad no arraiga en el corazón tenebroso de los
hombres; aquellos que deberían creerme, no
creen en mi palabra, y el ludibrio soy, de
aquellos que me están cercanos, porque escri-
to está, que nadie será Profeta para aquellos
que lo vieron nacer, y, que aquellos que lle-
van nuestra sangre, serán los últimos en re-
conocer la supremacía del espíritu, por la cual
hicisteis de nosotros, los electos de tu Volun-
tad, y de tu Verbo; sordos serán a los clamo-
res del Profeta, la aldea misérrima en que
nació, la tribu a que pertenece, y los mora-
dores de la casa en que vio la luz; sordos y
hostiles; los míos me desconocen y me nie-
gan; aquellos que me siguen, no me compren-
*9% VARGAS VILA
den, y chicanean sobre el sentido de mis pa-
rábolas; los letrados ríen de la sencillez de
mis palabras, y suelen tacharme de ignoran-
cia;
los ricos, los poderosos, ríen de mis amena-
zas, y me miran con la cruel misericordia de
aquel que mira a un demente; mis hermanos
dicen: «¿cómo podemos creer que nuestro her-
mano que estuvo en el mismo vientre que
nosotros, es el Hijo de Dios?», porque ellos
no comprenden el simbolismo de mis pala-
bras; y los hombres de mi aldea dicen: ¿no
es el hijo de José el carpintero? ¿no conoce-
mos sus hermanas, y sus hermanos? ¿no jugó
y no litigó con nosotros, cuando niño en las
calles de Nazareth?... y, los de los otros pue-
blos dicen, ¿qué bueno puede venir de Gali-
lea?... y, la soledad de aquellos que habéis
elegido, para adoctrinar en tu nombre, me
rodea; es verdad que los humildes, los po-
MARÍA MAGDALENA 199
bres, los esclavos, los miserables, me siguen,
pero, guiados por un bastardo sentimiento de
Ambición y de Revancha; yo, predigo el Rei-
no futuro de los desheredados; y, ellos quie-
ren reinar; he ahí su devoción; y, reinarán;
un día, ellos también serán amos, y, señores,
y, oprimirán a aquellos, o a los hijos de aque-
llos que los oprimieron, y, ellos también sem-
brarán la Esclavitud sobre la Tierra; y, todo
en nombre de mi Palabra; y una servidumbre,
más oprobiosa que la de hoy, se extenderá so-
bre el mundo, y, todo eso en nombre mío,
que vine a traer la Libertad; y, la Libertad
no reinará nunca sobre la Tierra; eternamen-
te habrá amos y, esclavos, y, eternamente el
hombre será el siervo del hombre; los Césa-
res reinarán en mi nombre, y, se dirán here-
deros de mi autoridad... de la autoridad
mía... yo, que vine a destruir toda autoridad;
ellos oprimirán en mi nombre, como hoy opri-
200 VARGAS VILA
men en nombre de los dioses que yo vengo a
desterrar del corazón de los hombres; y, yo
también seré hecho Dios, por aquellos que
reinarán en mi nombre;... y, así tu obra y mi
obra de Libertad, serán vencidas; yo, vine a
predicar contra los sacerdotes y, contra los
impostores, y ellos nacerán de mi doctrina,
como los gusanos, del cadáver de una flor, y
la devorarán; y, en mi nombre habrá sacer-
dotes y cultos y sacrificios; y, yo, seré el Pen-
dón de la Mentira; yo que vine a ser Bandera
de Verdad entre los hombres; y, todo por
obra de los sacerdotes, que doctrinarán en mi
nombre; ¡lobos devoradores del rebaño!... el
primer devorado por ellos seré yo; he ahí que
yo he venido contra los jueces, y contra las
leyes que aplican los jueces, y un día llegará
en que leyes ignominiosas se harán en mi
nombre, y aplicadas serán por aquellos mis-
mos que yo vine a destruir... he ahí que yo
MARÍA MAGDALENA 201
he venido a predicar la Fraternidad entre los
hombres, y un día mi Verbo será Verbo de
Odio y de Exterminio, y mi Palabra será la
espada destructora, en manos de aquellos, que
se dirán herederos de mi espíritu, y, de mi
doctrina; y, en mi nombre, el hombre odiará
al hombre con el pretexto de adorarme, y, ya
no será posible, el amor entre los hombres
y, entre los pueblos de la Tierra, porque el
Sacerdote, se alzará entre ellos, para dividir-
los y para lanzarlos los unos contra los otros,
y, eso en nombre mío, que he dicho en vues-
tro nombre: amaos los unos a los otros... yo,
vine a predicar la Paz en nombre de mi Pa-
dre que está en los cielos, y, los cesares y los^
sacerdotes, harán imposible el Reinado de la
Paz sobre la tierra; guiados por la espada de
los unos, movidos por la palabra de los otros,
los hombres se lanzarán contra los hombres,
los pueblos irán contra los pueblos, se dego-
202 VARGAS VILA
liarán entre sí, se exterminarán, se destruirán,
y, todo en nombre mío, que he inaugurado el
Reino de mi Palabra, diciendo: la Paz sea
con vosotros...
el Reinado de Caín, será el Reinado de Je-
sús...
en la avalancha de los siglos futuros, yo
veo desde aquí, los templos, los palacios, de
aína ciudad de lujo y de placeres, en que un
Pontífice, sibarita y concusionario, reinará en
mi nombre; su reino sucederá al reino de los
Césares, y, su poder se extenderá sobre toda
la tierra;... el lujo de esa ciudad, eclipsará
el de Tiro, Nínive, y Babilonia; su corrup-
ción superará a la de Gomorra y Seboim; su
crueldad eclipsará la de los conquistadores,
venidos de Menfis, y, salidos de las montañas
de la Asiria, para asolar la tierra, y, ese Sumo
Pontífice del Mal, de la Muerte, y del Peca-
do, reinará en nombre mío, que vine a des-
MARÍA MAGDALENA 203
truir el Reinado de la abominación sobre la
Tierra...
y, Jesús se abisma en el seno de sus visio-
nes, y, apenas se le oye murmurar: ¡Eloim!
]Eloim!... cúmplase en mí según tu Sacra
Palabra...
y, como si hubiese oído vibrar las negras
alas del drama, que ya se extendían sobre su
cabeza e iba a envolverlo como una nube, de-
cía:
— Yo siento la esterilidad de mi Obra, y,
la esterilidad de mi Sueño; estériles serán
a causa del Amor; porque yo que vine a pre-
dicar el Amor, no sólo le di mi palabra, sino
•que le he dado mi corazón, y le daré mi Vida;
•el Amor que yo llevaba como una flor entre
mis labios, se entró dentro de mí, y, ahora me
devora el alma: y he ahí que yo soy el Ven-
cido de mi propio Triunfo, y soy el Conquis-
tador, conquistado por su conquista; la ley
204 VARGAS VILA
de Amor que perdió el Mundo, se cumple en
mí, que viene a salvarlo, y hace estéril mi
obra; una Mujer se ha alzado en mi camino,
y su sombra me obscurece todos los horizon-
tes del cielo; ¡oh Eloim! ¡Eloim!; apenas si
alcanzo a ver tu rostro, tras el deslumbra-
miento bermejo de sus cabellos; la Mujer, es
la Fatalidad, y la Fatalidad se alza en mi
camino; y, ella devora mi Obra; hijo del
Hombre, yo siento alzarse en mí, la sombra
del Pecado del Hombre; hijo de Mujer, yo
siento el calor de las entrañas de la Mujer, y,
siento el perfume de su sexo, que perdió el
Mundo, desvanecer mi cabeza de dios; yo vi-
ne a redimir al Hombre del Pecado de Adamr
y, el Pecado de Adam ruge en mí, y Eva se
venga de aquel que quiso hacer imposible su
reinado sobre la Tierra; y, estoy vencido, ven-
cido por el Amor;... y, siento que voy a ser
vencido por el Pecado; yo que vine a des-
MARÍA MAGDALENA 205
truirlo... ¿era tu Voluntad que este drama
se cumpliese así, y el Hijo del Hombre, mu-
riese como un Hombre, sin poder rescatar el
Mundo del Pecado, y, antes bien, cayendo
vencido por el Pecado del Mundo? si es así,
Amén... Amén... y que tu voluntad sea he-
cha; yo siento que la hora del drama se apro-
xima; la hora de ser entregado; Judas, me
venderá; la sombra de una mujer, se alza
•entreoíos dos; ¿por qué se alzó esta mujer en
mi camino? ¡lirio de Perdición!... ¿por qué
he permitido que su perfume llegue hasta mí,
e invada lentamente mi corazón? ella ha ve-
nido en nombre del Dolor; y, yo vine a con-
solar el Dolor sobre la Tierra; ella es el Pe-
cado, y, ¿no vine yo, a redimir los pecados
del Mundo?... ella es la conquista de mi Pa-
labra, y, ¿no vine yo a conquistar las almas?
¿cómo pedir al Conquistador, que tenga mie-
do de su Conquista y huya de ella?... yo sien-
206 VARGAS VILA
to que la bestialidad del Instinto, se despier-
ta en mí; y, el Instinto, es el Alma del Hom-
bre; la Madre Naturaleza me recuerda que
soy su hijo, y, es por los ojos, por los labios,,
por las manos de esta Mujer, que viene a re-
cordármelo; el perfume de su cuerpo, hace
temblar el mío; el aliento ae su boca me enar-
dece, sus ojos de alga marina, me obsesio-
nan... siento que voy a sucumbir... ¡Padre
mío ! ¡ Padre mío ! aparta de mí este cáliz del
Amor; aparta ae mí, el cáliz de estos labios;
aparta de mis ojos, la estrella de estos ojos,
que me ciegan; aparta de mi cuello la cadena
de estos brazos, que amenazan esclavi-
zarme...
ten Piedad de mí; Piedad de mi Obra, que
el poder del Mal, es decir, el Poder de la
Mujer, va a hacer estéril sobre la Tierra; la.
oveja que he salvado, pesa demasiado so-
bre mis hombros ¡guay! si es una loba que..
MARÍA MAGDALENA 20;
he encontrado en el atardecer, prisionera en
los zarzales, y mis ojos de Misericordia no la
han distinguido; ella terminará por devorar
el rebaño y el Pastor; ¡Padre mío! ¡Padre
mío! salva a tu hijo, ¿no has dicho que tienes
en él, puestas todas tus dilecciones?...
Jesús, se pone en pie, pasa su mano por
su cabellera desgreñada, y por su rostro lívi-
do, y, extendiendo los brazos hacia adelante,
como para rechazar o detener una visión que
viniese sobre él, dice con una voz de angus-
tia, voz de incertidumbre, llena de todas las
debilidades...
— Huiré; me refugiaré en la montaña; ma-
ceraré mi cuerpo; ayunaré, cuarenta días, y
cuarenta noches, y, volveré purificado entre
los hombres; libre de todo deseo...
y, como si quisiese borrar de sus ojos, una
visión impura, se cubre el rostro con las ma-
nos, y, retrocede horrorizado en la sombra...
208 VARGAS VILA
el choque con otro cuerpo lo hace dete-
nerse;
— ¿Quién eres?, dice, volviendo el rostro,
e interpelando la forma que se alza en su ca-
mino;
— Yo, Maestro...;
— ¡Magdalena!...
la mujer, toma una de las manos del Maes-
tro y, la lleva a los labios;
Jesús tiembla...
— ¿Tenéis miedo, Señor?
—Sí.
— ¿Miedo de quién?
—De ti...
— ¿De mí, que os amo tanto?
— Tengo miedo del Amor...
— Y, ¿no habéis venido a predicarlo? ¿por
qué tenéis miedo de mí, que os lo traigo ?
— ¡Apartaos! ¡Apartaos! ¡Mujer!, grita el
MARÍA MAGDALENA 209
Cristo, con una voz desfalleciente, del ser que
siente decaer sus fuerzas.
— ¿Yo?... dice la Mujer, tomándole por
las dos manos, y, acercando a él las dos ma-
milas exuberantes, cual si se las ofreciese,
centellando los ojos fosforescentes de de-
seos, y, los labios, llenos de incitaciones.
— Apartaos, dice débilmente el Hijo de
Dios, como si hiciese el último esfuerzo para
defenderse.
— ¿Apartarme de Ti? Señor; clama la Mu-
jer, atrayéndolo violentamente sobre su seno
y, devorando con un beso furioso, la púrpura
virgen de los labios nazarenos...
el Cristo, no se defiende, la deja hacer, se
deja devorar de besos y de caricias, como re-
signado a la Inexorable Fatalidad de la Na-
turaleza, que ha hecho tan dulces las fuentes
del Pecado;
MAGDALENA. — 14
2io VARGAS VILA
y, vencido cae, por el Amor, aquel que ha-
bía venido a encadenarlo...
y, el bosque todo tiembla en una fiesta nup-
cial;
un soplo de divinidad acaba de pasar
por él;
es el beso de un Dios, que viene a fecun-
dar la tierra. . .
en la sombra se ve a Magdalena, que se
encarniza en besos asesinos, y, sus brazos que
se agitan con los gestos convulsos de las alas
de un buitre que devorara un cordero...
y, devorado fué por el pecado el Cordero
de Dios, que había venido a redimir los peca-
dos del Mundo:
A gnus Dei qui toüis, peccata mundi...
La Noche, negra, llena de una tristeza im-
periosa, impenetrable...
noche de pesadumbre; sin estrellas...
por la colina lívida, más lívida que el cielo,
avanza el Cristo: hacia el Huerto de Getze-
maní;
apoya una mano, en el hombro de Magda-
lena, y, se deja guiar, como si fuese un ciego:
no él, sino su sombra, parece el Nazareno;
una sombra, la sombra de un muerto esca-
pado de un sepulcro, y, apoyado en una som-
bra hermana, que lo guía;
212 VARGAS VIL A
toda flor de juventud ha huido de su rostro
macilento, y de su mirada opaca, sin ternu-
ras;
la lividez de su rostro, es la del hemotísico,
a quien un tardío y violento uso del Amor,
lleva a la Muerte;
las violetas de sus ojos, son como dos car-
bones extintos, entre el negro voraz de sus
ojeras, que llegan hasta sus pómulos salien-
tes, donde un punto rosa, muy pálido, denun-
cia la fiebre que lo mina;
su boca, es casi fea, a causa de la languidez
desencantada de los labios, flácidos entre la
barba inculta;
las melenas en desgreño;
se diría, que una larga serie de años, ha pa-
sado sobre su juventud, para ajarla, para des-
truirla, para no dejar ni un vestigio, de esa
encantadora y, enfermiza flor de gracia, que
era su rostro de Rabín, encantado y soñador;
MARÍA MAGDALENA 213
cubierto, más que vestido, por una túnica
sucia, de color indefinible, y un manto hara-
piento, que el viento de la Noche agita, como
para denunciar su estado lamentable; avanza
por el sendero guijarroso, sus pies lacrados,
apenas cubiertos y no protegidos por sus san-
dalias en jirones;
nunca un aire de vencimiento igual, se vio
sobre un rostro de Infortunio; ¡el anonada-
miento absoluto, de aquel que ha perdido to-
do, hasta la Esperanza!...
así, ajado, encorvado, como desaparecido,
apoyado en el hombro de Magdalena, parece
un viejo mendigo, llevado por su hija, a tra-
vés de la peregrinación de la Miseria;
Magdalena, va, menos que humilde, mise-
rablemente trajeada; su túnica, que fué roja,
ha perdido todo color; el manto que fué azul,
y es ahora de un color gris a manchas deste-
ñidas, como de óxido; por todo tocado, sus
214 VARGAS V1LA
cabellos victoriosos, sus cabellos de oro, que
sueltos sobre la espalda, la hacen por su peso
echar la cabeza hacia atrás, en uno como ges-
to de orgullo; por todo adorno, su belleza ra-
diosa hecha ahora más intensamente atracti-
va, de una sugestión menos brutal, que la de
sus formas anteriores; éstas, han perdido en
opulencia, pero, han ganado en gracia; su del-
gadez, la hace aparecer más alta, más esbelta,
más espiritualmente sensitiva; los días sin
pan, las noches sin abrigo, han dado al cerco
de sus ojos, un negro profundo, que agranda
y obscurece el verde de sus pupilas, hechas
violáceas en la vecindad de esa sombra, como
el verdor del mar, cerca a una montaña de
pinos;
van solos...
nadie los sigue;
las turbas han abandonado al Maestro; la
murmuración le ha hecho el vacío...
MARÍA MAGDALENA 215
cuando se retiró a la montaña, cuarenta
días, y cuarenta noches, para hacer peniten-
cia, sus discípulos creyeron en el Milagro, y,
lo esperaron ansiosos;
mas, cuando el día del descenso, lo vieron
bajar, apoyado en el brazo de Magdalena,
cual si regresase de un viaje nupcial, buscan-
do los senderos extraviados, escondiéndose a
las miradas de todos, y comprendiendo que
la Pecadora lo había acompañado en su so-
ledad, se retiraron hoscos y murmuradores;
las mujeres, le volvieron la espalda, y no
siguieron ya su cortejo;
las madres no llevaron ya sus hijos a aquel
que había dicho: «dejad los pequeñuelos, que
vengan a mí», los apartaban de su camino,
como para evitar que los acariciara con su
mano, aquel que había tocado ya, carne de
mujer;
2i6 VARGAS VIL A
su madre misma, se había apartado de él,
reprochándole su Amor...
sus enemigos exultaban de gozo;
los sacerdotes lo afrentaban;
y, aquel que se llamaba Hijo de Dios, ven-
cido por la Hija de los hombres, arrastró en
la Soledad, el duelo de su Divinidad ven-
cida;
vagó por los caminos, sin que nadie llegara
en la pompa de los campos, y la agonía de
las tardes, a escuchar sus parábolas armonio-
sas, que sólo encantaban a los pájaros del cie-
lo, y a las candidas flores de la Tierra;
llegó a la aldea, y nadie salió a su encuen-
tro; las palmas no hicieron ya abanicos sobre
su cabeza; ningún ¡Hosanna!' sonó en sus
oídos de vencido...
las puertas, antes amigas, se cerraban a la
aproximación de aquel que llegaba apoyado
en el brazo del Escándalo...
MARÍA MAGDALENA 217
todos, por huir de la Pecadora, huían
de él;
durmió en los caminos, sin otra almohada
para su cabeza de Profeta, que la almohada
de nardos de su Amor;
y, hubo días, en que como un pichón im-
plume, no tuvo otro alimento que el que le
dieron los labios casi maternales de la
Amada;
pero, no renunció a su conquista; no puso
en el suelo, y no abandonó sobre el camino
la oveja leprosa, que lo había contagiado;
se puso a amarla apasionadamente;
como todo hombre que llega tarde al Amor,,
quiso agotarlo;
el esfuerzo apasionado, desarrolló en él, los
gérmenes latentes del mal que había devo-
rado a tantos de su raza, y que devoraba a su
propio padre; la tuberculosis hereditaria, que
residía en su organismo en estado larvado, se
-2 1 8 VARGAS VIL A
desarrolló en él, fulminante, y hallando en su
organismo raquítico, un terreno apropiado, se
puso a devorarlo, y lo consumió...
se sentía morir...
la obsesión de su Misión Divina, no lo
-abandonaba; su teomanía incurable, se exa-
cerbó con la derrota, y, deseando morir como
Mártir, vino a Jerusalem, donde sabía que la
venganza de Judas, lo esperaba para entre-
garlo...
aspiraba a rescatar por la Santidad de su
muerte, la única debilidad de su Vida;
y, ahora, iba en el crepúsculo, hacia el
Huerto triste...
en la linde del olivar la sombra era más
espesa...
— ¡Cómo la Noche es fría!, extiendo la
mano, y, me parece que toco el cuerpo de un
¡muerto; todo huye de nosotros, hasta el Sol...
y, el Cristo, bajó los párpados, sobre las ti-
MARÍA MAGDALENA % 219
nieblas de sus ojos, que parecían extintos, e
inclinó su cabeza dolorosa, sobre el hombro
de Magdalena, en un gran gesto de desfalle-
cimiento;
caminaban a pasos tan cortos, que se dirían
inmóviles;
la obscuridad era perfecta, y, sus dos som-
bras apenas si se veían, como dos fantasmas,
tanteando el sendero, perdidos en el corazón
inmisericorde de la Noche...
— Y, sin embargo, estas tierras me fueron
clementes, dijo el Cristo; el Sol lucía, para
antorcha de mi palabra, tal un cirio nupcial,
cargado de perfumes; mañanas radiosas, en
«que el vuelo de las palomas enternecidas, se
mezclaba a la caída del rocío, cayendo como
un bálsamo odoriferante sobre la tierra; y yo
doctrinaba en ellos, y, la multitud me rodea-
ba como una mar tranquila... tardes de en-
sueño conmovedor, en que el Sol moría lán-
220 VARGAS VILA
guidamente sobre los cielos estivos, y, mis
parábolas volaban como un enjambre amoro-
so, sobre las rosas dormidas;... mañanas de
Bethania y de Cafarnaún; tardes de Tiberia-
des y de Emaús, ¿adonde están? las gentes
han huido del Hijo de Dios, y, mis palabras
no hallan corazones en que posarse, y, caen
vencidas, como pájaros en el desierto que na
hallan un árbol, en que plegar las alas fati-
gadas;... sentado a la orilla del mar de la So-
ledad, siento morir a mis pies, sus olas sin
tumultos;... ¡ah! qué de veces, me ha suce-
dido, creer que voy a morir, sin reconquistar
el reino de las almas, aquel reino que fué
mío...
y, sus palabras, sonaban en la sombra y el
silencio, como el murmurio de una fuente en
la noche profunda...
Magdalena callaba, más pálida, que las ho-
jas inertes que el viento invasor llevaba por
MARÍA MAGDALENA 221
entre los senderos guijarrosos; una inmensa
tristeza devoraba sus ojos, y, se le sentía tem-
blar, como los arbustos que se enredaban a
su túnica desgarrada;
— ¿No viste a nadie conocido, al atrave-
sar a Jerusalem?
— A nadie, Maestro; las callejuelas más
excusadas, fueron nuestro camino, según
vuestro deseo; nadie os reconoció...
— La Multitud, es voluble, como las olas
del Mar; ¡ay de aquel que da su Vida a la
Multitud! ése será devorado por ella; en esta
lucha de vencidos, tal vez sólo los domina-
dores tienen razón; los pueblos son como ca-
ballos insumisos, necesitan el jinete que los
dome; ¡ay! de aquel que se pone ante ellos,
queriendo detenerlos en su carrera al abismo;
morirá pisoteado y despedazado por sus cas-
cos asesinos;... el foete es el instrumento de
dominio, sobre las bestias y, sobre los hom-
222 VARGAS VILA
bres; y, aquel que no azota a los otros, azo-
tado será por ellos... Jerusalem, me ha olvi-
dado;... Jerusalem, fué ingrata como Naza-
reth, como Bethania, como Tiberiades...
— En Nazareth, vuestra Madre misma, vol-
vió los ojos, para no veros pasar; los niños os>
insultaron en nombre de sus madres; y, el
rumor público nos persiguió hasta afuera de
las puertas de la aldea; cuando quisimos de-
tenernos a orillas de la fuente, ninguna hija
del lugar nos dio su cántaro para beber; y,,
aquellos labradores que trabajaban cerca al
camino, nos lanzaron guijarros;
— Es Verdad; escrito está, que la aldea,,
siempre será fatal al Genio; ¡ay del águila,
que no rompe su nido ! ésa no volará muy al-
to; romper su nido, es el primer deber del
águila; como romper su patria es el primer
deber del Hombre Libre; ¡ay! de aquel que
MARÍA MAGDALENA 22¿
no rompe el nido de las víboras; ellas devo-
rarán su corazón, y, lo devorarán a él...
y, diciendo eso, su voz era inflamada y dé-
bil, como una llama moribunda, que se esca-
pa de una hoguera cuasi extinta...
— En el Tiberiades, nadie quiso darnos sur
barca para atravesarlo; no hallamos barque-
ro, aquellos que eran vuestros discípulos, se
ocultaron; y, Pedro también...
— Verdad es; ese hombre ha de negarme;
y tres veces me negará...
— Entre Bethania y Sión, la casa de Si-
meón, cerró sus puertas, viéndonos venir...
Sólo Marta, salió sobre el terrado a contem-
plaros cuando hubimos pasado; había un
grande amor en su mirada; María, volvió la
espalda; Simeón, se inclinó sobre un surco
que abría, oculto a la sombra de sus bueyes;
Lázaro descendió a la cueva, para ocultarse
1224 VARGAS VILA
-en ella, como si descendiese de nuevo a su
sepulcro...
— La lepra del alma, no se cura con el azu-
fre, como curé yo, la herpes de Simeón, que
él creía una lepra; la gratitud no se despierta
<en los corazones malos, como desperté yo, a
Lázaro de, la catalepsia en que estaba sumi-
do, y le volví el uso de sus miembros por el
solo poder del hipnotismo; ¡pobre Marta!...
su corazón, yo no puedo consolarlo...
había llegado a lo más alto de la colina, en
lo más espeso del olivar, y el Cristo dijo:
— ¿No veis a nadie? ¿no hay nadie?
— Nadie, Maestro...
— Nadie, la palabra de la soledad... Na-
die... Pedro, Juan, y Santiago habían dicho
que vendrían...
— Y, vendrán...
— Hay horas en que el alma formidable de
la Soledad, quiere ser violada;... la Verdad
MARÍA MAGDALENA 225
lleva a la soledad, y, yo he entrado en ella,
por el camino terrible, que lleva a todo sacri-
ficio;... y, yo cumpliré el mío... ¡triste es la
Soledad de aquel que ha sido abandonado
por los hombres! ¡triste y heroica!... ¡cómo
se siente morir la Vida, en su silencio extra-
ño!... bella es la muerte del Apóstol, que en-
tra en la tumba por el sendero del Tumulto...
.y, pasa bajo el arco del sepulcro, como bajo
un pórtico ornado de leones... bella es la
muerte del Mártir, que una Voluntad Heroi-
ca, sostiene; bella y feliz; yo tengo miedo a
la soledad; miedo de morir en ella; la sole-
dad, es una prisión sin Sol; yo quiero salir
de ella; yo quiero ver el Sol, yo quiero volver
al alma de los hombres; reinar en el alma de
los hombres; conquistar de nuevo mi Reino,
el Reino de las Almas; la tumba es menos
triste que una vida sin amigos;
como todos los espíritus débiles y megaló-
MAGDALENA. — 15
226 VARGAS VILA
manos, Jesús tenía el horror de la Soledad,
y ese horror lo reflejaba el temblor de su pa-
labra, que semejaba la de un niño asaltado
de espanto;
Magdalena, volvió hacia él, los ojos afli-
gidos por aquellas palabras, que denuncia-
ban en el Alma del Profeta, un vacío que su
amor no podía colmar; la nostalgia de un
Amor, que su Amor no podía borrar; el Amor
de la Multitud; Amor de seres inferiores, que
en él, no eran sino un vértigo de su Vani-
dad...
viéndola tan triste, Jesús tuvo piedad de
ella;
— ¿Te he hecho mal? Magdalena... ¿te he
hecho mal ? tú eres más fuerte que yo, porque
tú no sientes la tristeza del esplendor per-
dido...
— Porque yo te amo, Señor, más que todos
los esplendores del Pasado, y, más que todas
MARÍA MAGDALENA 227,
las glorias del Futuro; amor que recuerda
otros amores, no es Amor; Amor, que suspira
por otros amores, y los desea, no es Amor...,
— Razón tienes, mujer, y la Verdad ha ha-
blado por tu boca, porque siempre es boca
de Sabiduría, la boca que ama; pero de pen-
sar has, que cuando yo hablé de Amistad, no
hablé de Amor; y tú el Amor eres; no eres la
Amistad; conquistada fuiste por mi Palabra,
pero, como el icneumón en la boca del lagar-
to, tú entraste por la boca que te había con-
quistado, entraste a mi corazón y a mis en-
trañas;... cuando yo hablé de la Soledad, no
hablé del Amor; del Amor, al cual he dado
todo, y, por el cual daré la Vida...
— El Amor que ha hecho tu Soledad;
— No hay soledad en el Amor; el Amor lo
llena todo; imposible es el silencio en sus
tumultos...
y, reclinando la cabeza, en el seno amado,
223 VARGAS VILA
se dejó ungir con un beso misericordioso de
aquellos labios que lo habían perdido...
un golpe de tos lo agitó violentamente, co-
mo un arbusto sacudido por el huracán; sus
ojos se extravasaron, su rostro congestionado
se amorató; se sentía ahogar...
• un chorro de sangre salió por su boca y sal-
picó sus labios, su barba y su vestido; un ver-
dadero ataque de hemotisis;
le sobrevino un vértigo;
cerró los ojos, y dejó caer su cabeza en el
hombro de Magdalena...
ésta, lo sentó en una piedra que había cer-
cana, y, enjugó con su manto, el sudor del
rostro y, la baba sanguinolenta que se adhe-
ría a la barba sedosa, antes tan bella;
minutos después, Jesús abrió los ojos y di-
jo, con una voz que era un gemido:
— Tengo sed.
Magdalena, miró angustiada por todas par-
MARÍA MAGDALENA 229
tes; no había pozo, ni fuente, ni lagar alguno
que ofreciese una gota de agua, con que apla-
car la sed del febricitante;
quiso entonces sentarse a su lado para apa-
ciguar con sus labios, la sed que ardía en
los del Cristo, pero, éste se lo impidió dicién-
dole;
— Apártate, Magdalena, porque voy a en-
trar en Oración; es la hora de hablar con mi
Padre Celestial, que no me ha abandonado,
y, en cuya presencia siento que voy a compa-
recer muy pronto;
Magdalena obedeció, y entró en el bosque,
pronta a acudir a la primera llamada del
Maestro...
éste, se postró de rodillas, puso la cabeza
entre las manos, apoyando los codos sobre
el banco de piedra, y oró;
ligeros estremecimientos recorrían su cuer-
po, sacudido de sollozos;
230 VARGAS VILA
y, oró largamente, férvidamente, angustio-
samente;
cuando se levantó, su rostro lívido, estaba
cubierto de sudor; nuevos esputos sanguino-
lentos, se habían mezclado a esa exudación;
se diría que había sudado sangre...
se limpió el rostro, con el halda de su man-
to, y, miró en la obscuridad;
vio a Pedro, su discípulo, que estaba frente
a él, esperando que acabase de orar;
— Pedro, ¿por qué me has abandonado?,
le dijo con una voz dura, voz de reproche im-
perioso, que le era habitual en sus arrebatos
de impulsivo;
— Señor, hay que trabajar; hay que vivir;
mis redes estaban rotas ; mi barca hacia agua,
todo lo he abandonado por seguiros.
— ¿También a ti, te ha sobornado Judas?
— Judas, me ha auxiliado con diez talen-
tos, para pagar las gabelas del César, sin lo
MARÍA MAGDALENA 231
cual, todo mi patrimonio se habría perdido;
¿para qué habría de sobornarme Judas? no
creáis a los labios que os hablan contra él,
después de haberlo besado; Judas, es vuestro
discípulo; Judas os ama, aún más que aque-
llos que lo calumnian...
Jesús, devoró la alusión y sonrió con des-
dén;
— ¿Y tú? Juan, dijo al adolescente de Ze-
badía, al bello efebo, que había sido su dis-
cípulo más amado, y cuya cabeza blonda, se
había reclinado sobre su pecho, en los ágapes,
antes que la de Magdalena viniera a expul-
sarlo de allí;
taciturno y cruel, éste dijo:
— Creí seros importuno; el lugar en que se
reclinaba mi cabeza, estaba ya ocupado por
otra más amada de vos;
el Cristo sonrió con tristeza;
— En Verdad de Verdad, os digo, que to-
232 VARGAS VILA
dos vosotros os separaréis de mí; tú, Pedro,
me negarás tres veces; tú, Juan, y, aquellos
que aun no han venido, me negarán también;
y, abandonado seré; porque el destino de todo
Salvador, es morir abandonado por aquellos
a quienes salva; alguno de vosotros me trai-
cionará; y, ya siento aproximarse el beso que
será mi muerte;
— El beso que os hará llorar, nos ha hecho
ya llorar a todos; y, los labios que os han de
hacer morir, labios de discípulos vuestros no
serán, dijo Juan;
Jesús, iba a responderle, visiblemente con-
trariado, cuando se sintió un ruido de muchos
pasos;
saliendo de la espesura del Olivar, Judas
apareció;
el Cristo, hizo una señal a sus discípulos,
indicándoles que se alejaran, y, les dijo:
— Id, y entrad en oración, porque la hora
MARÍA MAGDALENA 233.
se aproxima, en que la Voluntad de mi Pa-
dre, será cumplida;
ellos, se alejaron; y Jesús volvió la cara ha-
cia Judas;
— Salve, Rabbi, dijo éste, y aproximándo-
se a él, lo beso fríamente en la mejilla sudo-
rosa.
— ¿Es con un beso, que traicionas al Hijo
del Hombre?
— Yo, no le traiciono, yo, lo salvo.
— ¿Vienes a entregarme?
— Os, lo he dicho, Rabbi, vengo a salva-
ros.
— ¿A salvarme?
— Sí; denunciado has sido ante el Sanhe-
drin, que fatigado está ya de las cosas de tu
demencia; has reaparecido en Jerusalem, para
rehacer tus turbas dispersas, desafiando así
la tolerancia que se tenía por tu locura; van
a aprehenderte; tú has predicado la muerte
:234 VARGAS VILA
del César, y, la muerte te espera; ¡Sálvate!
toma este dinero — dijo tendiéndole una bolsa
repleta de oro — , vete; abandona a Jerusalem,
y sus contornos; deja la Galilea; todos los
caminos te están abiertos; nadie te tocará;
el Cristo, tomó la bolsa, repleta de oro, y
dijo:
— ¿Podremos partir tranquilos?
— Tus discípulos y tú.
Jesús, miró fijamente a Judas, con una mi-
rada de adivinación...
— Sí — dijo éste, sin inmutarse; yo te salvo
la Vida, a condición de que tú salves la mía,
devolviéndome a Magdalena.
Jesús, arrojó lejos, la bolsa que tenía en
sus manos y dijo, colérico;
— Vade retro, vade retro... tú no tentarás
al Hijo de Dios;... ningún Conquistador re-
nuncia a su conquista; yo no renuncio a las
almas que he salvado; no dejaré la oveja en
MARÍA MAGDALENA 235
las garras del lobo; yo la llevaré sobre mis
.hombros, y, si su peso ha de abrumarme, mo-
riré bajo ella.
— Basta de parábolas, Nazareno; basta de
parábolas, buenas para la multitud estólida
de tus oyentes; aquí somos dos hombres que
hablan frente a la Muerte; dos rivales que se
disputan una hembra; ¿renuncias a Magda-
lena?...
— j Nunca!...
— Entonces morirás; nuestro duelo es a
muerte; uno de los dos está demás; es el cuer-
po de esa mujer, lo que jugamos en la par-
tida; y, yo lo ganaré, porque yo soy el más
fuerte; yo tengo la orden de prenderte, mis
soldados están allí; una vez por todas, Jesús
de Nazareth, ¿renuncias a Magdalena?...
— Nunca, nunca, dijo el Cristo, entrado en
uno de esos accesos de cólera, tan frecuentes
236 VARGAS VILA
a los epileptoides, y, que en él, eran habitua-
les;
Judas sonrió, y, recogiendo del suelo la
bolsa que Jesús había arrojado lejos, le dijo-
fría y calmadamente:
— Por última vez; decide: Magdalena o la
Muerte.
— La Muerte, dijo el Cristo, con un gran
resplandor de odio en la mirada;
Judas, dio un silbido, y, los soldados salie-
ron de entre el bosque.
— Prendedlo, dijo señalando a Jesús; y»
los soldados lo aprehendieron...
ya amanetado, Jesús se volvió para mirar
con odio a Judas, diciéndole:
— Has vencido, Hiskerioth, has vencido ;..♦
me has vencido a mí, pero no la vencerás a
ella; no entrarás de nuevo en su corazón; mi
cadáver hará centinela allí; tú, no tendrás sus
MARÍA MAGDALENA 237
besos, porque tus labios y, los míos, se pu-
drirán al mismo tiempo bajo la tierra... — y,
recordándose de sus sueños de teómano, aña-
dió:— y, la Voluntad de mi Padre será cum-
plida.
Judas rió francamente.
— Basta, bufón de muchedumbres; ¿te em-
peñas en morir como Apóstol? ¿cuándo mo-
rirá la Mentira en tus labios miserables? si
eres dios, ¿por qué no me vences? ¿dónde
está tu pueblo, Rey de los Judíos?
y, el joven Keriótida, volvió a reír estrepi-
tosamente;
Jesús iba a contestarle, cuando un centu-
rión, dándole un golpe en la espalda, lo em-
pujó violentamente, y, otros lo arrastraron;
un acceso de tos ahogó la voz en su gar-
ganta, y, sus labios se empurpuraron de san-
gre;
238 VARGAS VILA
y, su silueta, perseguida y, ultrajada, se
perdió en el verde-negro del olivar, pequeña,
encorvada, triste, con la tristeza rencorosa del
yencido que va a morir...
El día trágico era finido;
el drama del Calvario terminaba...
Jesús, había muerto;
sobre la colina roja del Gólgotha, las tres
cruces proyectaban el horror de sus siluetas;
por el sendero que separa esa colina del
Monte de los Olivos, como una sombra, fun-
dida en tantas sombras, avanzaba una mujer;
vencida, vacilante, se volvía a cada paso,
para mirar con desesperación a la colina trá-
gica, donde el último rayo del Sol oblicuo,
ya hundido en el horizonte, proyectaba lar-
gamente la silueta de las cruces...»
240 VARGAS VILA
era Magdalena;
ella, había seguido al Cristo de casa de He-
rodes a la de Pilatos, de la de Anas a la de
Caifas, con el corazón más desgarrado que
sus vestidos harapientos;
pero la multitud de Cristícolos, cuyo amor
al Cristo abandonado, había revivido de sú-
bito, a la noticia de su prisión, y el temor de
.su muerte, la habían reconocido, y, la habían
insultado, la habían ultrajado, obligándola a
abandonar la lúgubre comitiva;
llegada la primera al Gólgotha, había sido
expulsada de al pie de la cruz, por la Madre
vindicativa;
María de Nazareth, le había prohibido
acercarse al patíbulo donde agonizaba su
hijo;
María, la hermana de Lázaro, la había in-
sultado, obligándola a retirarse;
Marta, se había sentado victoriosa al pie
MARÍA MAGDALENA 241
de la Cruz, cerca a la Madre dolorosa, y, bajo
la mirada de su grande Amor, ajusticiado;
Pedro y Juan, celosos y rencorosos, la ha-
bían entregado al ludibrio de los centuriones
que hacían la guardia, cerca a los patíbulos
de los moribundos...
y, éstos cercándola, acariciándola, reque-
brándola, sin respeto a su Dolor, habían que-
rido arrastrarla de fuerza al bosque vecino,
para gozarla;
había huido; así rechazada, vejada, perse-
guida; había dejado el Gólgotha, e iba sin
rumbo, y, sola, en la inmensidad de la No-
che, que nacía;
un hombre la seguía;
llegados al primer montículo de la ribera
allá del Cedrón, y, cerca al Huerto de Getze-
maní, el hombre, tomando un sendero de tra-
vés, apareció ante ella, obstruyéndole el ca-
mino;
MAGDALENA. — 16
242 VARGAS VILA
creyendo que fuese uno de los centuriones
que la habían solicitado, sobre el Gólgotha,
retrocedió;
a la luz que caía de las estrellas, a través
del ramaje, reconoció bien al hombre que la
seguía;
era Judas...
— ¡Asesino! fué todo lo que pudo decirle;
¡asesino!, y, lejos de huirle, se abalanzó a él,
con una furia de fiera.
— Asesino por tu amor.
— Calla, miserable, dijo con tal cólera en
los ojos y en los labios, que Judas retroce-
dió...
las manos de Magdalena lo amenazaban
como dos garras crispadas, queriendo tomar-
lo por el cuello para estrangularlo;
él, quiso aprisionar en las suyas, las manos
amenazantes, pero, era tarde...
el eco de un bofetón, resonó en el bosque...
MARÍA MAGDALENA 243
y, otro...
y, otro...
y, otro...
castigado así, y, no queriendo ultrajar a la
mujer que amaba, llevó la mano a la daga,
para intimidarla.
— Mátame, mátame, le gritó ella, mátame
ya que has matado mi Vida, matándole su
Amor, su único Amor...
— Magdalena, ¿me odias?
— Te desprecio...
— Estás sola, abandonada, perseguida, to-
dos te odian; sólo yo te amo; yo te recojo,
ven conmigo...
— Calla, asesino, calla; primero me entre-
garía a la soldadesca que me persigue; pri
mero me daré al último de los hombres, en el
último d« los prostíbulos de Jerusalem, que
soportar que tus manos, teñidas de sangre
244 VARGAS VILA
inocente, toquen mi cuerpo... ¡apártate! ¡ase-
sino !
— No me arrojes de ti, Magdalena, gimió
él, cayendo de rodillas; te toco y, me pareces
una sombra, te miro y, me pareces una som-
bra, déjame tocarte, para convencerme de que
aun vivo...
— ¡Atrás! ¡atrás!...
ella, retrocedía, y él, la seguía de rodillas,
tendiendo hacia ella, las manos implorado-
ras...
— Magdalena, ¿te alejas?... no te veo; ¿he
cegado? parece que todas las llamas del in-
fierno hubiesen devorado mis pupilas; ¿son
las lágrimas que las anublan? ¡es la sangre
que las ciega! ¡la sangre que cae de la
Cruz!... ¿no ves que alta está la cruz? no la
mires, Magdalena, no la mires; podrías cegar
tú también, con esta ceguera del Alma, que
no quisiera ver lo que ven los ojos... vamos
MARÍA MAGDALENA 245
lejos de aquí, Magdalena; vamos lejos de
aquí; somos dos vencidos del Cristo; huya-
mos de la sombra de su cruz... si vieras cómo
esa sombra me ha sido fatal; tan fatal como
el corazón del hombre que pende de ella...
¿por qué me huyes? tu voz misma me parece
cambiada; tu canto de Sirena, esa voz, que
pierde a los dioses, y a los hombres, es ahora
opaca, a pesar de su cólera, se diría que sale
del fondo de una tumba; ¿tú también has
muerto? Magdalena; ¿todos hemos muerto
con él?...
y, con un gesto de horror loco, apretaba
su cabeza, entre las manos, como si temiese
ver escapar el último rayo de razón, que bri-
llaba en ella;
yo vivo... ¿por qué continúo en vivir? pa-
réceme que todo el mundo aparta de mí los
ojos con espanto;... como si la sombra de to-
dos los crímenes antiguos pesaran sobre mi
246 VARGAS VILA
cabeza; pero, todo eso me sería como una ca-
ricia de ventura, si tú me amaras; el mundo
para mí, reside en tus pupilas, y, en tus la-
bios... sin ti; ¿existe la Vida? ¿qué es la Vi-
da, cuando ya no se alimenta en ella el calor
de una esperanza? {malditos los ojos que no
ven ya esa flámula azul, dominando el hori-
zonte! ¿no ves cómo han cegado los míos?
cuando se ha visto tan de cerca el rostro del
Dolor, no se puede ver ya nunca, el rostro
de la Esperanza; la imagen del mundo queda
abolida para los ojos que han visto el Dolor,
tan de cerca, como yo lo he visto, como lo veo
ahora, como lo veré más allá de la Muerte,
porque mi Amor y mi Dolor, son uno solo,
tienen un solo nombre; se llaman... ¿cómo te
llamas tú?; tengo miedo de pronunciar tu
nombre, por miedo de despertar la Vida, es
decir, el Dolor...,,
MARÍA MAGDALENA 247
y, se tapaba los ojos como para no ver algo
siniestro, que venía sobre él;
Magdalena, lo miraba cruel, impasible, fe-
liz de verlo así sufrir con el alma desgarrada.
— Yo, podría irme, poner el mar entre los
dos; olvidarte; pero, eso sería la muerte de
mi Amor, algo peor que mi propia muerte;
¿para qué la Vida, sin amarte? haberme visto
morir en tu corazón, es ya mi desgracia, verte
morir en el mío, sería ya el horror insupera-
ble; antes morir que sufrirlo;
— ¿Morir tú? con cien vidas que tuvieras,
no pagarías la suya; el cordero ha agonizado
sin quejarse; ¿por qué se queja el tigre? nin-
guna sangre tendrá el poder de rescatarte, ni
aun la del Justo, que ha muerto por tu mano;
aun me parece oír su voz, en tanto que ago-
nizaba diciendo desde lo alto de su cruz:
«Perdónalos, Padre mío, porque no saben lo
248 VARGAS VILA
que hacen»; ese Perdón no caerá sobre ti,
porque tú, sí sabes lo que has hecho;
— El Perdón de Jesús, ni lo quiero, ni me
importa; es el tuyo el que quiero, Magda-
lena.
— Si por no perdonarte hubiera de perder
la Vida, mil veces moriría; si mi corazón lle-
gara a sentir piedad por ti, me arrancaría el
corazón, de vergüenza de tenerlo tan misera-
ble, y tan ruin... vete, vete, lejos de mí, que
mis ojos, no se deshonren con mirarte; que
mis oídos que oyeron sus últimas palabras,
no se desgarren, oyendo las tuyas, de asesi-
no; jvete!
y, extendía su mano convulsa, como una
garra devastatriz, pronta a desgarrarlo; el fu-
ror la cegaba; una fiebre homicida le sacudía
el cuerpo; parecía haber algo de sagrado, en
aquella mano trágica, que amenazaba;
MARÍA MAGDALENA 249
Judas, retrocedía, de rodillas, como había
avanzado.
— Magdalena; nada es irreparable, ni el
Crimen; yo, rescataría la pena que te he he-
cho, dándote mi vida;
— ¿ Morir tú ? tú no tienes valor para eso ; . . ..
mis ojos serán bastante desgraciados para ce-
rrarse, sin haber visto tu cuerpo, oscilando
del palo de una horca, que es la muerte re-
servada a los traidores; pero, esa aurora de
ventura no lucirá sobre mi Vida; ¿tú morir?
¿tú? eres demasiado infame para eso;
Judas, se irguió ante tanto insulto, y se
puso en pie;
— ¿Tanto placer te daría mi muerte?
— Tanto, como el horror que siento de mi-
rarte ;
— ¿Crees que tengo miedo a la Muerte?
¿dónde se hallaría un sepulcro más profundo,
que aquel al cual me ha condenado tu des-
250 VARGAS VILA
precio?... Si tanto placer te habría de causar
mi Muerte, yo te la ofrecería como una flor;
y, moriría feliz, si supiese que habías de amor-
tajarme con un beso, y, harías a mi cuerpo un
sudario de lágrimas...
— ¿Amortajarte? el olvido misericordioso
que envuelve todos los muertos, no querrá
hacerlo contigo; la tumba misma, no querrá
de ti; la tierra te arrojará de su seno, y, los
lobos que te devoren, morirán de su manjar...
—^Magdalena... ¿qué sonido fúnebre tie-
nen tus palabras?... ¿me ordenas morir?...
antes que tú, mi Padre, exasperado, me había
dicho hablando del proceso del Cristo: «ve,
y, ahórcate de un brazo de su cruz»; y, mi
Madre al verme, ocultando su rostro entre
las manos, murmuró, con un piadoso horror:
«¿aun vives, hijo mío? ¿aun vives?» y, yo vi-
vía para ti, vivía por ti; la esperanza de re-
conquistar tu Amor, me sostenía;... y, persis-
MARÍA MAGDALENA 251
tes en negármelo... ¿por qué la tierra malé-
fica tarda en devorarme? ¿por qué?
y, su voz se extinguió en un sollozo, como
una llama en el viento de la Noche...
—¿Por qué?, dijo Magdalena, implacable;
porque como a todos los asesinos, te ha so-
brado valor para matar, y, te falta valor para
morir. . .
—¿Tú lo ordenas? Magdalena, ¿tú lo or-
denas?...
— Si mi deseo fuera un rayo, tú serías ya
un puñado de cenizas; si la Muerte hubiese
de arrebatarte ante mis ojos, yo besaría agra-
decida, el rostro de la Muerte;
— ¿ Serias feliz, si yo muero ?
— Sería feliz, teniendo tu cabeza cortada,
sobre mis rodillas, como una cesta de flores,
para arrojarla después a los cerdos de la
piara;
252 VARGAS VILA
— Tu odio es bello, a fuerza de ser
enorme...
— No tan enorme, como el horror que sien-
to del Amor que te inspiré...
Judas, la miró fijamente, tenazmente, como
si siguiese el vuelo de una alucinación, bajo
el gran cielo nocturno. . .
— ¿Por qué eres tan bella, y tan perver-
sa?... los pecados han llovido sobre tu cabe-
za, como una lluvia de pétalos perfumados,.
y la han embellecido; tu infamia es radiosa,
como una aureola; siembras la muerte, como
si fuesen las semillas de un rosal;... y, tu
mano pálida no tiembla;...'
— ¿No tienes, pues, conciencia, de tu cri-
men? ¿quién mató al Cristo? ¿quién?, tú; tú,
que no quisiste salvarlo, es decir, que no
quisiste abandonarlo; tú apagaste con tus
besos, su aureola de dios, porque todos lo
abandonaron por tu causa; tú vertiste su san-
MARÍA MAGDALENA 253
gre de hombre, porque no lo abandonaste
para salvarlo; y, esa sangre, no se hace roja,
cayendo sobre tu cabeza se hace blonda, co-
mo una catarata de luz, y se une en un solo
resplandor, con tu cabellera de Sol; ¡qué be-
lla eres así, bañada por la sangre del Cris-
to!... qué bella eres en esa aurora roja, que
baja del Gólgotha, sobre ti; el Crimen centu-
plica tu belleza, el Crimen, te hace augusta;
el Crimen, te hace mi hermana; tú has ma-
tado al Cristo; yo he matado al Cristo; somos
dos asesinos; ¿qué me reprochas?
— Cállate, cállate, el deseo de vivir te hace
tres vecescobarde; anda, anda lejos de mí, y,
que el río del Olvido, te lleve en sus ondas
sin rumores...
— Magdalena, todo, hasta tu insulto me es
dulce, como un bálsamo; habla, Magdalena,
habla; quiero oír la música de tu voz, suave
como el murmullo de un arroyo, que corriera
254 VARGAS V1LA
por cerca de mi tumba; tu corazón, hecho de
mármol, es, sin embargo, tierno y cálido como
el pecho de un pichón; ¿me odias? bendito
sea tu odio, porque por él, vivo en tu cora-
zón; en ese corazón que fué todo mío, y de
donde fui proscripto; tal vez el río de la Pie-
dad, surja un día en él, para correr sobre mi
recuerdo, sobre mi Amor, sobre nuestro Amor,
que fué tan grande y tan fatal...
y, extendiendo el brazo, amenazante y des-
tructor, hacia la cruz lejana, donde había
muerto el Cristo, le decía:
— ¡Ah loco miserable y pérfido!... tú ma-
taste mi ventura, y yo, te he matado sin matar
mi pena; tu sangre no es bastante a calmar mi
sed, ni a ahogar mi odio; si mil vidas tuvie-
ras, mil te arrancara; si mil veces resucitaras,
mil veces volviera a clavarte sobre la Cruz;,
¡qué dulce es tu sangre, cayendo sobre mis
labios! ¡qué luminosa es la silueta de tu cruz,
MARÍA MAGDALENA 2; 5.
iluminada por el odio de mis ojos! el Orgullo
de haberte matado, me oculta el mundo, y,
vuela en mi corazón, como un pájaro de fue-
go; te he vencido, Galileo; te he vencido...
y, calló;
el nudo cruel de la cólera, parecía apretar-
le la garganta...
y, luego, continuando su monólogo con el
ajusticiado de la cruz, dijo:
—¿Te he vencido?... sí, en todas partes,
menos en ese corazón de mujer; te he deste-
rrado del mundo, y no he podido desterrarte
de ese corazón de mujer; he podido matarte
sobre una cruz, y no he podido matarte, en
ese corazón de mujer; allí reinas como sobe-
rano, y allí arraigas por la muerte; yo te he
matado, y tú me matas también; es a causa
de ti que yo voy a morir; a causa del Amor
que me robaste;
¡venciste, Galileo! ¡Maldito seas!
2$6 ' VARGAS VILA
y, sin volver los ojos hacia Magdalena, que
para no verlo, ocultaba el rostro entre las ma-
nos, se perdió detrás de los olivos más cer-
canos;
con la agilidad de un felino, se le vio trepar
a aquel que cubría con su sombra a Magda-
lena, que, sin apercibirse de su ausencia, ya-
cía inerte, el rostro entre las manos, como he-
rida de estupor;
de súbito, se vio su cuerpo lanzarse en el
vacío;...
sus pies, tocaron los hombros de la Peca-
dora;
después, la rama del árbol lo levantó, pen-
diente de la soga que lo estrangulaba...
al contacto de aquellos pies, Magdalena,
amedrentada, levantó la cabeza, y vio algo
como la sombra de un pájaro enorme, osci-
lando sobre ella...
después, vio el balanceo violento, y los
MARÍA MAGDALENA 257
movimientos últimos de un cuerpo que se agi-
ta en el vacío...
— ¡Judas! j Judas!, gritó tomada de un pá-
nico horrible... y apartándose del árbol ía-
tal, quedó como hebetada, lejos del contacto
del cadáver cuya oscilación, disminuía lenta-
mente...
miró a lo lejos, la cruz donde el cuerpo de
Jesús, pendía como una masa sangrienta;
y, miró cerca el cadáver de Judas, pendien-
te del Árbol, como un harapo;
ambos habían muerto por su Amor...
de lejos, parecían mirarla los ojos tristes
de Jesús, a quien no había querido salvar...
de cerca, la miraban los ojos exorbitados
de Judas, a quien no había querido amar;
adondequiera que dirigiese su mirada, no
veía sino la Muerte, sembrada por su amor...
tomada de un espanto loco, no tuvo fuerza
para huir, se acostó por tierra, y, se cubrió con
MAGDALENA. — 17
25S VARGAS VILA
el manto de sus cabellos, ocultando el rostro,
contra el suelo, como para no ver ese jardín
de muerte, que sus ojos habían sembrado...
en la noche lívida, la sombra del crucifica-
do, y la del ahorcado, parecían mirarse feroz-
mente en las tinieblas, por sobre el cuerpo
inánime de la mujer que los había perdido...
Sonó en los aires una canción gozosa, y, el
eco de una voz juvenil, llenó el huerto soli-
tario...
era un canto de Amor, y, de lascivia, que
despertó los pájaros en su nido, y, llenó de
un rumor de primavera el huerto mudo, lleno
con el horror de la tragedia;
por entre el ramaje obscuro, se vio apare-
cer la silueta, alta y esbelta, de un joven cen-
MARÍA MAGDALENA 259
turión, casco reluciente, y, armadura ligera,
feliz, del ritornelo que cantaba;
los ramajes se apartaban dóciles, como para
dejar pasar su juventud, alegre y, radiosa;
de súbito, sus pies, tropezaron con algo;
era el cuerpo de Magdalena;
viendo que era un cuerpo humano, dijo:
— ¿Quién eres?
Magdalena, alzó la cabeza deslumbrante,
y, como si saliese de un sueño, o respondiese
a la propia voz de su corazón, dijo:
— ¿Yo?... yo soy un sexo que llora;
— Un sexo bello, dijo el soldado, viéndola
tan hermosa, y, acariciándole el mentón; ¿no
sabes que nosotros los hombres jóvenes, so-
mos hechos para consolar el sexo de la mujer
que llora?
Magdalena, lo miró extasiada, y lo halló
bello, bello como un Apolo, con sus formas
atléticas, con su rostro imberbe, bajo el casco
26o VARGAS VILA
dorado, las alas de cuya águila parecían aca-
riciarlo, como dos manos de mujer...
y, sonrió...
volvió a mirar a un lado, y a otro, y, el ho-
rror de sus visiones reapareció en ella;
asaltada de un verdadero espanto sin amor,
y, apoyándose en la mano del Centurión, co-
mo si buscase en él, un auxilio, gimió cerran-
do los ojos...
— La Muerte, la Muerte, ¿no veis la Muer-
ce por todos lados? yo quiero huir de la
Muerte;
y, señaló con el dedo el cadáver de Judas,
que oscilaba;
el centurión lo miró con desprecio;
— ¿Algún otro ladrón?; hoy han ajusticia-
do tres;
y, mostró las cruces sobre el monte cer-
cano..*
MARÍA MAGDALENA 2G1
— No sé, no sé, dijo Magdalena, ponién-
dose en pie, ayudada por el centurión;
— i La Muerte es triste!...
— ¿Quieres huir de la Muerte? ven conmi-
go hacia la Vida, hacia el Amor;
— ¿El Amor? ¿el Amor?, dijo ella, como
si ensayase la música de una canción, recien-
temente interrumpida.
— El Amor, el Amor, que es la Vida, dijo
él, ciñéndole el talle, con el brazo...
— Bella es la Vida; bello es el Amor, dijo
ella en voz alta, como para darse cuenta de
que vivía...
y, su voz hizo temblar los muertos que pen-
dían lívidos bajo la Noche...
— Bello es el amor, dijo él, cantando en
baja voz el ritornelo interrumpido...
— El Amor, es la Vida...,
— ¡Viva la Vida!...
262 VARGAS VILA
— ¡Viva el Amor!...
y, ella se dejó llevar por el brazo del nuevo
amante, que aparecía en su camino, como sur-
gido de la tumba de los otros dos....
— ¡Viva la Vida!
— ¡Viva el Amor!...
y, enlazados por el talle, entraron en el
bosque...
se alejaron lentamente, y en la penumbra
densa, no se vio ya, sino la cabellera de Mag-
dalena, que, extasiada, miraba al cielo, y, al
rostro de su nuevo Amor, como si los hubiese
visto ambos por primera vez; y, parecía que
del brazo del mancebo, se desprendiese un
río de oro, sobre la Noche;
el mismo viento que besaba la cabellera
de astro, balanceaba el cuerpo de Judas, e
iba a besar los labios de Jesús...
la pareja se perdió en el bosque odorante;
MARÍA MAGDALENA 263
se apagó el eco de la canción;
y, bien pronto, no se oyó en la soledad,
sino el ruido de un beso... y, otro beso... y,
otro beso...
¡Alma de Mujer!....
FIN
A MANERA DE
EPILOGO
PARA LA EDICIÓN DEFINITIVA
DE
MARÍA MAGDALENA
Sobre el blanco y terso cuello de los cisnes
enigmáticos, esos cisnes sefioriales, que en
parejas silenciosas, conducían y escoltaban
su real barca, en el nocturno misterio de sus
parques seculares, ponía Luis el Soñador,
el Rey -Cisne, de Baviera, una medalla, que
indicaba la fecha en que nacidos fueron, aque-
llos palmípedos reales;
silenciosos iban ellos, bajo el arco verde-
alga, de los pálidos heléchos, que fingían
perspectivas insulares, orgullosos del herál-
dico blasón, que decía al mundo su origen
de Wittelsbach alados, hermanos de aquel
Cisne coronado, que ellos vieron hundirse pa-
ra siempre bajo las olas mansas del Starnberg,
hechas súbitamente trágicas...
EPILOGO
así, de este extraño libro mío, cisne blanco,
cisne lírico de los lagos galileos, su génesis
quiero evocar;
y, decir cómo nacieron las visiones del
Poema, en teorías sucesivas;
armoniosas;
y, la música de las frases, difundida en sus
páginas fué;
en Liturgia de Arte;
bajo el oro conmovido de los cielos del
Lacio, que a esa hora parecían extáticos, en
uno como ritual de Adoración;
en el azul opalescente de las tardes, gra-
ves, como prescientes de una infinita an-
gustia;
en la calma lacustre del paisaje de líneas
puras que parecían tener elasticidades fluidas;
sintiendo el vuelo musical de los enjam-
bres, en redor de los pámpanos floridos...
Era en 1911;
fin de un Otoño maravilloso;
la hora del atardecer;
un azul exultante sobre los campos diafa
nizados por el descenso solar;
EPILOGO
en Nemí;
sobre el sendero virgiliano que desde ¡a
Annunziata, baja al lago glauco, con reflejos
de marcasita fosforescente;
soñador a la orilla de la senda, me había
detenido a la sombra del follaje de unas vi-
ñas que el sol octubral hacia bermejas;
dejaba errar mis pensamientos en el can-
dor de la hora solitaria, viendo el vuelo de
pájaros perdidos que parecían lanzarse atur-
didos hacia el corazón de la Noche, que surgía
muy lejos, asomando apenas su penacho de
sombras;
en la angustia infinita de la Tarde, que
parecía asaltada de un vértigo de pena;
en el'palor difuso de la hora, dos formas
blancas pasaron ante mí;
lentas, como una sinfonía de blancuras, en
la decoración broncínea del paisaje...
y, descendieron hacia el lago, de verdes
ondas suaves; *
que un cintillo de algas decoraba;
en sus riberas sonoras...
y, se perdieron en el Gran Silencio... bajo
Ma ojiva de oro de los ramajes, que ¡os últi-
mos rayos del sol hacían fúlgidos;
epílogo
los reconocí;
eran dos indios de una troupe bengalesa,
que actuaba, en uno de los pabellones de la
Exposición de Roma, como una de las gran-
des atracciones de ella;
yo, había visto sus danzas religiosas, lle-
nas de un ritmo lánguido y, extraño, como si
en ellas vibrase la lenta palpitación de todas
las quimeras hechas alas de blancura in-
definida, ilimitada;
había en el ondeamiento de sus mantos,
uno como estremecimiento de tinieblas, que
fosforecían en sus ojos tristes, y desmayaba
en sus brazos, que se plegaban como alas
exhaustas, fatigadas de un vuelo inútil;
^ en la languidez esclava de sus mujeres ha-
bía uno como vértigo de espanto;
sus himnos graves, cuasi insonoros, se veía
bien que eran cantos de una liturgia arcaica,
vieja como la Tierra;
muchas noches había ido a verlos trabajar;
y, siempre me habían obsesionado;
así al verlos bajar hacia el lago, no tardé en
seguirlos;
al llegar a la ribera, aparecieron ante mí,
como en una iluminación de Misal, hieráticos
EPÍLOGO
en el oro júlgido de la tarde, que los envolvía
en uno como nimbo de miraje;
el hombre tenía los brazos abiertos y la
cabeza inclinada hacia la copa turquí de las
aguas que reflejaban sus blancuras, semejan-
tes a las alas de un petrel meditabundo;
parecía orar...
ella sentada sobre la playa, soñadora ensi-
mismada, lo miraba llena de una plenitud
de Ensueño...
el hombre entonces le habló;
y, parecía doctrinarla;
ella, lo escuchaba embebecida...
¿por que aquel hombre así, todo envuelto
en sus blancas vestiduras a orillas del incier-
to azul del lago, evocó en mí la imagen de Je-
sús de Galilea, y, la visión de los lagos naza-
renos?...
¿por qué aquella mujer que lo seguía y
trajo a mi mente el recuerdo de la bella pe-
cadora de Magdala, tantas veces citada en;
la leyenda cristícola? . . .
yo, no lo sé;
pero, cuando ellos, espantados por la lle-
gada de otros viajeros, escaparon como dos
EPILOGO
corzas asustadas, ya el germen de este Poe-
ma había nacido en mi cerebro;
como una rosa abierta en la melancolía de
aquella tarde fugitiva;
y, la tragedia del Cristo, tal como yo qui-
se escribirla, escrita fué;
y, María Magdalena surgió en el fondo de
estos paisajes bíblicos, como un divino sol,
que todo lo ilumina..,
como un florecimiento de Amor;
en la púrpura y, el oro de las tardes pales-
Unas;
y, el Poema fué concluso;
y, el Libro fué hecho...
este Libro del Divino Amor...
¿por qué rememoro todo esto?
porque en reciente Circular, prometí, a
«mis amigos y, lectores», decir en un Prólogo
narrativo, el origen de cada libro mío, al apa-
recer éste en la Colección de mis Obras Com-
pletas ;
y, como hoy toca el turno a María Magda-
lena, de cumplir este deber había;
mas, como razones, todas de índole técni-
ca, no permiten la colocación de estas líneas
EPILOGO
a manera de Prólogo, pangólas yo, a manera
de Epílogo;
y, hecho queda el historial de este Poema;
tal como para todo libro mió, lo prometí,,
al aparecer en mis Obras Completas;
como éste aparece hoy;
definitivamente.
Vargas Vila.
En 1910.
Lkctob :
8i este libro te Agrada, no lo prestes.
Porque restándome compradores, agra-
decerías el deleite quo me debes, devol-
viendo mal por bien.
Si este libro no te agrada, 110 lo pres-
tes. Porque obra insensatamente quien
propaga lo malo.
Prestar un libro es un gran perjuicio
para el autor que cobra derechos por
ejemplar vendido.
Obras de VARGAS VILA
Publicadas por la CASI EDITORIAL SOPEÑA
\l^l/\U
Vuelo de Cisnes.
De los Viñedos de la
i
Eternidad.
Libre Estética.
María Magdalena.
i
Sombras de Águilas.
El Final de un Sueño.
;
|
Salomé.
La Ubre de la Loba.
Ibis. (Edición definitiva.)
■
Las Rosas de la Tarde...
1
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(Edición definitiva.) ,
i
Flor del Fango. (Edición
definitiva.)
Cachorro de León.
La Simiente. (Edición de-
finitiva.)
Sobre las viñas muertas.
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(Edición definitiva.)
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OBRAS COUPLET
NOVELAS
Aura.EZSKSK) Flor del fango.
Ibis.t2H5«swi Rosa mística.
Rosas de la tarde.
Salomé. Etfasra Alba roja.
La simiente.
Delia (Lirio blanco).
Eleonora (Lirio rojo).
Germania (Lirio negro).
El camino del triunfo.
La conquista de Bizancio.
María Magdalena.
La demencia de Job.
El minotauro.
Los discípulos de Emaüs.
Los parias.
Las viñas muertas.
Los estetas de Teópolis.
El final de un sueño.
La ubre de la loba.
Cachorro de león.
)E VARGAS VILA
. i* ¡u ni jh m m i\\ U 31C 3lt STiA 3I[ SIC^E Jif aig nr iiriirinr vr in, nr nr wi:^i
LITERATURA
De sus Uses y de sus rosas.
Libre estética.
Sombras de águilas.
Horario reflexivo.
Archipiélago sonoro.
Rubén Darío.
FILOSOFÍA
El ritmo de la vida.
Huerto agnóstico.
La voz de las horas.
Del rosal pensante.
De los viñedos de la eternidad.
HISTORIA
Los Césares de la decadencia.
Los divinos y los humanos.
La muerte del cóndor.
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